20 jun 2013

Traidora por amor. Capítulo 1.

Coincidiendo con la salida a la venta de la novela, os dejo el primer capítulo para que os podáis hacer una idea de qué va la novela. Espero que lo disfrutéis.

Primera parte

La llegada a Moscú



Rusia, septiembre de 1812

Una inmensa columna de humo se alzaba desde las profundidades de la tierra confundiéndose con los densos nubarrones, que a esas horas poblaban el cielo ruso. La aldea de Borodino se despertaba aquella mañana de septiembre de 1812 con el estridente sonido de los cañones. Era la mañana en la que Napoleón se encontraba con el camino libre hacia Moscú.
Una miríada de hombres, mujeres con niños en sus brazos, a cuestas sobre sus hombros, o en carromatos tirados por bestias, transitaba por el camino que serpenteaba junto al río Moscova. Huían de sus hogares, o de lo que habían sido estos antes de que la guerra llamara a sus puertas. Ahora no eran más que restos carbonizados y humeantes. Vestigios de una batalla sangrienta librada entre las tropas rusas al mando de Miguel Kutuzov, y las de la mayor amenaza para Europa: Napoleón. En un último gesto de patriotismo con el zar y la madre Rusia, los aldeanos habían incendiado sus propias casas y campos con el fin de que los invasores solo encontraran desolación. La política de «tierra quemada» ordenada por el zar pretendía desestabilizar a las tropas de Napoleón, en un intento para que su salida de Rusia fuera inmediata. Por otra parte, los propios soldados rusos se habían visto sorprendidos por la artillería francesa hasta verse en la obligación de retirarse hacia la capital. Esta, por su parte, no ofrecía ninguna posibilidad de ser defendida ante el empuje francés. Napoleón estaba dispuesto a ocuparla a toda costa. Quería demostrar a todas las potencias aliadas contra él que no podrían vencerlo. Que su Grande Armée era poco más que invencible. Y ahora observaba orgulloso el discurrir de los acontecimientos en compañía de los miembros de su Estado Mayor.
  —Moscú. La vieja y sagrada Moscú a nuestros pies, caballeros —dijo con un toque orgulloso mientras enfocaba su catalejo hacia las doradas cúpulas del Kremlim.
  A escasos pasos de él, un joven, pero experto oficial de húsares, lo observaba impertérrito mientras escuchaba sus palabras. «¿Y ahora qué?» —se decía mientras miraba a su emperador—. Una vez conquistada toda Europa, y llegados a la capital de Rusia, ¿qué nos queda?» El joven oficial se hacía esta y otras preguntas en un intento por encontrarle sentido a aquella locura, que lo había llevado a cruzar todo un continente a golpe de bayoneta para llegar justo al sitio en el que estaban ahora. ¿Por qué se había embarcado en una aventura como aquella? ¿Qué sentido podría tener para él? A fin y al cabo su situación no cambiaría de una manera sustancial, pues él seguiría siendo Louis Lacroix, oficial de húsares.
En ese momento el emperador volvió el rostro hacia él y sus miradas se encontraron. Napoleón sonrió tímidamente mientras devolvía el catalejo a un oficial, y caminaba con las manos a la espalda. Vestido con el uniforme de campaña y su abrigo gris hasta los pies, Napoleón se paseaba entre su Estado Mayor con la satisfacción del deber cumplido.
  —Caballeros, la victoria es vuestra. Mañana marcharemos sobre la capital, y aceptaremos la capitulación del zar Alejandro —les informó orgulloso—. ¿Aún no han venido a ofrecerla? —preguntó sorprendido por este hecho.
  —Nadie ha venido a rendir la ciudad todavía, sire —le comentó uno de sus oficiales del Estado Mayor.
 —¿Ni una sola noticia? ¿Ni un simple emisario? —inquirió con ciertos tintes de cólera en su voz, mientras el rictus de su rostro de contraía. En un gesto de rabia se volvió sobre sus pasos dando la espalda a todos los oficiales presentes mientras su mirada volvía a posarse en la capital rusa rodeada por un resplandor anaranjado.
  Fue el momento que Louis eligió para ausentarse de allí y regresar junto a sus hombres. Quería recibir las noticias de las bajas. Y sinceramente, prefería la compañía de estos a la del emperador. Por ello caminó con paso decidido hasta el lugar donde se encontraba la gran parte de su escuadrón de húsares, y al primero que se encontró fue a Bertrand, su más leal amigo departiendo tranquilamente con varios soldados. Al verlo aparecer los hombres se cuadraron en señal de respeto hacia su oficial.
  —Descansen —les ordenó Louis mientras se desprendía de su colbac, o sombrero de cuero forrado de pelo de oso negro. Estaba adornado por una pieza de tela o banderola, una pluma, y una borla. Este tipo de gorro estaba destinado únicamente a la compañía de elite de cada regimiento—. ¿Cuántas bajas hemos sufrido, Bertrand?
  Bertrand era un tipo alto y fuerte, con mirada de águila. Lucía un fino bigote así como las trenzas características de los húsares, con excepción de Louis, quien no gustaba de tales modas.
  —Hemos perdido al menos un tercio de nuestro regimiento —le informó con voz seria mientras la pelliza de color rojo con un ribete de lana negra se movía incesante con los movimientos del brazo de Bertrand.
  Louis lo miró en silencio por unos instantes.
  —Bueno, ese el es riesgo que corremos los húsares. Somos los primeros en entrar en combate, y por lo tanto los primeros en caer. —Descansa —le dijo con un tono menos marcial.
  —¿Qué ha dicho el emperador? —le preguntó ávido de noticias, por saber qué sucedería a partir de ese momento.
  —Moscú. La sagrada y venerada Moscú está ante nosotros, caballeros —le respondió imitando la voz de Napoleón, a lo que Bertrand puso cara de no comprenderlo muy bien. Sin embargo, intuía cuales eran los planes del emperador.
  —¿Eso significa que entraremos en la capital? —le preguntó algo confuso por haberse detenido a escasas verstas de la capital de Rusia.
  —Eso creo —le respondió resignado, como si realmente no quisiera hacerlo.
  —Y una vez que entremos en la ciudad...
  —¿Quién sabe? —le Louis dijo encogiéndose de hombros.
  De repente, el sonido de voces atrajo la atención de Louis, quien en esos momentos miraba por encima del hombro de Bertrand, al lugar donde se desarrollaba la escena. Se trataba de algún tipo de altercado en el que se veían inmersos algunos de sus hombres, a juzgar por el uniforme del regimiento. Louis se abrió camino pasando junto a Bertrand, quien se volvió hacia su amigo para ver hacia donde se dirigía.
  —¿Adónde vas? —le preguntó volviéndose hacia él, pero sin recibir respuesta alguna.
  Louis caminaba con paso enérgico mientras el sable y la cartera en la que se guardaban las órdenes le golpeaban la pierna. Entrecerró los ojos en un intento por identificar mejor a sus hombres, quienes parecían estar riéndose a costa de algunos campesinos rusos. Cuando estuvo a escasos pasos de la escena, sus ojos se fijaron en el pequeño cuerpo de un campesino, que era zarandeando entre los soldados. Cuando Louis los apartó a empellones, estos se quedaron paralizados, e incluso uno de ellos hizo ademán de golpearlo, pero se contuvo al reconocer a su oficial. La mirada de Louis era ahora de ira y cólera por lo que acaba de contemplar con sus propios ojos. Paseó su mirada por los soldados de su regimiento para identificarlos, y se detuvo en quien parecía estar al mando.
  —¿Qué significa esto, Maurice? —le preguntó encarándose con él.
  El interpelado era un soldado alto y fuerte, que parecía retar a Louis, a juzgar por la postura que había adoptado con sus manos sobre las caderas, y el mentón alzado. Las miradas de ambos se cruzaron durante unos segundos hasta que Maurice pareció comprender el mensaje de su superior y se relajó.
  —Solo nos estábamos divirtiendo —le respondió sin darle la mayor importancia.
  —¿Divirtiendo? —repitió Louis asqueado por aquella palabra—. ¿A costa de los campesinos rusos? —le preguntó encarándose de nuevo con él.
  —¡Maldita sea Louis, son solo campesinos! —le dijo justificando su acción.
  —¡Campesinos, sí! Que se merecen cualquier respeto por nuestra parte. No olvides que esta es su tierra, su país. Ni tampoco olvides que les hemos arrebatado todo. Les hemos traído la guerra, el hambre, la desolación y la muerte a las puertas de su casas —le dijo rechinando los dientes mientras sentía la furia crepitar en su interior como una hoguera—. No somos bandidos, ni bárbaros incivilizados que nos dediquemos al pillaje o a violar a las mujeres por simple diversión. No lo olvides. Somos soldados de la Grande Armée.
  Se apartó unos pasos de Maurice para volverse hacia el campesino al que habían estado zarandeando. Estaba algo apartado de él y con el rostro vuelto y oculto por sus cabellos negros y rizados. Louis se acercó hacia este dispuesto a pedir disculpas, cuando el campesino se revolvió mostrando su verdadera identidad. En ese momento Louis fue testigo mudo de la más hermosa belleza en aquellos desoladores parajes. Los ojos más azules y cristalinos que jamás nunca antes había contemplado. El rostro más dulce pese a la rabia que mostraba. La piel más blanca y tersa jamás imaginada sobre la que destacaba un hilo de sangre resbalando por la comisura de sus labios sonrosados. Louis hizo ademán de limpiárselo con un pañuelo que extrajo del interior de su fajín, pero la mano de la campesina lo rechazó haciendo que la suave seda de color blanco cayera sobre el barro y se ensuciara. Louis siguió su camino con la mirada hasta que se posó sobre este, y a continuación levantó sus ojos para dejarlos suspendidos en los de la muchacha.
  —No me toquéis. No quiero nada que tenga que ver con vos —le espetó en un perfecto francés antes de escupirle sobre la punta de las botas ya sucias por el lodazal.
  —¿Quién os ha golpeado? —le preguntó tratando de modular su tono lleno de ira hasta convertirlo en un susurro.
  Su silencio no hizo sino acrecentar la rabia de Louis, quien se volvió hacia sus hombres con el cuerpo tenso. Ninguno de ellos respondió, y Louis se centró en Maurice como responsable de aquel grupo de soldados. Se situó frente a él mirándolo fijamente esperando su explicación. Podía sentir cómo se le aceleraba el pulso y cómo le hervía la sangre; pero también podía sentir los ojos de la muchacha sobre él. Esa mirada tan limpia y cristalina.
  —No —respondió con la parsimonia y la gallardía propia de los húsares.
  Louis entrecerró los ojos como si estuviera intentando averiguar si decía la verdad, pero Maurice ni se inmutó. Y cuando Louis se alejó, este habló.
  —No entiendo a qué viene tanto interés por lo que le haya podido ocurrir. ¿Qué problema hay? Ya te he dicho que no es más que una campesina.
  Louis se volvió como un huracán hacia Maurice dispuesto a golpearlo, cuando sintió que los brazos recios de Bertrand lo detenían. Este, sin embargo, hubo de hacer acopio de todas sus fuerzas para sostener a la especie de bestia enfurecida que era en esos momentos Louis.
  —Apártate de mi vista —le dijo con un tono frío y cortante mientras su mirada se tornaba amenazante.
  Maurice sonrió burlón sin mostrar miedo aparentemente a pesar de ser un superior. Antes de alejarse le lanzó una última mirada a la muchacha, quien desvió la suya en señal de desprecio. Pero entonces, sus ojos se encontraron con los del oficial francés que había acudido en su ayuda. Tenía el ceño fruncido y una expresión aterradora en su rostro de trazos angulosos. Labios finos que ahora se apretaban por la furia. Sin embargo, sus gestos parecieron relajarse, y hasta dulcificarse cuando se percató de que ella lo miraba. Sus músculos perdieron la tensión del momento y Bertrand lo fue soltando poco a poco. Quiso sonreírle, pero no supo como hacerlo. En cierto modo se sentía intimidado, paralizado por aquellos ojos, y aquel rostro tan juvenil, tan puro y tan inocente que ya conocía los horrores de la guerra.
  Hizo un intento por acercársele y ofrecerle su ayuda por segunda ocasión. Confiaba en que tal vez ella no se mostrara tan distante, aunque entendía su actitud. Respiró hondo en un intento por relajarse del todo y no dar ese aspecto fiero y puede que desalmado que había ofrecido. Incluso sonrió tímidamente cuando recogió el pañuelo del suelo y por segunda vez se lo ofreció. Durante unos instantes se miraron fijamente sin saber por qué. Era como si ambos se estuvieran estudiando. Comprobando si podían confiar el uno en el otro. Bertrand por su parte no apartaba la mirada de su amigo y superior sin saber por qué diablos se comportaba de aquella manera. ¿Por qué ese desmedido interés en aquella campesina rusa? Estaba de acuerdo en querer salvarla de sus hombres, pero nada más. Insistir en atenderla le parecía algo raro en él.   
  La campesina extendió su pequeña y ennegrecida mano hasta rozar con la punta de sus dedos la suave tela. Louis se mantuvo expectante en todo momento hasta que ella lo tomó en su mano sin apartar su mirada de la del joven oficial de húsares en ningún momento. Solo por un breve lapso de tiempo las yemas de sus dedos se rozaron tímidamente antes de que ella se llevara el pañuelo a los labios para limpiar la sangre sintiendo al momento su suavidad y el frío de la nieve. ¿Cómo era posible que un soldado francés pudiera ser tan considerado con ella? Había conocido a muchos en los últimos días y podía asegurar que no tenía nada en común con ellos. Los soldados buscaban a las jóvenes muchachas para violarlas antes de acabar con ellas o dejarlas abandonadas en mitas de la nada. En todo momento sentía su mirada sobre ella. La delicadeza de su trato. Cuando hubo terminado de limpiarse contempló su sangre impregnada en la delicada tela. Se lo devolvió mientras Louis sonreía complacido por este gesto y se lo guardaba.
—Bertrand atiende a esta muchacha —dijo sin apartar la mirada de ella—. Llévala a mi tienda y...
—Os repito que no necesito vuestra ayuda —le interrumpió con un tono frío y cortante, como las bajas temperaturas que se respiraban, y que dejaba claro que no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente a su enemigo.
  —Podéis descansar y tomar algo —insistió él.
 —¿Acaso pretendéis comprarme con buenas maneras? ¿Estáis dispuesto a mostraros hospitalario conmigo después de que me habéis arrebatado mi hogar y mi familia? —le preguntó mientras apretaba los puños contra los costados de su falda de campesina, y sentía la sangre caliente recorrer sus venas de manera enfurecida.
 —Lamento el daño que os haya...
 —¡Lamentáis! Seguro que sí —le dijo en un tono jactancioso mientras se encaraba aún más con él, ante la atónita mirada de Bertrand.
  —Os pido disculpas en nombre de mis hombres y en el mío propio —le dijo inclinando la cabeza frente a ella en un claro acto de sumisión.
  Y cuando Louis volvió a su posición inicial ante aquel rostro enmarcado entre rizos negros, volvió a sumergirse en aquellos ojos tan claros y tan azules como las aguas del Sena. Y ni tan siquiera sus carcajadas burlonas consiguieron apartarlo de sus pensamientos.
  —Buen intento, pero no es suficiente.
  —¿Qué deseáis? Puedo ordenar que os concedan lo que queráis. Soy un oficial de húsares y todos me obedecen.
  —¿Lo veis? —exclamó acercándose peligrosamente hasta él mientras su miraba parecía ahondar en su alma en busca de sus verdaderos sentimientos.
  —¿A qué os referís? —le preguntó Louis confundido y hasta cierto punto intimidado por el arrojo de aquella campesina rusa. Aunque teniendo en cuenta su situación poco o nada tenía que perder frente a él.
  —A que os pensáis que todos deben obedeceros por el hecho de ser un oficial del regimiento de húsares de Napoleón. A eso —puntualizó señalándolo con el dedo hasta que este rozó su guerrera.
  —Pero… —Louis estaba algo confuso y aturdido por el comportamiento de ella, y también por unos indescriptibles deseos de no dejarla partir, por el momento. Estaba dispuesto a ayudarla después de lo sucedido con Maurice y sus hombres—. Solo intento ser amable.
  —Os estoy agradecida por haber intervenido antes, pero eso no me obliga a estar en deuda. Yo no he pedido vuestra ayuda. —Le dejó claro mientras sonreía de manera maligna y cruzaba sus brazos sobre su pecho realzándolo un poco por encima del escote.
  —Intervine porque pensé que era mi obligación.
  —Me consuela saber que no lo hicisteis porque sois un oficial de húsares —le dijo con cierta chanza en el tono de su voz mientras sonreía irónicamente y alzaba su ceja derecha de un modo significativo—. Y no porque me considerarais una muchacha indefensa.
  —Creed lo que queráis —le dijo Louis frunciendo el ceño mientras gesticulaba con los brazos—. ¡Qué puede importarme el destino de una campesina rusa como vos! —murmuró mientras hacia intención de volverse y darle la espalda, pero al momento se giró de nuevo hacia ella. Su repentino giro la sorprendió hasta casi hacerla caer, y Louis se mostró ágil de reflejos al extender su mano y sujetarla. Luego la acercó aún más a su cuerpo sin dejar de contemplar sus hermosos ojos. Sintió por un instante cierta sequedad en la boca y parecía que le costase siquiera hablar. Y cuando por fin las palabras parecieron regresar a su boca murmuró—: Solo os estoy brindando mi ayuda. Insisto.
  Su aliento acarició el rostro de la muchacha lenta y suavemente. Su mirada era profunda y cargada de sentimiento, y sus palabras parecían verdaderas. Pero ella era una campesina rusa y él un oficial francés. Un enemigo. Un invasor. ¿Por qué debería creerlo?
  —¿Quién me asegura que no me habéis liberado para luego aprovecharos de mi en vuestra tienda? —le preguntó mientras entrecerraba los ojos tratando de adivinar si el pensamiento se le había pasado por la cabeza al oficial.
  La pregunta y el tono empleado por la muchacha lo sorprendieron tanto como un ataque inesperado por el flanco derecho. Por un momento se sintió derrotado. Como si se hubiera caído del caballo y ahora estuviese a merced del enemigo. De una hermosa enemiga, a decir verdad. En todo momento, Bertrand permaneció inmóvil atento a cualquier gesto de la muchacha contra Louis. No se fiaba de los campesinos rusos, los cuales habían producido innumerables bajas entre sus filas. Pero en este caso la única arma que parecía tener la campesina era su mordaz lengua.
  —No soy uno de esos que se dedican a saquear y violar a las mujeres. Tenedlo presente.
  —Pero sois un oficial francés. Un enemigo de la madre Rusia —le susurró ella lentamente y de un modo significativo mientras la piel se le erizaba.
  —Que no desea que se cometan injusticias con el pueblo ruso.
  —¿Con todos o solo con sus muchachas? —le preguntó arqueando su ceja derecha con elocuencia mientras sonreía burlona, sabiendo que estaba consiguiendo derrotarlo en su hombría.
  —Tenéis toda la razón del mundo —comenzó diciendo mientras cambiaba el tono de su discurso, y ahora se mostraba pretencioso—. Nada me obliga a ayudaros. De manera que si no queréis… —le dijo haciendo acopio de la frialdad que había empleado con sus soldados, al tiempo que se separaba de ella.
  La muchacha lo vio alejarse con pasos lentos y medidos en todo momento; él esperaba que ella lo detuviera. De pronto escuchó su voz a sus espaldas.
  —Esperad. No os vayáis.
  Louis sonrió para sí mientras lentamente se volvía hacia ella. La muchacha permanecía en la misma posición en que él la había dejado. Tenía el aspecto frágil de una muñeca de porcelana, pero él apostaba a que era fuerte y tenía una voluntad de hierro. Estaría acostumbrada a trabajar desde el amanecer al anochecer, sin descanso. Su aparente fragilidad exterior nada tendría que ver con la vida que habría llevado. Entrecerró los ojos escrutando su rostro, y las sensaciones que este le transmitía. ¿Acaso estaba interesado en ella? Solo como pasatiempo divertido en medio de aquella locura de guerra. Por supuesto, una vez que se hubiera restablecido, ella se marcharía, y él la dejaría hacer. Pero por algún extraño motivo aquella muchacha le había caído en gracia, y estaba dispuesto a ayudarla.
  Caminó lentamente con las manos a la espalda mientras el sable y su cartera de piel negra destinada a contener las órdenes militares danzaban detrás de él. Esbozaba una sonrisa cínica, que no dudaba el ocultar a medida que se acercaba hasta ella. La muchacha lo veía avanzar en su dirección con el digno porte de un soldado de Napoleón. Había escuchado decir que eran sin duda los más elegantes en su uniforme y los más valientes en combate. Por otra parte, había escuchado también comentarios en torno al cuerpo de caballería, y en especial al de húsares. Y que en nada tenían que envidiar a los propios cosacos del zar. Aguerridos, valerosos, leales, pero fanfarrones y hasta cierto punto galantes. Y a fe que ella lo estaba comprobado por sí misma en esos momentos.
  Louis se detuvo delante de ella con aquel porte digno de un Adonis, a pesar de que su uniforme estaba algo sucio. Sus ojos oscuros como el abismo y sus cabellos arremolinados le otorgaban un aspecto desaliñado, pero atractivo de igual manera. Lucía una sonrisa socarrona en su rostro.
  —¿Os lo habéis pensado mejor? —le preguntó entornando la mirada hacia ella.
  La muchacha sonrió burlona por el comentario, pero más que nada por la actitud que había adoptado él.
  —Es posible —le respondió en un tono que denotaba cierto juego del gato y el ratón.
  Louis respiró profundamente mientras no dejaba de contemplarla. Sus cabellos rebeldes enmarcando ese rostro tan aniñado de trazos finos y delicados. En cierto modo le llamaba la atención que fuera una campesina, y al mismo tiempo su piel pareciera tan tersa y suave. Tal vez el frío invernal de aquellas tierras le beneficiara y la ayudara a conservarla de esa manera. Se mostraba muy segura, como si supiera que él acabaría haciendo lo que le pidiera.
  —¿Aceptaríais mi invitación en mi humilde tienda? —le preguntó alzando la ceja derecha.
Se produjeron unos segundos de silencio en los que la muchacha pareció pensarlo; Louis creyó que se estaba burlando de él o haciéndose la interesante.
—De acuerdo.
  —Bien —murmuró suavemente sin poder apartar los ojos de ella. Se volvió hacia su ayudante Bertrand y le preguntó—: ¿Está preparada mi tienda?
  —Lo está, Louis —respondió este asintiendo mientras trataba de adivinar si su amigo y superior estaba jugando con aquella campesina rusa.
  —Entonces vayamos —sugirió mientras se apartaba de su paso.
  La muchacha lo contempló con cierto recelo por su galantería, aunque no le extrañaba lo más mínimo pues lo había podido comprobar con anterioridad. Cruzó delante de él sintiéndose observada en todo momento, y sabedora del poder que podría ejercer sobre él.
  Bertrand se aproximó hasta su amigo y le susurró:
  —¿Te has vuelto loco?
  —¿Por qué? —le respondió Louis sorprendido por la reacción de su amigo.
  —Llevarte a una campesina rusa a tu tienda…
  —Oh, vamos, ¿no irás a pensar que…? No, no puedo creer que tú estés pensando… —le dijo sacudiendo su cabeza.
  —¿Entonces no tienes ningún interés oculto? —le preguntó con una mezcla de sorpresa y alarma en su voz al tiempo que arqueaba sus cejas hasta perderse bajo su gorro.
  —No de los que tú te imaginas —le respondió sonriendo burlón. Luego se detuvo frente a su amigo y posando su mano sobre su hombro, lo miró a los ojos y le dijo—: Mi único interés es mantenerla alejada de Maurice.
  Bertrand iba a responder cuando se percató que Louis ya había salido en pos de la campesina rusa. Lo vio alejarse junto a ella mientras fruncía el ceño y sacudía la cabeza. Al cabo de unos segundos pareció más tranquilo.
  —Empezaba a pensar que iba a enredarse con ella —se dijo a sí mismo mientras volvía con el resto de los soldados. 


—Aún no conozco tu nombre —comentó Louis volviéndose hacia ella una vez que estuvo alojado en su espartana tienda de campaña.
  La muchacha lo miró sin interés y se encogió de hombros.
  —¿Qué importancia puede tener mi nombre para vos? Solo soy una vulgar campesina rusa a la que Napoleón ha arrojado de su hogar y a la que ha despojado de todo —le dijo con un tono mordaz que provocó una mueca de desagrado en Louis.
  —Tenéis razón. No os lo voy a discutir —le dijo mientras se despojaba de su guerrera y la dejaba sobre una silla. A continuación hizo lo mismo con su sable y la cartera—. Pero eso no impide que dos personas civilizadas que acaban de conocerse se presenten. Yo soy Louis Lacroix —dijo con tono humilde, inclinándose hacia delante.
  La muchacha lo observó detenidamente hacer aquel gesto tan caballeroso, pero ridículo al mismo tiempo según ella. Cuando Louis volvió a fijar su mirada en la de la ella percibió cierto brillo malicioso que denotaba cierta diversión por su parte. Como si ella se estuviera divirtiendo con sus modales.
  —¿Cómo os llamáis?
  —¿Por qué debería responder?
  —Porque acabamos de conocernos, pero desconozco vuestro nombre, ya os lo he dicho.
  La muchacha sonrió burlona y divertida ante su insistencia.
  —Olga.
  —Bien, Olga, ¿sois de Moscú? —le preguntó mientras se acercaba a ella y se detenía a escasos pasos. Extendió las manos, pero al momento ella se apartó en un acto reflejo para quedarse mirándolo con recelo.
  —Apartaos de mí u os juro que os morderé —le espetó mientras su mirada se volvía fría como el día.
  —No iba a haceros nada. Solo quería comprobar el corte que tenéis en el labio —le explicó Louis con toda naturalidad mientras levantaba las palmas de sus manos hacia arriba en señal de tregua.
  A pesar del gesto, Olga mantuvo la distancia como medida de prudencia. Y cuando Louis se dio la vuelta hacia la mesa de madera que habían desplegado para él en mitad de la tienda, ella se sintió algo confundida por haberse comportado de aquella manera. Por haber recelado de sus intenciones antes de conocerlas. Ahora Louis vertía agua sobre un cuenco y cogía un trozo de lienzo blanco con los que se vendaban las heridas.
  —¿Puedo curaros el corte? —le preguntó mostrándole sus utensilios como prueba de su buena voluntad—. ¿O también pensáis abalanzaros sobre mí para morderme y arañarme?
  Olga sintió que sus mejillas se encendían de vergüenza. Por haberlo juzgado mal desde un principio, pero había oído comentarios acerca de lo que los soldados franceses estaban haciendo a las mujeres rusas. Tal vez no todos los comentarios que había escuchado fueran ciertos; no dudaba que algunos lo hicieran, pero tampoco dudaba que era una manera de acrecentar el odio hacia los invasores.
  —Sentaos sobre la cama —le dijo indicándole un austero catre.
  Olga echó un vistazo rápido al catre y después se volvió a concentrar en Louis, quien la miraba sin comprender que le sucedía ahora. Finalmente, Olga accedió a sentarse y aguardó pacientemente a que él se acercara. Cuando se arrodilló frente a ella, se sintió turbada considerablemente, pues no esperaba este gesto por su parte. Su mirada siguió la mano de Louis cuando este mojó el paño en el agua, y se lo acercó con determinación y atención hasta el corte del labio. Olga se sobresaltó al sentir el contacto sobre la herida, lo que hizo que Louis se detuviera, turbado. Tal vez no hubiera sido el contacto de paño sobre sus labios en sí, sino la forma en que Louis la miraba.
  —¿Os he hecho daño? —le preguntó con el ceño fruncido y un tono de disculpa en su voz.
  —No… —susurró entre balbuceos por los nervios que ahora parecían atenazarla—. Pero, dejadme —le dijo desviando su mirada hacia el paño, que Louis aún mantenía en la mano.
  El suave roce de sus dedos sobre los suyos le provocó una extraña y placentera sensación. Miró fijamente sus manos y comprobó que pese a ser las de una campesina, poseían una delicadeza y una suavidad dignas de alguien de la nobleza. Cuando levantó su mirada de estas para dejarla suspendida en aquellos ojos tan azules, Louis se sumió en un desconcierto sin igual. Verla allí sentada pasando suavemente el trapo empapado en agua por sus carnosos labios le produjo una sensación de protección jamás antes conocida.
  —Decidme, ¿quién os lo hizo? ¿Fue Maurice? —le preguntó queriendo saber quien había sido el salvaje que la había golpeado hasta casi partirle el labio.
  —¿Qué importancia puede tener? —le preguntó mirándolo detenidamente mientras memorizaba cada una de las expresiones de su rostro.
  —Lo creáis o no, la tiene. No puedo consentir que mis hombres anden por ahí causando… Humillando a la gente —dijo finalmente algo confuso y malhumorado a la vez.
  —Entonces, tal vez deberíais castigaros a vos mismo —le dijo con un tono divertido mientras dejaba que sus manos descansaran sobre su regazo y el trapo casi resbalara de estas.
  —¿Creéis que debería hacerlo? —le preguntó con un susurro apenas perceptible salvo para ellos dos, mientras seguía mirándola contrariado. Tal vez fuera la inocencia que irradiaba por todos sus poros o su mirada limpia y transparente. No sabría especificar a ciencia cierta el motivo de su estado.
  —Vos sabréis los pecados que habéis cometido —le respondió seriamente—. Tal vez no os hayáis propasado con ninguna muchacha rusa, pero debéis admitir que sois partícipe de la destrucción que vuestro emperador está causando en Europa.
  Sus explicaciones resueltas y certeras no dejaban de sorprenderlo ni un solo momento. Debía admitir que para ser una campesina, Olga estaba bastante instruida. En ese momento la contemplaba confundido por su facilidad a la hora de hablar, y al hecho de mostrarse valiente con él. No parecía tenerle miedo, ni respeto. Desde el primer momento le había dejado claro que él era un invasor en su país.
  —Napoleón ofreció al zar Alejandro un tratado provechoso para ambos —le explicó incorporándose de la postura que había adoptado para curarle la herida.
  —¿Os estáis refiriendo a unirse para combatir a Inglaterra? —le preguntó sonriendo cínicamente.
  —Veo que estáis muy bien informada de los asuntos políticos a pesar de ser una simple campesina —apuntó algo perplejo por sus conocimientos y recalcando sus últimas palabras.
  —Y como el zar Alejandro se negó, Napoleón decide invadir Rusia —resumió con un toque de malhumor incorporándose también ella y dejando sobre la alfombra el cuenco de agua y el pañuelo con el que se había curado la herida del labio. Se enfrentó a su mirada una vez más, pero creyó que esta vez no lo soportaría, ya que de repente las piernas comenzaron a temblarle. Tal vez fruto del arrojo que estaba demostrando al enfrentarse a él. O bien del miedo que en realidad estaba pasando allí sola en compañía de aquel extraño y apuesto oficial de húsares.
  Louis la miró perplejo mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho.
  «¿De dónde diablos ha salido esta criatura? A fe mía que no tiene nada que ver con las mujeres que he conocido. No tiene reparo en retarme y lanzarme a la cara todo su odio y desprecio hacia los franceses. Aunque es normal en su situación, seguramente yo también lo haría.»
  —Por cierto, ¿dónde aprendisteis a hablar francés? —le preguntó de repente cogiendo a Olga desprevenida.
  Esta se quedó muda de repente sin saber qué decir. No sabía por qué cambiaba el tema de conversación en aquel momento, y de aquella forma tan brusca.
  —¿Por qué? ¿Acaso no es perfecto? Oh, sí ya lo sé. Lo aprendí en la escuela —le dijo resuelta.
  —Veo entonces que no todo es malo, ¿no creéis? —le preguntó Louis burlándose de ella.
  —¿Aprender la lengua del invasor? ¿A eso lo llamáis algo bueno? —le preguntó irónica mientras apretaba los puños contra sus costados.
  —Veo que no somos de la misma opinión. Pero dejadme deciros que no todos los franceses somos unos bárbaros.
  —Si aprendemos el francés es para conocer mejor al enemigo —le dijo con toda determinación mientras entrecerraba sus ojos y trataba de recomponer su aspecto.
  —Un detalle por vuestra parte —le dijo Louis mientras alzaba en alto una copa de vino, que acababa de servirse y le tendía a ella una, que rechazó al instante. A continuación Louis efectuó un brindis—. A vuestra salud, Olga.
Contempló como Louis ingería el contenido de la copa de vino de un trago sin mover un solo músculo de su cuerpo. Le había gustado escuchar su nombre en sus labios y el suave susurro que había producido. Louis dejó la copa sobre la mesa y adoptando una pose bastante altiva la miró como si fuera a devorarla. Aquella forma de mirarla encendió todas las alarmas en la cabeza y el cuerpo de Olga, quien se prestó a defenderse ante un posible ataque de él. Sintió que la respiración se le aceleraba sin que pudiera contenerla, y que la rabia acumulada durante días parecía haber alcanzado su cota máxima. Esperó pacientemente a que él se abalanzara sobre ella, pero nada de eso sucedió. En un segundo Louis dulcificó su mirada y el gesto de su rostro. Volvió a parecerle el hombre amable, que había conocido desde el primer momento. Decidió iniciar rápidamente una conversación no fuera a ser que cambiara de idea. Además, debía marcharse de allí cuanto antes. No era un lugar seguro para ella. Pero necesitaba información.
  —¿Qué piensa hacer vuestro emperador una vez que llegue a Moscú?
  La pregunta lo cogió desprevenido y por un momento no supo cómo reaccionar. Miró a la muchacha de manera neutra y se encogió de hombros.
  —No lo sé. Solo soy un oficial que cumple órdenes.
  —En ese caso debo deciros que no encontraréis mucha resistencia —dijo captando la atención de Louis, quien la miró con el ceño fruncido—. El general Kutuzov ha ordenado evacuarla con el beneplácito del zar Alejandro.
  —¿No hay nadie en Moscú? —le preguntó Louis asombrado por aquella noticia.
  Olga sacudió la cabeza en sentido negativo mientras se hacía la desinteresada.
  —¿Ni siquiera los altos mandos, o los notables de la ciudad?
  —Nadie.
  —¿Abandonáis la ciudad a su suerte? —le preguntó con una mezcla de sorpresa y confusión en su voz. No comprendía ese gesto por parte de sus habitantes.
  Olga sonrió burlona sabiendo cuales eran los planes del zar, pero no iba a revelárselos a un oficial francés.
  —No podíamos defenderla, luego es mejor entregarla que verla destruida, ¿no creéis?
  Louis seguía fascinado por la facilidad de palabra y los conocimientos políticos de aquella campesina. Debía reconocer que estaba convirtiéndose en la mejor fuente de información que había tenido en los últimos días.
  —Entended que si las tropas entran en la ciudad… bueno… estoy convencido de que la saquearán. Se dedicarán al pillaje, y solo os quedara una ciudad en ruinas —le dijo con cierto toque de alarma en la voz. No comprendía ese gesto por parte de sus habitantes.
  —Es mejor reconstruir una ciudad que las vidas de miles de rusos, ¿no creéis? —dijo ella enarcando una ceja en señal de advertencia—. Si se pierde la ciudad, siempre se puede regresar a esta, pero si se pierde la vida…
  El comentario de la muchacha turbó aún más a Louis, quien empezaba a recelar de ella. Había algo que le hacía sospechar acerca de su verdadera identidad. Puede que tuviera el aspecto de una campesina, pero su forma de hablar y la manera de comportarse no acababan de convencerlo; y ahora este discurso político sobre Moscú y Napoleón. «¿Tal vez una espía del propio zar aquí en mitad del campamento francés?», pensó por un breve instante.
  —¿No tenéis miedo?
  —¿Miedo? ¿A qué? ¿A quién? —le preguntó mirándolo con los ojos entrecerrados mientras sentía que se le aceleraba el corazón ante la cercanía de él.
  —A caer en manos del enemigo, o a que…
  —Antes lo tenía, pero vos me salvasteis —le recordó con ironía mientras se apartaba de su camino y caminaba por el reducido espacio que representaba la tienda de campaña. Quería alejarse de él pues sabía que su enigmática mirada estaba produciendo una extraña sensación en ella.
  —Es cierto, tuvisteis la suerte de que yo apareciera.
  El sonido de su risa alta y clara inundó la tienda como el sonido de una balalaica. Louis la miró ceñudo mientras aguardaba la explicación a aquella carcajada. Y cuando se giró hacia él con la mirada encendida y parte de sus cabellos ocultándole el rostro, otorgándole aquella imagen tan misteriosa y seductora, Louis no supo cómo reaccionar, pues en cierto modo se sentía empequeñecido ante el poder que ella parecía ejercer sobre él. Olga lo miraba de manera divertida, alegre, como quien se sabe ganador en una partida de ajedrez. Como el lobo que acorrala a su presa.
  —Ya volvió a salir el orgullo francés —dijo adoptando un tono irónico en su voz—. El bravucón oficial de húsares. Oh, sí, tuve suerte, ¿verdad? —le preguntó mientras lo miraba y se reía.
  —Debéis admitir que si yo…
  —¿Acaso pensáis que no habría sabido cómo defenderme? —le preguntó mientras su mirada se tornaba fría como la noche en aquellos parajes. Se encaró con él sin importarle que sus cuerpos estuvieran separados por escasos centímetros, y pudiera percibir el aroma a cuero y a pólvora. No temía su mirada fija sobre ella ni que fuera más alto.
  —Apuesto a que sabríais muy bien cómo hacerlo —le dijo finalmente él sin poder apartar sus ojos de los suyos. Sintiendo que ella parecía estar poseyéndolo lentamente sin que él pudiera hacer nada por evitarlo, ¿o sí?
  —Guardaos de los campesinos rusos, oficial Lacroix —le dijo con tono elocuente mientras sus ojos relampagueaban como las estrellas en mitad de la noche oscura. Solo que a diferencia de estas, los ojos de Olga le parecían más hermosos, más brillantes. La muchacha se giró para marcharse, pero él la sostuvo por la muñeca con gran facilidad y delicadeza. La volvió hacia él para fijar su mirada una vez más sobre su rostro.
  —¿Por qué decís eso?
  —Porque no entregaremos en bandeja el país a Napoleón. Y ahora, ¿podríais soltarme para que pueda marcharme? —le preguntó mientras su mirada descendía hasta su mano y después ascendía hasta su mirada.
  Sintió sus dedos firmes sobre su muñeca, y como éstos le enviaban un torrente cálido por todo el brazo. Deseó permanecer más tiempo en su compañía, ya que por algún extraño motivo, esta no le desagradaba pese a ser un francés.
  —¿Por qué debería dejaros marchar? ¿Acaso no estáis a gusto aquí? —le preguntó sintiéndose algo torpe y falto de práctica con las mujeres. Expresó cierta timidez en su rostro y en el tono de su voz.
  Olga sintió el calor delator de sus deseos inundando su cuerpo y acrecentándose en sus mejillas. Louis sonrió complacido por aquel gesto y aguardó impaciente a que ella hablara. No quería dejarla marchar, pero tampoco podría obligarla a permanecer con él. ¿Tal vez retenerla como si fuera un rehén?
  —Os agradezco todo lo que habéis hecho por mí —comenzó diciendo con un tono lento y pausado mientras intentaba por todos los medios que sus nervios no la traicionaran. Y para ello entornó los ojos para no mirarlo a la cara—. Pero mi sitio está junto a los míos.
  Louis se quedó callado durante unos segundos, pero aún sujetándola por la muñeca con la delicadeza propia de la situación. El campamento francés no era el lugar idóneo para una muchacha rusa. Entendía que en cualquier momento alguien podría tomarla por lo que no era, y él tendría que volver a intervenir.
  —¿Adónde iréis? —le preguntó con un toque inesperado de urgencia por volver a verla, aunque no quería delatarse.
  —Lejos de Moscú, ya que en pocas horas estará bajo ocupación del ejército de Napoleón —le dijo con el semblante serio y el mentón alzado en claro desafío.
  —¿Y si os pidiera que permanecierais conmigo? Aquí en el campamento.
  —¿Estáis loco? —le preguntó con un toque irónico en la voz.
  —Estaríais a salvo. —Se apresuró a responderle.
  —A salvo estaré entre los míos. Y ahora si sois tan amable de soltarme —le pidió volviendo a centrar su mirada en su mano.
  Louis asintió en silencio mientras la liberaba de su cautiverio forzoso. Al momento sintió una corriente de frío bajo su mano, y no supo de dónde provenía ni cómo evitarla. Olga experimentó algo similar cuando los dedos del oficial francés soltaron su muñeca. Esa especie de calor que le había transmitido parecía haberse marchado con él, en el mismo instante en el que apartó su mano.
  Se miraron a los ojos una última vez antes de que ella saliera de la tienda, pero Louis no estaba dispuesto a dejarla marchar tan fácilmente, de modo que agarró su guerrera, se la puso y salió junto a ella. Olga elevó su mirada por encima de su hombro para verlo acercarse y al momento se sintió halagada. Su corazón, sin motivo aparente, volvió a acelerarse al sentir la proximidad del oficial de húsares.
  —Veo que sois muy persistente —le dijo esbozando una sonrisa divertida. Le gustaba verlo detrás de ella pese a ser un francés, ya que sabía que entre ellos dos nunca surgiría nada. A partir de esa noche no volverían a verse.
  —Solo pretendía asegurarme de que encontráis el camino —le dijo a modo de disculpa.
  —Oh, no es muy difícil como podéis ver —le dijo llamando su atención hacia la interminable fila de hombres, mujeres y niños que se alejaban andando de Moscú—. Basta con seguirlos. Por cierto, ¿pensáis permanecer mucho tiempo en la capital?
  —Dependerá del emperador. Claro que si no hay mucho que hacer…
  Olga le dedicó una última mirada antes de alejarse del campamento francés. Por su parte, Louis sintió que el frío volvía a rodearlo por un instante, como si ella se hubiera llevado el calor que había llevado a su tienda. No cejó en su empeño de seguirla con la mirada hasta que se convirtió en un punto lejano en el horizonte. Se sumió en extraños pensamientos en torno a ella, y ni siquiera se percató de que Bertrand se encontraba a su lado envuelto en su capote para resguardarse del frío ruso. Miraba en silencio a su amigo esperando a que este le dijera algo.
  —¿Sucede algo? —le preguntó tras unos tensos minutos.
  Louis ni siquiera volvió el rostro hacia Bertrand, pues conocía su voz a la perfección. Y por otra parte, no quería desviarla del punto en el que Olga había desaparecido por si volvía sobre sus pasos hacia él. Cuando transcurridos unos minutos se percató que no sucedería tal cosa se volvió sobre sus pasos, y emprendió el camino hacia la tienda.
  —Vamos. He de comentarle al mariscal Ney algo de lo que acabo de enterarme.

6 comentarios:

  1. ¡Qué inicio!

    En primer lugar, felicidades por esta nueva aventura, Kike, te deseo lo mejor. Y luego de leer este primer capítulo, seguro que así será, porque la historia atrae desde el inicio. Los protagonistas me han gustado de inmediato y en semejante lugar, en aquella época... Es una maravilla, enhorabuena.

    Besos.

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    1. Hola Aglaia, gracias por pasarte y dejar tus impresiones. Me alegra saber que te ha gustado el inicio. Decidí escribir sobre este episodio de las Guerras napoleónicas porque siempre me fascinó, y porque nunca leí una novela romántica semejante a la que he escrito.

      Un abrazo muy fuerte y gracias uan vez más por tus palabras

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  2. Oye, pues está muy bien y se sigue perfecto la trama.
    Te deseo mucha suerte con este trabajo, te la mereces por tu buen hacer.

    Un abrazo.

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    1. Gracias EldanY espero que guste a la gente que la lea.

      Un abrazo

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  3. Hola Kike,

    Me encanta...me has dejado intrigada por saber qué les pasará a los personajes. Me ha gustado mucho la época en la que ambientas la historia.
    Te deseo mucha suerte!!!

    Un abrazo!!!

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  4. Antetodo, enhorabuena. estamos taaaaaan desconcetadas que ya no nos enteramos de las buenas noticias a tiempo.
    DEcirte que las guerras Napoleónicas no son lo nuestro, la verdad. No obstante, el inicio que nos has mostrado nos ha dejado bastante intrigadas y eso es lo peor porque ahora querremos leerla... Arggg.

    Desde ya te decimos que nos gusta mucho tu forma de escribir. Estamos casi terminando "Provócame con tu sonrisa", pero por culpa de Dulce (ahora que no nos oye), nunca la terminamos, (ya llevamos más de un mes así), pero nos gusta, y mucho.
    Te deseamos todo el éxito del mundo con esta novela, porque vale mucho la pena leerte.

    Mucha suerte y un besazo, Kike.

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