Al descubierto
—¡No me puedo
creer que quieras que me encargue de ello! —exclamó Sebastian mirando a la
redactora jefe de la revista para la que trabajaba. Pero a juzgar por el rictus
de su rostro no parecía dispuesta a bajarse del carro. Viendo su gesto,
Sebastian apoyó las manos sobre la mesa y sacudió su cabeza si comprender
aquella decisión.
—Dime, ¿tienes
algún problema con ella? Sandra Devine es la reina de la novela romántica.
Puedo entender que no te guste el género, pero considero que es una buena
oportunidad para ti encargarte de la entrevista. Además, ha sido ella quien ha
pedido expresamente que fueras tú.
—¿Me lo dices en
serio? —le preguntó entornando su mirada hacía Lucía, quien se recostaba en su
sillón con gesto de no entender porque rechazaba aquella oportunidad de firmar
un buen trabajo.
—¿En alguna
ocasión te he dado la sensación de no estar hablando en serio? —le preguntó con
una mezcla de ironía y advertencia mientras ponía cara de no saber a qué venía
esa pregunta. —Sinceramente, no entiendo tu comportamiento. Sandra ha tenido a
bien concedernos este reportaje. Tú te encargarás de las preguntas, y Rachel de
las fotografías. Ah, y sé original. No hagas las típicas preguntas que le hacen
todos. No me interesa saber cuantas horas dedica a la escritura, o quien es su
escritora favorita o la que la inspira. Quiero a la mujer que hay detrás de la
escritora. ¿Captas el mensaje? —le indicó con un tono serio que parecía decirle
que si le presentaba una entrevista como las demás, se atendría a las
consecuencias.
—La mujer
—repitió Sebastian asintiendo como un chico bueno mientras en su cabeza
intentaba hacerse una idea de qué le preguntaría.
—Eso he dicho.
La mujer. Os espera en el hotel Chevalier dentro de dos horas. Su representante
os conducirá a su habitación.
—¿Esta noche?
—le preguntó sin poder creer que no pudiera irse a casa ya.
—No podía ser en
otro momento. Lo lamento pero es así.
— Está bien,
entiendo que el reportaje y la entrevista serán allí ¿no? —A juzgar por el
tono, a Lucía le pareció que Sebastian parecía contrariado. De manera que se
limitó a asentir. Sebastian captó el mensaje y con una leve inclinación de
cabeza salió del despacho de la editora mientras soltaba el aire acumulado en
su interior.
¡Entrevistar a
Sandra Devine! La nueva reina del romance. La mujer que acaparaba las portadas
de las revistas; los escaparates de las librerías; y las marquesinas de los
autobuses. La veía a todas horas. Conocía su rostro de memoria. Seguramente que
muchos desearían estar en su lugar. Seguro.
Llegaron con
tiempo al hotel donde los aguardaban. Rachel, la fotógrafa, aparentaba estar
relajada mientras caminaba a su lado con sus gafas de espejo, un cigarrillo en
la mano, y la bolsa con la cámara colgada del hombro.
—Si no te
conociera diría que no te hace nada de gracia esta entrevista —le comentó de
repente mientras Sebastian parecía distraído. —Muchos tíos pagarían por estar
diez minutos a solas con ella.
—Apuesto a que
sí.
—Al menos admite
que es una mujer atractiva —le pidió mientras ahora lo miraba por encima de las
gafas.
Sebastian se
limitó a sonreír antes de entrar en el hotel. Preguntaron por el representante
de Sandra en recepción, y al momento apareció una mujer con el pelo rubio, que
los saludó. Durante algunos minutos intercambiaron algunas directrices antes de
subir a la habitación. Convinieron que primero harían las fotografías para que
Rachel pudiera revelarlas lo antes posible, y ver como habían quedado. Luego
llegaría el turno de las preguntas.
Siguieron a la
representante hasta una habitación amplia con vistas a la arteria principal de
la ciudad. Sebastian inspiró hondo y la primera visión que tuvo de Sandra era de
espaldas a ellos, mirando por la ventana. Al escuchar la puerta se volvió para
saludarlos. Sebastian percibió un brillo especial cuando estrechó su mano. Su
apretón fue firme y sin apartar su mirada de la suya. Profesional. Tratando de
parecer convincente. La observó detenidamente mientras Rachel le explicaba lo
que harían. Quiso pasar desapercibido, como si ella no fuera de interés para
él, pero no pudo evitar lanzar un par de miradas hacia ella. E incluso en un
par de ocasiones ambas se cruzaron. Tenía que darle la razón a Rachel, era muy
atractiva, y su cuerpo… aquellas increíbles piernas que asomaban bajo su falda…
y la camisa entreabierta dejando ver algo más de lo permitido… Simuló repasar
las preguntas que le haría, cuando la editora le informó que era su turno.
Se miraron
detenidamente a los ojos mientras ella le regalaba una sonrisa, y parecía
mostrarse complacida por la situación.
—¿Nos sentamos?
—sugirió indicándole a Sebastian una silla. —Me gustaría estar a solas —le hizo
saber a su representante, quien pareció que fuera a protestar pero finalmente
accedió ante la atenta y esclarecedora mirada de Sandra.
Una vez a solas,
Sebastian se detuvo a observarla en silencio antes de afrontar la entrevista.
—Prefería estar
a solas, lo cierto es que me apetecía tener una charla relajada contigo —le
dijo dedicándole una sonrisa cautivadora.
—Bien, eso está
bien porque pretendo que sea algo informal —comenzó diciendo mientras cerraba
su portafolios, donde llevaba preguntas y lo dejaba sobre la mesa. Sandra
entrecerró los ojos mientras escrutaba el rostro de Sebastian. Ojos oscuros, al
igual que su pelo. Rasgos definidos. Labios finos y un mentón pronunciado. Su
mirada era intrigante. Juraría que no deseaba estar allí con ella. Que aquello
había sido una encerrona. Pero apostaba a que se esforzaría por hacerlo lo
mejor que sabía. —No voy a preguntarte por la escritora sino por la mujer. No
me interesa saber a quien admiras; o a quien lees. Quiero saber cosas de la mujer, creo que me he explicado bien —le
dijo entornando su mirada hacia ella y observando su sonrisa maquiavélica. Como
si se estuviera divirtiendo con aquella situación. De repente su mirada quedó
fija en él. Sebastian pensó que había metido la pata y que ahora ella se
pondría a despotricar, o le haría algún comentario suspicaz.
—Entonces
haremos una cosa —comenzó diciéndole con gesto divertido mientras se inclinaba
hacia delante permitiéndole ver algo más de su provocativo escote. Sebastian se
sintió confundido, podría decir que intimidado por aquel repentino cambio. —Si
quieres conocerme como mujer, será mejor que estés dispuesto a aguantar toda la
noche, despierto.
Sebastian creyó
que no había escuchado bien. ¿Cómo que estar dispuesto a aguantar toda la
noche? ¿Qué pretendía? Al ver el gesto de sorpresa en su mirada Sandra sonrió
divertida por lo que pudiera estar imaginándose él.
—No pienses mal,
hombre. Sólo te estoy proponiendo salir por ahí y charlar como dos amigos.
Dejando a un lado el plano estrictamente laboral. Nos olvidaremos que yo soy
una escritora con éxito, y tú un periodista de renombre en un publicación de
literatura. Solos tú y yo. Sin etiquetas. Sandra y Sebastian —le dijo
pronunciando sus nombres con inusitado interés.
Sebastian alzó
las cejas mientras la observaba e intentaba adivinar qué pretendía. Una sonrisa
mitad irónica, mitad divertida se trazó en sus finos labios al tiempo que la
miraba con inusitado interés. No esperaba que ella reaccionara de esa manera
pero…
—Sin duda será
más interesante que charlar aquí. ¿Cuándo nos vamos? —le sugirió mirándola con
gesto divertido, expectante por lo que pudiera depararles la noche. Sandra
sonrió complacida mientras se incorporaba de la silla.
—Será cuestión
de diez minutos. Ponte cómodo —le dijo mientras desaparecía tras las puertas
corredizas, que separaban el saloncito de la habitación.
Sebastian
contemplaba con un gesto de incredulidad, pero al mismo tiempo divertido a
Sandra, mientras ella cogía la cerveza y se la llevaba a sus labios. Si le
hubieran asegurado que la mujer sentada frente a él, con aquel vestido que no
dejaba demasiado a la imaginación, aquel pelo todo alborotado, y ese gesto
risueño en su rostro mientras lo miraba fijamente, era la misma que momentos
antes había visto en la suite del hotel, lo hubiera tomado por loco. ¿Esa era
la verdadera Sandra? Se preguntaba mientras un repentino deseo por adueñarse de
sus sensuales labios, comenzaba a poseerlo.
—Se lo que estás
pensando —le dijo mientras entrecerraba sus ojos y asentía con una mezcla de
diversión y seguridad.— Y déjame decirte que es verdad.
—Sería mejor que
no te revelara mis pensamientos en ese preciso instante. Te lo aseguro —le
comentó mientras sonreía de manera cínica, provocativa. Si supiera que en ese
instante lo que más le apetecía era besarla...
—No estés tan
seguro —le dijo mientras volvía a beber y no dejaba de mirarlo por encima de su
vaso.— A ver, entiendo que te sorprenda tal vez como soy fuera del mundo
literario, las firmas, las presentaciones, entrevistas y demás. Pero esta que
ves aquí soy yo. Tan real como la vida misma ¿No crees? —le aclaró mientras se
miraba así misma buscando algo que no estuviera en su sitio.
—Pero, ¿por qué
esa imagen de mujer…
—¿Profesional?,
¿Fría? ¿Antipática? ¿Aburrida? —le enumeró ante la propia incredulidad de
Sebastian.— ¿Cuál prefieres?
—La que tengo
ante mí ahora mismo —le aseguró con total convicción mientras levantaba el vaso
para brindar. — No la cambiaría por ninguna otra.
—Vaya, sabes
como halagarme.
—No te halago,
soy sincero.
—¿Qué vas a
escribir sobre mí? —le preguntó entornando su mirada hacia él con un toque de
curiosidad, al tiempo que sentía como si él la conociera desde siempre.
—Que te gusta la
cerveza.
Sandra sonrió
ante el comentario.
—Eres poco
original. Supongo que mis lectores ya lo saben.
—Tal vez
—admitió mientras bajaba la mirada hacia el vaso y pensaba en lo que realmente
podría contar acerca de aquella mujer. Aunque podría aderezarlo con algunas
notas de humor o fantasía. Nadie investigaría si era cierto o no.
—Vámonos —le
urgió cogiéndolo de la mano ante su propia sorpresa y sacándolo de allí. Corrió
tras ella sin parar a pensar donde irían, qué harían. Sólo sabía que le habían
pedido conocer a la mujer que había tras la escritora. Y por el momento lo
estaba consiguiendo. Estaba descubriendo a Sandra Devine fuera de sus libros;
lejos de los romances que plasmaba, pero ¿cómo sería ella en uno de ellos?
Nunca había dicho si tenía pareja, si la había tenido. Su vida privada era
demasiado hermética como para que se la fuera a contar a él. Nunca había
permitido que se acercaran más allá de la línea que separaba lo profesional de
lo personal.
Caminaron por
las calles abarrotadas a esas horas. Era una noche agradable para divertirse,
para perderse entre la gente. Nadie la reconocería. Nadie la molestaría.
Bailaron, rieron, cantaron en un karaoke, mientras intercambiaban miradas,
sonrisas y gestos que a simple vista parecían tan normales... Sebastian pensó
que aquella atractiva mujer era sin duda una caja de sorpresas. Y que en nada
se parecía a la imagen que daba de ella en la prensa. Pero, ¿por qué había decidido
hacerlo con él? ¿Qué la había empujado a ver amanecer mientras que él la
rodeara con su brazo por la cintura? A que sus bocas aparecieran una a escasos
centímetros de la otra. A que una suave caricia le provocara un gemido
revelador. A que el deseo palpitara en su piel hasta sentir la quemazón.
Sebastian se sintió confundido ante aquella situación siendo consciente que
aunque quisiera detenerse, no podría.
Dejó que sus
labios descendieran por su cuello hasta la clavícula, donde los presionó con
más insistencia; como si quisiera dejar su particular marca. Sus manos
ascendían de manera lenta y sugerente por los brazos de Sandra hacia su
lencería. La deslizó con toda intención, sabiendo lo que el roce de sus dedos
provocaba, al tiempo que volvía a besarla en el cuello. Sandra sintió un
escalofrío recorriendo su espalda, que se acrecentó cuando sintió como sus
pechos quedaba libres y las manos de Sebastian los cubrían para juguetear con
los pezones. Cerró los ojos mientras se abandonaba a aquella espiral de
caricias, besos, gemidos que la empujaban hacia un destino incierto. Se tomó su
tiempo. Saboreando cada instante. Memorizando cada una de las líneas de su
cuerpo. Descubriendo cada recoveco. Nunca imaginó que podría sentir de la
manera que lo estaba haciendo en ese instante. Sus labios trazaron un sendero
de besos húmedos, cálidos, sensuales por todo su cuerpo mientras observaba las
reacciones de Sandra. Decir que no quería que la noche terminara era absurdo,
ya que llegaron a su apartamento con las primeras luces del día. Sandra se
acopló con total normalidad al cuerpo de Sebastian, como si se conocieran, como
si en verdad ambos estuvieran destinados a permanecer juntos. Lo besó con
fervor, con ternura, sintiendo cada una de sus caricias. Escuchó su voz susurrarle
su nombre provocando en ella una sensación anhelada durante tanto tiempo… Su
piel sobre la de ella, sus ojos fijos en los suyos, su mano acariciando su
mejilla mientras seguía moviéndose sobre él llevándolo hacia un clímax que no
deseaba alcanzar. Quería permanecer suspendido eternamente en sus ojos;
adherido a su cuerpo; quería vivir en sus labios; que su nombre fuera
pronunciado solo por ella, y que lo llamara cuando lo necesitara.
La estrechó
contra él mientras le besaba en la frente, en los párpados, en la nariz, y en
los labios. Pero ahora no se trataba de ese beso voraz que antes los había
poseído. Era algo más tierno, más íntimo, más dulce. La miró a los ojos,
mientras ella sonreía risueña. ¿Qué podría decirle? ¿Qué debía hacer? Sandra se
incorporó mirándolo con tal intensidad que Sebastian pensó que podría leer su
mente, y su corazón. Sintió como le acariciaba el rostro mientras se mordía el
labio inferior de manera sensual, provocativa. Se acercó hasta él para besarlo
de manera lenta e intencionada mientras la sábana se deslizaba más allá de su
espalda revelando su desnudez.
—Imagino que lo
que ha pasado no lo contarás en tu entrevista —le susurró con un tono burlón,
pero sensual al mismo tiempo mientras volvía a morderse el labio, y su mirada
chispeaba.
Sebastian la
miró fijamente, confundido por aquel comentario, y al momento sonrió.
—¿Por quién me tomas?
—Más te vale,
vaquero —le aseguró mientras le guiñaba un ojo.
Sebastian la
atrajo hasta él mientras sus dedos recorrían la espalda de Sandra de manera
provocativa. Le apartó varios mechones para despejar su rostro y sonreír
burlón.
—¿Cuánto hace
que no te digo lo hermosa que estás al despertar?
Sandra sintió
como enrojecía. Y como era presa de una risa nerviosa. Inclinó su rostro para
que él no la viera, pero Sebastian deslizó su mano bajo su mentón para
obligarla a mirarlo a los ojos.
—¿Cómo se te
ocurrió esta locura? —le preguntó entrecerrando sus ojos mientras sacudía su
cabeza.
—Tenía ganas de
estar contigo.
—Yo también pero…
¿solicitar una entrevista conmigo?
Sandra sonrió y
pronto las carcajadas fueron lo único que, llenaron la habitación.
—Reconoce que ha
sido ingenioso.
—Cierto, pero
cuando Lucía me pidió que fuera yo quien te hiciera la entrevista…—le comentó
abriendo los ojos hasta su máxima expresión, lo cual provocó un revuelo
insospechado en Sandra. Podía imaginar
la cara que habría puesto Sebastian al conocer la petición.
—Quería tenerte
una noche entera para mi —le susurró en sus labios antes de rozarlos tímidamente
mientras sus manos enmarcaban el rostro de él. Sintió que se fundía por dentro;
un escalofrío recorrió todo su cuerpo y la piel se le erizó cuando ella lo besó
de aquella manera, mientras dejaba que sus dedos trazaran el perfil de su
rostro. —Llevo unas semanas de promoción de la novela en las cuales casi no te
he visto. Por eso se me ocurrió esta locura. Laura, llamó a tu editora para
cerrar el acuerdo. Le pedí expresamente que fueras tú —le confesó mientras el
semblante de su cara se tornaba en el de una niña traviesa. Se mordió un dedo
mientras sus ojos chispeaban de emoción.
—No has sido la
única. Yo he tenido unos días frenéticos. Creo que ha sido lo mejor que has
podido hacer —le confesó mientras ahora era él quien tomaba su rostro entre sus
manos y la besaba.— Soy muy afortunado por tenerte a mi lado.
Sandra se dejó
arrastrar por el mar de caricias que las manos de Sebastian comenzaron a
regalarle al tiempo que la besaba.
—Tranquila, no
revelaré nuestro pequeño secreto a nadie. No voy a contarle a nadie como eres
en realidad. Ni lo que sientes cuando te acaricio, o cuando te beso. Eso sólo
lo sabré yo. De todas formas, aunque lo hiciera, no me creerían.
—Reconozco que
esta entrevista es muy original. Pero, ¿en verdad te contó estas cosas? —le
preguntó Lucía mirándolo con cara de incredulidad mientras sostenía un par de
folios en alto.
—Ahí está todo.
Lucía pareció
convencida después de todo. Sebastian trataba de no sonreír en esos momentos
mientras recordaba como Sandra y él había preparado la entrevista mientras
desayunaban esa mañana.
—No, quita esa
pregunta. ¿A quien le interesa si canto en la ducha? —le preguntó mirándolo
como si fuera a matarlo.
—Admite que en
el alguna que otra ocasión, te he sorprendido con el bote del champú por
micrófono…
Sandra puso los
ojos en blanco mientras no podía dejar de reír al recordar esa escena.
—¿Supersticiosa?
No soy supersticiosa.
—Y, ¿qué me
dices de salir de cama por las mañanas con el pie derecho?
—Es que es justo
el primero que toca el suelo desde mi lado de la cama —le respondió
encogiéndose de hombros.
—Como quieras…
¿Y lo de que te regalo lencería? —le preguntó mientras ella ponía los ojos en
blanco.
Sebastian volvió
a prestar atención a Lucía cuando hubo terminado de leer la entrevista.
—Me parece
perfecta para su publicación. Lo que no logro entender son dos cosas—dijo con
gesto serio y lleno de curiosidad mientras miraba fijamente a Sebastian.
—¿Cuáles son?
—¿Por qué pidió
que fueras tú quien le hiciera la entrevista?
—No tengo ni
idea —respondió encogiéndose se hombros.
—¿Y por qué ha
sido a ti a quien le ha contado estas cosas?
—Tal vez le haya
caído bien.
Lucía asintió
complacida.
—Lástima que no
te atrevieras a sacarle algo más de su vida amorosa. Hubieras redondeado el
trabajo si hubieras conseguido saber si tiene pareja, está casada…
—En ese terreno
se mostró bastante reticente.
—Sí claro. Buen
trabajo Sebastian —le dijo mientras él sonreía complacido y salía del despacho.
—¿Quedó
complacida? —le preguntó esa noche Sandra mientras se sentaba junto a Sebastian
en el sofá.
—Como te lo
cuento. Lo único que le faltó fue saber quien ocupa el corazón de la mujer que
hay tras la escritora.
Sandra sonrió divertida
mientras se sentaba sobre Sebastian de manera atrevida, hacía un mohín con sus
labios y entrecerraba sus ojos.
—Apuesto a que
tú sí lo sabes.
Sebastian la
atrajo hacia ella.
—¿Y tú? ¿Sabes
quien ocupa el mío?
—Creo saberlo y
además en estos momentos está demasiado ocupada —le confesó antes de besarlo y
perderse una vez más entre sus brazos.
Hola Kike, muy bueno el relato. besos
ResponderEliminarHola, Kike, un relato excelente, felicidades; ahora pasaré a leer la revista.
ResponderEliminarBesos.
Fenomenal relato, eres un artista de las letras amigo Kike.
ResponderEliminarEcharé un ojo de paso a la revista.
Saludos.
Hola Ludymila, gracias por pasarte. Me alegro que te haya gustado. Besos
ResponderEliminarHola Claudia gracias por tus palabras, siempre son muy bien recibidas. Besos
Hola Eldany, gracias por pasarte, jajjajaja un artista? bueno digamos que disfruto mucho con lo que hago. Saludos
Hola
Un relato estupendo, Kike. Me lo he pasado muy bien leyendo.
ResponderEliminarUn beso.
Un relato estupendo. ¿Es que esta de moda el nombre de Sebastian? He entrado a tres blogs hoy que dicen este nombre, o en un relato, o contestando a preguntas sobre nombres favoritos jejeje. Un besazo.
ResponderEliminar