(Relato basado en una antigua leyenda celta)
No creo que haga
falta que me presente ante mis queridos lectores, los cuales ya saben de mi, y de mis
anteriores relatos, El aprendiz de
relojero y el misterio de las dos
mujeres. Pero para aquellos que por
primera vez se acerquen a mis historias, les diré que me llamo… bueno que
importancia puede tener mi nombre. Lo que puede interesarles es que soy
anticuario. Sí, pero no colecciono muebles y objetos antiguos. No. Nada de eso.
Mi predilección es, los manuscritos antiguos, en los que se atesora el verdadero
conocimiento, se relatan los hechos más insólitos y fascinantes. Poseo un
amplio muestrario de las más diversas leyendas e historias fantásticas que
jamás nadie haya conocido. Suelo viajar por el continente en busca de
ejemplares raros o de los que pocos han oído hablar. La nigromancia, la
brujería y los espíritus errantes son mis temas predilectos. Y es uno de éstos
el que traigo hoy antes vosotros. Pero antes, permitidme que haga referencia
a la manera tan extraordinaria en la que esta historia llegó a mis manos. Ya
sé, que es posible que no tenga excesiva importancia pero aun así quiero
hacerlo.
Aquella mañana
el cielo aparecía cubierto de negros y espesos nubarrones que amenazaban con
descargar lluvia en cualquier momento. El viento soplaba fuerte, provocando que
las desnudas ramas de los árboles se agitaran como si fueran látigos. A pesar de ese tiempo tan desapacible, y que
invitaba a permanecer en casa, me aventuré a acudir a la biblioteca en busca de
un rato de distracción. Busqué entre los escritores del siglo pasado, aquellos
que habían cultivado el género gótico. Aquellos que habían llenado páginas con
historias de fantasmas y espíritus que caminaban de noche. Cogí un ejemplar que
recopilaba varias de estas historias y me senté a leer algunas.
No había acabado
de abrir el libro cuando de su interior se deslizaron varias hojas. Intenté
devolverlas a su lugar pero pronto de di cuenta que ni encajaban, ni estaban
numeradas. Por no menciona que la letra tampoco coincidía. Seguramente alguien
se lo dejó olvidado, pensé al momento. Mi curiosidad fue tal que no vacilé en
leer las páginas y en sentirme atraído al instante por su título: La
leyenda de la calavera.
Ni qué decir
tiene que busqué un sillón para acomodarme y proceder a su lectura. He decidido
ponerla por escrito para que todos sean testigos de los acontecimientos de
aquel año de… en el que dos hombres se encontraban discutiendo acaloradamente:
-Padre, deberíais comprender que…
-No, y no. Ya he comprendido perfectamente
tus intenciones.
-¿No pensáis si quiera en recapacitar mi
propuesta?
-Es mi última palabra –le dijo con tono
desafiante.
-Entonces no me dejáis otra opción, padre.
-¿Piensas marcharte?
-Sí. Deme su bendición.
El padre no pareció conmovido, ni
arrepentido por sus palabras y mucho menos por sus intenciones. No bendijo a su
hijo como le pedía. Su orgullo se impuso al cariño que le profesaba.
-Cuídese, y que Dios le proteja –le dijo el
muchacho antes de abrir la puerta para irse. Lanzó una última mirada a su
padre, quien en esos momentos se había vuelto dándole la espalda. Cuando
escuchó el sonido de la puerta cerrándose apretó sus dientes y se sentó en su
sillón para quedarse mirando las danzarinas llamas del hogar.
Pasado algún tiempo el padre recibió la
trágica noticia de la muerte de su hijo. Aquello fue un golpe duro del que
pensó que nunca podría salir. Sabía que aquella posibilidad había existido
desde el primer momento que abandonó la casa.
-Maldigo el día que te fuiste de casa, hijo.
Pero más me maldigo a mi mismo por ser tan terco. Te has marchado a la tumba
antes que yo. ¿Acaso es tu castigo por no haberte dado mi bendición?
Con el paso del tiempo, el hombre se volvió más huraño y cascarrabias. La soledad era su única compañera. Una tarde acudió al
cementerio al entierro de uno de sus vecinos, con quien parecía haberse llevado
bastante bien. Cuando le hubieron dado sepultura, el hombre se quedó mirando la
tumba en silencio. Pero entonces algo llamó su atención. Allí. A sus pies había
una calavera. La miró con una mezcla de desconfianza y asombro. Pero su
sobresalto fue mayor cuando comenzó a mover su mandíbula profiriendo un sonido
quejumbroso mientras pronunciaba las siguientes palabras:
-Mañana iré a tu casa a pasar la noche.
Después tú mismo vendrás a buscarme.
El viejo se marchó de regreso a su casa
atemorizado por lo que acababa de ver y escuchar. Pero, ¿cómo era posible
aquella aparición?
-Lo he imaginado, lo he imaginado –se repetía
mientras encendía el fuego en el hogar y los nervios se apoderaban de él.
Todavía angustiado por este suceso decidió
invitar al cura a pasar la tarde en su casa para preguntarle por los últimos
entierros celebrados. Pensó que alguien podría haber removido las tumbas para
realizar algún sacrilegio. Pero las palabras del cura no arrojaron luz al
misterio de la calavera.
Esa misma noche se sentó a cenar con su
mirada expectante, vigilando cada rincón de la casa por ver qué sucedía. De repente
escuchó tres golpes en su puerta, que lo
sobresaltaron. Sin tan siquiera levantarse de la mesa para abrir, la calavera
brincó hasta quedar frente a él sobre la mesa. Permaneció allí hasta que desapareció igual que
apareció. El hombre, asustado, decidió seguir las indicaciones de ésta y
regresó al cementerio a hacerle compañía. Llegado al éste se encontró con
dos desconocidos enzarzados en una pelea. Uno de ellos sostenía una guadaña y
el otro una hoz. Éste último se dirigió a él:
-¿Buscas una calavera descarnada?
Tan asustado estaba que no fue capaz de
proferir ni una sola palabra. Se limitó a asentir mientras pensaba que no era
un sueño, ya que aquellos dos hombres parecían haberla visto también.
-Pues mire en ese campo de ahí al lado –le señaló
y volvió a su pelea con el otro desconocido.
Caminó hasta el campo de al lado donde una
pareja discutía. Al verlo aparecer la mujer le preguntó:
-¿Buscas la calavera blanca?
Tampoco en esta ocasión fue capaz de
responder.
-Creo que marchó al campo de aquí al lado –le
dijo antes de regresar a la discusión.
El hombre corrió preso
del pánico al lugar que le indicaban. Aquellas personas eran aterradoras. Como si acabaran de abandonar
el infierno. Corrió hacia el lugar indicado y encontró una casa. Sin pensarlo
dos veces entró para encontrarse con una dama y su criada. La dama parecía
estar congelada e intentaba acercarse al fuego para calentarse. Pero, la criada
se lo impedía propinándole violentos empujones. La
dama se volvió hacia el hombre con el rostro demacrado, la mirada perdida.
-Si buscáis la calavera está en la
habitación de al lado.
El hombre no podía soportar por más tiempo
aquellas escenas. Corrió hacia la
habitación y cerró la puerta. Al girarse la calavera estaba sobre la mesa y
tras él tres bultos deformes que en otro tiempo debieron ser mujeres.
-Mujer, da de cenar a nuestro invitado.
La primera mujer se acercó hasta la mesa y
depositó un trozo de pan lleno de moho, y una jarra de agua emponzoñada, que el
hombre no tocó.
-Mujer da de cenar a nuestro invitado.
Una segunda forma caminó como un zombi para
dejar en la mesa una cena igual o peor que la anterior, que el hombre tampoco
tocó.
-Mujer trae la cena de nuestro invitado –dijo
la calavera por tercera vez.
En esta ocasión la mujer dispuso una serie
de manjares exquisitos de los que el hombre comió. Tras el festín la calavera
se dirigió al hombre, quien pese a haber comido muy bien, seguía presa del
pánico por lo vivido.
-Voy a explicárte lo que has visto. Los dos
primeros hombres, se estaban peleando por sus tierras. Ahora tienen que luchar
entre si para siempre. La segunda pelea era la de un matrimonio que solían
pelearse a diario. Y la tercera corresponde a una señora que maltrataba al
servicio doméstico. Ahora deberá sufrir hasta el día del juicio final. Y por
último estas tres mujeres fueron mis tres esposas. La primera me trató mal, la
segunda peor, y la última me cuidó hasta el fin de mis días. Tú, por tu parte, desgraciado no fuiste al
funeral de tu propio hijo y sí al de una extraño. Dime, ¿cuánto tiempo crees
que ha pasado desde que saliste de casa?
-He salido hoy mismo a buscarte –le respondió
titubeando.
-No, nada de eso. Llevas aquí años y ni
siquiera te has acercado a la tumba de tu hijo a pedirle perdón. Te daré una
última oportunidad para que lo hagas. Ve a la tumba de tu hijo y arrepiéntete ante
él para obtener el perdón.
El hombre abandonó a la carrera la casa y
buscó la tumba de su hijo. Se arrodilló ante ésta y con lágrimas en los ojos
suplicó su perdón. En ese momento, la mano de su hijo salió para estrechar la
de su padre y juntos obtener el perdón.
Relato escrito por el Jean Moreau, marqués
de La Tour en el año…
Miré quien
firmaba el relato y no pude por menos que mostrar mi sorpresa, la cual captó la
atención de los que allí leían.
-¡El marqués de
La Tour!
Mi buen amigo el
marqués de La Tour había redactado aquel relato. Pero, ¿quién se lo habría
referido? ¿Dónde lo habría escuchado? Y, ¿qué hacía entre las páginas de un
volumen de relatos góticos? Lo cierto era que no dejaba de sorprenderme con sus
historias, y con la forma en la que éstas llegaban a mí. Pensé en el
protagonista y sonreí.
-Hay que dejar
todo bien atado en esta vida –me dije mientras mi mirada se quedaba suspendida
en el vacío, y jugueteaba con el manuscrito hallado.
Me incorporé y
caminé fuera de la biblioteca pensando en aquellas personas con las que había
tenido alguna disputa en los últimos días. Sería conveniente que la próxima vez
que las viera, aclaráramos la situación no fuera a ser que al final me viera en
el papel del viejo hombre.
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