Os dejo con mi nueva contribución a la revista La Cuna de Eros en su número. Que lo disfrutéis.
Claire
No sé si el destino tuvo algo que ver en que yo
entrara en aquel café. Yo quiero pensar que se debió a que estaba nevando, y que
yo comenzara a parecerme a un muñeco de nieve, a medida que avanzaba por el Boulevard
de Saint Germain. Y a pesar de que no era muy frecuente ver la nieve en París,
ese día parecía caer con fuerza y determinación. Y ahí iba yo, con mi abrigo
hasta los pies, mi bufanda alrededor del cuello apunto de estrangularme de un
momento a otro, y mi gorra de visera al estilo de los golfillos del siglo
pasado. Necesitaba entrar en calor cuanto antes, y de paso, trabajar un poco
mientras esperaba que amainara la nevada. De manera que decidí entrar en el
primer café que encontré.
Nada más poner un pie en el interior de éste, sentí como
me envolvía una agradable sensación de calor y bienestar. Emití una especie de gruñido
de satisfacción cuando percibí el aroma a café recién hecho. Sonreí como una
adolescente al girar sobre mis talones y comprobar que las paredes estaban
revestidas por estanterías hasta el techo. Todas repletas de libros. Una
escalera en forma de caracol te conducía a un piso superior, donde había
diseminadas varias mesas y sillas, y en las cuales había gente leyendo en
silencio. Me di cuenta que apenas si se escuchaba una delicada melodía. El
volumen justo para no entorpecer la lectura. Se respiraba una paz que no había
encontrado en otros cafés de París. Tan ensimismada estaba en el ambiente que
no me di cuenta que alguien se dirigía a mí
—Apuesto a que nunca has visto nada parecido —me dijo
una voz masculina en una especie de susurro. Como si no quisiera molestar a los
demás clientes.
Me volví para encontrarme aquel rostro, cuyos ojos me
escrutaban de manera fija e intimidatoria hasta cierto punto.
—La verdad es que…—logré balbucear antes si quiera de
darme cuenta de su presencia. Y eso que estaba parado delante de mí, ocupando
una gran parte del espacio—. Nunca había
visto nada parecido.
Se apartó hacia
un lado, cuando se percató que estaba impidiéndome ver el fondo del café.
—Perdona, pero creo que deberías quitarte el abrigo,
el gorro y demás, o pronto comenzarás a experimentar una subida de temperatura.
—Ups, sí —dije sonriendo como una colegiala mientras le
hacía caso y me quitaba el abrigo, la gorra y demás hasta quedarme con un
jersey y unos vaqueros. No sé porqué me dio la sensación de que era como una
cebolla.
—Si me permites…—dijo mientras tomaba mi abrigo de mi
propia mano y sentía el suave roce, que la suya producía en la mía—. La gorra y
la bufanda si quieres también. Te las guardaré aquí —dijo caminando hacia una
especie de guardarropa.
Me ahuequé mi pelo con las manos para darle algo de
volumen, después de haberlo hecho prisionero bajo la gorra. Ni siquiera me di cuenta
de la mirada que él me estaba dedicando. No hasta que levanté la mía y me fijé
en él. Sentí como mi rostro se encendía por un momento al percibir aquel par de
ojos fijos en mí; por no mencionar su sonrisa encantadora, mientras cruzaba sus
brazos sobre su pecho. ¿Qué demonios estaba mirando? O mejor dicho, ¿por qué me
miraba así y sonreía? Fuera lo fuera me sentí algo cohibida por ser el centro
de atención de él en esos momentos. Pero al mismo tiempo mi pulso se aceleró en
demasía de manera inexplicable.
—Mejor —se limitó a decir mientras asentía—. ¿Qué te
apetece tomar?
Avanzó dos pasos hasta quedarse a escasos centímetros
de mi cuerpo. No sé si se debía a su cercanía, o al hecho de haberme despojado
del abrigo pero no pude evitar sentir un leve temblor por mi cuerpo.
—Té —fue lo primero que se me ocurrió. Lo primero en
lo que pude pensar, pese a que él seguía allí mirándome con curiosidad.
—¿Con leche? —preguntó alzando sus cejas hasta formar
un arco.
—No —me apresuré a responderle mientras de manera tímida
o seductora me colocaba algunos cabellos detrás de mis orejas y le sonreía como
un adolescente que estuviera tonteando.
—Puedes sentarte donde quieras. Ya te lo llevo —dijo
con un sonrisa afable que me gustó sin saber porqué.
Stephan
Se sentó en la mesa junto a la ventana para poder
mirar como seguía nevando en la calle. Luego, sacó un ordenador pequeño de su
bolso, y lo colocó sobre la mesa. La observé detenidamente mientras su mirada
recorría la decoración del café. Aún tenía las mejillas sonrosadas por el frío
de la calle, y en sus ojos brillantes una mezcla de expectación y curiosidad.
En ese momento nuestras miradas se cruzaron y ambos nos limitamos a sonreír sin
saber el motivo de ello. Ella la apartó al instante y la desvió hacia la
pantalla de su ordenador, mientras parecía algo cohibida por este hecho. Sacudí
mi cabeza divertido y traté de centrarme en su té. Debía reconocer que era
atractiva y que me había llamado la atención. Pese a ello me di cuenta que la
estaba volviendo a mirar, y como esperaba a que ella hiciera lo mismo para que
nuestras miradas volvieran a cruzarse. Y se produjo cuando me dirigía hacia
ella para servirle su té. Lo deposité con cuidado mientras ella lo miraba.
—Dime, ¿los libros se pueden coger para leerlos aquí?
—preguntó con un claro tinte de curiosidad en su voz, que me provocó una tímida
sonrisa.
—Así es. La gente puede coger un libro de los cientos
que hay en el café para leerlo aquí.
—Supongo entonces, que la gente pasará horas en este
lugar…
—Tanto como deseé acabar el libro. Hay personas que
vienen todos los días unas cuantas horas.
—Entiendo que el libro no puede sacarse de aquí,
¿verdad? —me preguntó entornando la mirada con curiosidad.
—Entiendes bien. Es el único requisito que pongo.
Bueno, si necesitas algo, sólo tienes que decírmelo. Veo que tienes cosas por
hacer —le dije haciendo referencia a su portátil—. Disfruta del té.
Se quedó mirándome como si fuera a decir algo, pero al
final pareció pensarlo mejor. Di una vuelta por el café recogiendo las tazas de
clientes que ya se habían marchado. Decidí salir a la calle a ver como
discurría la tarde entre nubes grises y copos de nieve, y sonreía al pensar que
aquel clima me estaba ayudando en mi negocio. Pero lo que no podía ni imaginar
era que mi destino estuviera ligado a ese paisaje nevado.
Claire
Intenté centrarme en mi trabajo, pero por alguna
extraña razón, mi mente y mi atención parecían estar en otro lugar. O más bien
debería decir, en otra persona. Sonreía como una adolescente al pensar en ello,
y más cuando con la taza en mis manos dando pequeños sorbos, lo observaba
moverse de un lado para otro por todo el café. Entonces viendo que estaba
distraído, lo miré detenidamente mientras recogía tazas, platos, o charlaba de
forma animada con los clientes. ¡Por todos los diablos! ¿Por qué me comportaba
de aquella forma? Lo primero que se me vino a la mente fue que era atractivo,
lo cual me provocó una sonrisa llena de picardía. Bueno, a decir verdad no es nada malo pensarlo, me dije
entrecerrando los ojos mientras seguía mirándolo. Puse lo ojos en blanco y traté
de apartar mi atención de él centrándome mi novela, la cual, por
otra parte, había dejado de lado hacia ya tiempo. Debería entregarla en el
plazo convenido y por ahora no se estaba cumpliendo. Y desde luego si me
dedicaba a lanzarle miraditas al camarero menos todavía. Resignada miré una vez
más por la ventana como lo copos de nieve caían de manera lenta y silenciosa
sobre la calle. Un fino manto de color blanco comenzaba a cubrir aceras y
coches, y por un momento llegué a preguntarme si no habría sido mejor haberme
marchado a casa en vez de estar allí. Dentro de unas horas las calles podrían
estar intransitables a causa de la nieve. Sonreí divertida cuando una fugaz y
alocada idea cruzó mi mente. ¿Y si me
quedara atrapada en aquel café con él?, me pregunté mientras fruncía mis
labios.
—¿Todo
bien?
Su voz me
provocó un ligero sobresalto que no pude controlar. Mi corazón se aceleró a mil
y yo creí que iba a caerme de la silla. Pero todo se complicó más cuando sentí
sus manos sobre mi brazo sujetándome. Lo miré con los ojos abiertos sin poder
decir nada. Entreabrí mis labios pero lo único que salió por ellos fue un ligero
suspiro. Entonces sentí su mirada cálida, la cual podría derretir la nieve de
las aceras.
—Siento
haberte asustado —dijo a modo de disculpa.
Traté de
ordenar todos mis pensamientos y poder decir algo coherente pese a seguir
sintiendo sus dedos sobre mi brazo. Acariciándolos con exquisita delicadeza, y
de una manera casual, que no podía creer que estuviera provocándome esa extraña
sensación.
—Sí,
estoy… bien. Estaba… mirando como cae la nieve —le dije volviendo a centrarme
en los copos que cubrían las aceras e intentando evitarlo a toda costa—. Lo
cierto es que no esperaba que pudiera cuajar tan pronto. No sé como podré
marcharme a casa…—murmuré sin darme cuenta que él estaba escuchándome ¿Y si no
podía salir del café? ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarme a pasar la noche allí? ¡Pues
claro que no!, me dije mientras fruncía mis labios.
—Seguro que dentro de unas horas ya habrá pasado. No
te preocupes —me dijo guiñándome un ojo mientras regresaba a su trabajo, y yo
lo miraba con curiosidad por la tranquilidad que demostraba pese a que seguía
nevando. Sacudí mi cabeza en un intento por apartarlo de mis pensamientos y
centrarme en mi trabajo. Encendí mi
portátil y me puse a escribir. Debía acelerar la redacción de mi novela, la
cual había aparcado después de la marcha de Sam. Ahora debía volcarme en ella,
o mi editora se cabrearía de verdad.
Stephan
Tuve la impresión de que se había asustado cuando me
acerqué a ella; pero más si cabe cuando la sujeté por el brazo. Su mirada me
había parecido que chispeaba, por algún motivo que desconozco. Aquellos ojos
color miel parecían estar escrutando mi rostro con una curiosidad inusitada;
como si tratara de saber que iba a hacer. Y si os digo la verdad me hubiera
gustado dejarme llevar por mis impulsos y haber rozado sus labios entreabiertos
con la yema de mi pulgar. O haber dejado que mis dedos trazaran el contorno de
su rostro; haber jugado con los rizos de su pelo entre mis dedos. Pero no lo
hice. ¿Por qué? Porque no era el momento, ni el lugar. Ni mucho menos las
formas. Que me hubiera llamado la atención su atractivo, no significaba que
fuera a lanzarme a por ella de buenas a primeras. No era mi estilo. Y ahora la
observaba con el ceño fruncido mirando la pantalla de su portátil y tecleando
con rapidez. En alguna que otra ocasión alargaba de manera sistemática su mano
para coger la taza y sorber un poco de té. Lancé una mirada por la ventana para
darme cuenta que la nieve seguía cayendo y que dentro de un par de horas,
caminar por las calles sería una misión de audaces. Sonreía mientras la
observaba desde detrás de la barra, fingiendo que limpiaba algunas tazas. ¿Y si no podía irse por la nieve acumulada?,
me pregunté mientras me quedaba clavado con mi mirada fija en ella. Alcé mis
cejas hasta que se perdieron bajo algunos mechones de mi flequillo. Sonreí
irónico al imaginarme la situación. Pero aquello, no iba a suceder.
La tarde avanzaba dejando paso a la noche mientras
Claire seguía escribiendo. Parecía que, por fin, había cogido una buena racha y
no paraba. Las ideas fluían y fluían en su cabeza de aquella manera tan
sencilla que no podía dar crédito. Ni tampoco a que su personaje
masculino…Ooooohhh ¡¿qué demonios estaba haciendo? ¿En qué estaba pensando? No
podía ser cierto que… Se echó a reír mientras se llevaba la mano a la boca para
evitar que el sonido de las carcajadas se pudiera escuchar. Pero era tan… tan
increíble que ella hubiera escrito aquello. ¡Por favor!
Stephan
Escuché sus carcajadas ahogadas tras su mano. Sus ojos
abiertos hasta el máximo mientras no los apartaba de la pantalla del ordenador.
¿Qué era tan gracioso? Pero lo que más me llamó la atención fue que me lanzara
furtivas miradas cada pocos segundos. ¿Es que tenía que ver algo con lo que
estaba escribiendo en su portátil? En ese momento nuestras miradas volvieron a
cruzarse y en su rostro se dibujó una sonrisa que sería capaz de elevar la
temperatura exterior. Ni siquiera era consciente de la hora que era, ni de como
había empeorado la climatología. Sólo parecía ser consciente de lo que la dueña
de aquel rostro y su sonrisa me provocaban.
Encendí las luces del café cuando me di cuenta que la
oscuridad comenzaba a adueñarse de éste. Miré mi reloj para comprobar como las
horas habían pasado como si de una ráfaga de viento se tratara. Y que por algún
extraño motivo, quería detenerlas. Vi como levantaba la mirada hacia las lámparas,
que colgaban del techo y luego volvía el rostro de nuevo hacia mí.
Envalentonado por este gesto, que pareció como si me estuviera invitando a
sentarme con ella, así que avancé con paso firme hacia la silla vacía junto a
su mesa. Su mirada me siguió durante el corto trayecto hasta su mesa. Me dio la
impresión de que mes taba estudiando por su manera de mirarme.
Claire
Sentía curiosidad por ver qué se proponía, así que lo
seguí con mi mirada hasta que se sentó frente a mí. Sentía como su presencia ocupaba
por completo mi espacio. Era como si no viera nada más en aquel café. Como si
no tuviera ojos para otra cosa o persona que no fuera él. Y eso me provocó una
agitación, y un sentimiento placentero al mismo tiempo. De repente, un temblor
se apoderó de mis dedos, impidiéndome seguir tecleando con normalidad. Me
humedecí los labios y sentí su mirada fija en mí. De aquella manera que no
sabría como describir. Pero que me hizo sentir a gusto.
—¿Deseas algo? —le pregunté reuniendo fuerzas en medio
de los nervios que me había provocado verlo allí, sentado delante de mí y
mirándome fijamente.
—Sólo quería saber si quieres otro té —respondió con
un tono de voz que se acercó al susurro y me erizó la piel.
—Oh, bueno… la verdad es que…—Debía admitir que me
sentía algo cortada en su presencia y que nada de lo que dijera o hiciera
parecía tener sentido.
—Llevas tecleando durante horas sin parar. ¿Puedo
preguntarte a qué te dedicas?
Se mostró cauto, pero interesado en mi trabajo. Sonreí
de manera tímida mientras inspiraba y apartaba mis manos del teclado. No quería
mirarlo de manera fija pues algo en él me hacía sentir intimidada. Algo que no
había experimentado con anterioridad.
—Soy escritora —dije reuniendo el valor necesario para
decirlo. Me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad mientras se limitaba a
asentir—. Escribo novela romántica.
—¿Historias de amor? —me preguntó sin poder ocultar su
sorpresa en el tono y el su gesto.
—Sí.
—Vaya —exclamó con cara de estar confundido. Estaba
segura que por su gesto y su mirada no era el tipo de novelas que estaba
acostumbrado a leer.
—Supongo que no está dentro de tus lecturas preferidas
—dije con una sonrisa irónica mientras me apartaba el pelo del rostro, como si
quisiera que tuviera un amplia visión de mi. ¿Estaba flirteando con él? No
podía creer que lo estuviera haciendo. Pero así me pareció.
—No es una de mis aficiones, pero… quien sabe. Tal vez
ahora que conozco a una escritora…
Sonreí ante su comentario.
—¿No irás a decirme que después de hoy vas a
convertirte en un ferviente seguidor de mis historias de amor? —le pregunté con
un toque de sutil ironía mientras mi ceja derecha se arqueaba en clara señal de
escepticismo, y mis labios se fruncían en un mohín de desacuerdo.
—No lo sé. Nunca he leído una novela romántica —me
confesó algo avergonzado por este hecho.
—Lo imaginaba —asentí convencida mientras entornaba la
mirada hacia él esperando su comentario. Pero lo que no me esperaba era su
siguiente pregunta.
—Y dime, ya que cuentas historias de amor, ¿cómo es la
tuya en particular?
Su pregunta fue como un mazazo. Nadie me había
preguntando al respecto de mi vida privada en relación a las novelas. Y yo, la
verdad, no tenía mucho que decir después de mi último y estrepitoso fracaso
sentimental. Pero allí estaba yo, mirando a aquel chico, del cual no sabía ni
su nombre, y haciéndome esa pregunta a mí misma.
Stephan
Se quedó callada y pensativa cuando le pregunté por su
situación sentimental. Era como si hubiera presionado algún resorte en su
interior, que hubiera hecho saltar las alarmas. Su gesto risueño pareció
difuminarse en el brillo enigmático, que las lágrimas producían en sus pupilas.
Desvió su atención hacia la ventana para contemplar como los copos de nieve
silenciosos seguían cayendo en París de manera más lenta.
—Disculpa, tal vez no debí… —me disculpé rozando su
mano con la mía captando su atención de nuevo. Su mirada se quedó fija en de
nuestras manos para después dejarla suspendida en mi rostro, mientras parecía
que fuera a decir algo.
—No pasa nada —murmuró—. De todas formas no hay mucho
que contar—. Volvió a desviar su atención hacia la calle mientras parecía
perderse en la inmensidad del manto blanco que cubría París—. Sería mejor que
me marchara. Se ha hecho tarde y…
—Si te esperas puedo acompañarte —le dije sin
pensarlo, lo cual produjo en ella la expresión de sorpresa que esperaba. Temía
que me dijera que no—. Como puedes comprobar nos hemos quedado solos, y dado el
tiempo que hace… No creo que nadie se aventure a venir a tomar un café.
Bajó la vista hacia el teclado y durante unos segundos
permaneció en silencio. Al cabo de los cuales, esbozó una ligera sonrisa y
asintió.
—De acuerdo —dijo muy segura de sus palabras—. No
tengo prisa. Yo también iré recogiendo. Por cierto dime cuanto te debo por el
té.
Sacudí la cabeza mientras me levantaba de la silla y
la contemplaba.
—Déjalo. Invita la casa.
—Pero…
—Otro día que vengas —le aseguré guiñándole un ojo y
dándole a entender que era mi deseo volverla a ver.
Me dirigí hacia la barra para terminar de recoger las
tazas, que aún no había fregado. Pero no importaba. En ese momento, ella ocupaba toda mi atención. Por
alguna extraña razón, deseaba terminar la tarde en su compañía. Quería detener
el tiempo. Exprimir las horas que quedaban. Disfrutar de su sonrisa. Perderme
en su mirada. Y soñar con que aquello podría ser una de las historias que ella
escribía.
Poco después salíamos del café mientras sentíamos como
la nieve se hundía bajo nuestros pies.
—Ten cuidado.
Se volvió hacia mí con gesto irónico en su rostro.
Como si yo pensara que iba a caerse sobre la nieve. La veía avanzar con
seguridad. Logré mantener el equilibrio hasta situarme junto a
ella y fue entonces cuando ella dio un paso en falso y cayó sobre la nieve. Me
apresuré a ayudarla mientras ella no paraba de reír al tiempo que no dejaba de
mirarme.
—Me has asustado —me aseguró fingiendo estar enfadada
conmigo.
Claire
El hecho de sentirlo a mi lado me hizo trastabillarme
y caer sobre la nieve. Luego, sus manos me agarraron y tiró de mí hasta
conseguir levantarme del suelo y acabar contra su propio pecho. De repente,
sentí como uno de sus brazos me rodeada por la cintura para no dejarme caer de
nuevo. Nuestros cuerpos apretados ajenos al frío. Sentía el calor que
desprendía y como éste recorría todo mi cuerpo de manera vertiginosa. Me quedé
mirándolo y mis carcajadas desaparecieron de manera lenta, y torpe cuando fui
consciente de como nos estábamos mirando. De como sentíamos deseos de besarnos.
Se quitó el guante para dejar que su mano se apoderara de mi rostro, y que su
pulgar me acariciara con lentitud, con delicadeza, con ternura.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó en un susurro
mientras sentía su aliento acariciar mis labios de una manera reveladora. Me
los humedecí, sintiendo la necesidad de besarlo. El nudo en mi estómago
ascendía en ese momento de manera vertiginosa hacia mi garganta. Y el temblor
de piernas, debido a la situación más que al frío.
—Sí, no ha sido…—En ese momento, mis palabras murieron
ahogadas en sus labios. En su tierno y dulce beso. Cerré los ojos mientras me
dejaba envolver por la calidez de su boca, la suavidad de sus labios y de su
lengua. Lo rodeé para profundizar más aún el beso mientras sentía a mi corazón
galopar libre como un caballo salvaje. Me di cuenta que mi gorra se había
deslizado hasta caer sobre la nieve. Pero en ese instante nada me importaba. Ni
tampoco podría explicar la razón que me había empujado a dejarme llevar de
aquella manera. Allí, en mitad del Boulevard de Saint Germain, bajo la nieve que
caía a nuestro alrededor de manera silenciosa, y un bosque de paraguas, comencé
sin quererlo a escribir mi nueva historia de amor. Pero, a diferencia de las
otras, en ésta, la protagonista iba a ser yo.
Cuando se separó de mí, se quedó mirándome de manera
tímida. Como si aquello no hubiera sucedido. Sonreí al verlo con aquella
expresión tan tierna en su rostro, que los deseos de fundirme con él me
asaltaron. Recogió mi gorra del suelo y tras sacudirle la nieve me la colocó
apartando mi pelo para que mi rostro quedara libre. Aquel gesto tan casual, tan
inocente y tan romántico, porqué no decirlo, me provocó un leve suspiro,
que no pude imaginar ni contener.
—Tal vez deberías sujetarme —le dije mientras me cogía
de su brazo y me apretaba contra él en busca de calor—. Por si vuelvo a caerme.
Me dedicó una mirada de esas que te hacen palpitar por
dentro. Que te hacen sentir la persona más feliz que pisa la tierra, o la nieve
en mi caso.
Diréis que soy una loca, o una romántica por actuar
como hice. Que tal vez no debí aceptar aquel beso. Pero ni siquiera yo puedo
definir la extraña locura que se apoderó de mí aquella tarde. Sólo sé que me
hizo soñar con algo que existía en mi imaginación. Con esa sensación de felicidad
de la que disfrutaban las heroínas de mis novelas. ¿Tal vez me hubiera llegado
el momento de dar el salto de mis páginas a mi vida real? No lo sé. Ni quiero
preguntármelo. Tampoco estoy segura de si en mi nueva historia pondrá un fin. O
si incluso será feliz. Pero por ahora, continuó escribiéndola.
Qué bonito y qué romántico. Me ha encantado!!!!!
ResponderEliminarUn abrazo!!!
Hola Raquel, me alegro que te haya gustado. La verdad es que quería escribir algo dulce y tierno, y creo que me quedó bien.
EliminarUn abrazo
Te ha quedado precioso, Kike, felicidades. Como apunta Raquel, muy romántico.
ResponderEliminarBesos.
Hola Claudia, gracias por tus palabras. Me alegra que te guste y que pienses que es muy romántico
EliminarBesos
No sabía que colaborabas con esa revista pero que suerte tienen de contar con un escritor como tu. Un besazo.
ResponderEliminarHola Tamara gracias por pasarte. Bueno últimamente les envío un relato romántico. SIempre que tengo tiempo, y se me ocurre alguno. Gracias por tus palabras
EliminarUn besazo