Vencido por el amor, Revista
Narrativas, 27, Zaragoza, Octubre –Diciembre, 2012, pp. 45-50
Florencia, 1715
Me
llamo Alfredo Tespi, muchos ni siquiera habréis oído hablar de mí, pero no
importa ya que me vais a conocer por mis propias palabras. El hecho de hacerlo
se debe a que mi querido amigo Caro Algheri me ha pedido que relate todas y
cada una de las historias en las que una mujer ha tenido que ver conmigo. Sí,
como lo estáis leyendo. Quiere que le cuente, o mejor dicho que deje huella
impresa de como me convertí en ese afamado seductor ante quien las mujeres sucumbían.
En mi trayectoria como amante he conocido la dicha y la felicidad. He saltado
de una cama a otra sólo por el mero capricho de saborear el placer, que suponía
tener una mujer distinta cada día entre mis brazos. He tomado de las mujeres
aquello que más me apetecía en su momento, y es verdad que he podido llegar a
considerarlas como un sorbo del mejor Chianti, que nubla los sentidos por un
momento; pero que no llega a embriagar lo suficiente como para querer retenerlo
a tu lado. Pero, no penséis que sólo yo he sido el único en buscar placer o en
cambiar de amante como de botella de vino. No, yo también he sido utilizado por
las mujeres, deseosas de probar lo que yo tenía a bien en ofrecerles. Fueron
muchas las que quisieron pasar una noche conmigo anhelando el máximo placer. E
incluso alguna que otra llegó a prometerme la dicha eterna por permanecer junto
a ella. Pero permitirme deciros que en ocasiones yo he sido el seducido, yo he
sido el que ha sucumbido a los encantos de una bella dama. ¿Quién si no ellas,
cansadas de sus barrigudos maridos han buscado consuelo en un cuerpo joven como
el mío? ¿Quiénes si no ellas que se vieron desatendidas en muchas ocasiones por
la política, buscaron una diversión aún mayor que ésta? ¿Quiénes buscaron
escuchar palabras dulces en sus oídos como si de la mejor música se tratara?
Escuchar promesas de amor eterno, alabar su belleza y su inteligencia…
He
disfrutado de la compañía de numerosas mujeres, a cual más hermosa y más
misteriosa. Y muchos os preguntaréis que placer encontraba en esta clase de
vida. Pues bien, el mayor placer que encontraba en todas mis alocadas
aventuras, era ni más ni menos que el de contemplar el rostro risueño y feliz
de mi amante al hacerla sentir única en el mundo. Al contemplar como se sentía
querida, deseada por mi. Sólo buscaba satisfacerlas. Hacer su vida menos
aburrida y monótona. Hacerlas ver un mundo nuevo lleno de posibilidades.
Mi
amigo Caro me ha preguntado en numerosas ocasiones por una de esas historias
que recordara con especial atención. ¿Pero como podría elegir una sola rosa de
entre un jardín? ¿Cómo sería capaz de elegir la estrella más luminosa del
firmamento? Ah, amigo mío esto que me pides es muy complicado. Sin embargo,
tras darle vueltas a mi cabeza y rememorar una y otra vez algunas de la
historias, llegué a una que me marcó para siempre. Una historia que jamás podré
olvidar y que nunca he contado. Pero que dado lo avanzado de mi edad poco
importa que lo haga público. Sí, recuerdo muy bien aquel día, y a aquella
hermosa joven de nombre Beatriz.
Se
encontraba rodeada de amables caballeros que no paraban de agasajarla. Ella
respondía con educación a cada una de sus preguntas; sonreía con sus cumplidos;
inclinaba la cabeza asintiendo, o la dejaba caer hacia atrás mientras sonreía y
dejaba que contemplaran su cuello de piel blanca y suave. Percibió su presencia
en el momento en que pisó el sendero que conducía hacia el jardín. Sólo había
una explicación para aquel corro de hombres: una mujer. Una mujer hermosa como
ninguna. Estaba absorto en sus pensamientos, y su mirada pareciera no querer
apartarse de ella, y por un momento fugaz la de ella se cruzó con la suya. Lo
miró de manera intensa y enigmática al tiempo que una ligera sonrisa cargada de
ironía se dibujaba en sus sonrosados labios. Alfredo permanecía absorto en la
contemplación de aquella mujer cuando una voz lo devolvió a la realidad.
-¿Me
equivoco o ya tenéis nueva conquista?
La
voz contenía una mezcla de dulzura y de ironía a partes iguales. Alfredo desvió
su mirada por un breve instante para encontrar los relucientes ojos azules de
la signora Bercelli, que parecían
reflejar cierto anhelo por algo que no supo retener a su lado.
-Sois
muy atrevida, querida Laura –le dije
-Sólo
tengo que dirigir mi mirada hacia donde vos habéis puesto la vuestra y adivinar
cuales son vuestras intenciones con la persona que miráis.
-Pero
ahora os estoy mirando a vos –le dije con toda intención mientras sonreía de
manera seductora provocando un arrebol en sus mejillas.
Laura
Bercelli sonrió divertida por el galante cumplido. Agitó su abanico en el aire
y lo dejó caer sobre mi antebrazo.
-Sabéis
en todo momento que decir. Pero dejadme deciros que apuntáis demasiado alto mi
querido amigo –me confesó señalando a la joven rodeada de hombres.
-Mmm
hasta ahora siempre he conseguido llegar donde me he propuesto. Por muy alto
que estuviera el objeto de mi deseo.
-Puede
ser, pero dejadme deciros también que vuestra vida libertina no está hecha para
saborear semejante manjar.
-Mmm
estáis muy segura de vuestras palabras. ¿Tal vez queráis hacerme desistir porque
estáis celosa? –le pregunté con deje burlón en su voz.
-Mi
querido amigo, no estoy celosa de la juventud que atesora aquella joven. Es
lógico que con el paso del tiempo uno pierda el interés y busque algo nuevo.
Pero os repito que en ocasiones la juventud no puede compararse con la
experiencia. Insisto en que no es para vos.
-
Y lo cierto es que el misterio con el que estáis dotando a aquella hermosa
muchacha hace el reto de tenerla en mis brazos aún más excitante.
-
Sabéis que siempre seréis bien recibo en mi alcoba…-me dijo con toda intención
mientras sus labios rojos y carnosos como las cerezas se abrían un poco
tentándolo a tomarlos allí mismo.
Sonreí
pero no de una manera burlona, ni cínica, ni divertida. Si no de manera algo
melancólica cuando recordé por un momento los apasionados momentos vividos en
compañía de aquella mujer de cabellos castaños como las hojas en Otoño. De ojos
cristalinos y brillantes como las estrellas. De manera lenta posé el pulgar de
mi mano derecha bajo su mentón para alzar su rostro y poderla contemplar mejor.
-Sois
demasiado hermosa como para buscar la compañía de un simple seductor.
Los
ojos de Laura titilaron, no sabría decir su motivo pero refulgieron como dos
brillantes.
La
noche desplegó su manto sobre el palazzo donde tenía lugar las celebraciones.
El aroma a jazmines y a rosas impregnaba el ambiente, y el jardín era el lugar
propicio para una nueva conquista.
-No
me puedo creer que estés solo –me dijo Caro Algheri al verme.
-No
todo en esta vida se centra en las mujeres, amigo.
-He
odio decir que el signore Carvalli
anda enojado desde que se ha enterado que su hija no ha pasado la noche en
casa. ¿Sabes tú algo de eso? –me preguntó con toda intención y confirmando sus
sospechas cuando Alfredo sonrió de manera ladina.
-
La signorina Carvalli y yo pasamos
una velada de lo más encantadora. Créeme.
-De
manera que estuvo contigo
-Oh,
vamos no me hagas hablar más de la cuenta. Sabes que un caballero jamás rebela
que hace por las noches. Pero dime, ¿y ella? ¿Acaso está enojada? –pregunté con
ironía Alfredo.
-No
creo que sea precisamente enojo lo que tiene. Aunque tal vez el hecho de querer
volverte a ver…
-Oh
ya estamos. Siempre es lo mismo. Cuando querrán darse cuenta que volvernos a
ver es arriesgar en demasía su virtud.
-¡Creía
que la virtud ya te la habría entregado! –exclamó muy serio Caro mirándome mientras
yo fingía no saber de qué me estaba hablando.
De
repente mi mirada se quedó clavada en un lugar. Sentí que aquella era mi
oportunidad y que nada ni nadie lo estropearían. Caro volvió su mirada hacia
donde Alfredo miraba fijamente y supo el porqué de su sonrisa.
-Creo
que es mejor que me retire –comentó Caro mientras me sonreía al ver como me dirigía
hacia aquella hermosa muchacha de cabellos negros como la noche.
La
encontré apoyada en la balaustrada de la terraza con la mirada fija en un punto
lejano. Ella era exquisita, dulce, con su rostro aniñado, sus cabellos
recogidos en la parte posterior de su cabeza dejando al descubierto su cuello
en una clara a la invitación a besarlo y que resplandecía más aún cuando la luz
de la luna la acariciaba. Enfundada en un vestido de color verde botella con
las mangas abullonadas y dejando al descubierto sus hombros. Su respiración era
tranquila; su pecho subía y bajaba sin alterarse lo más mínimo. Puedo asegurar
que su visión me dejó eclipsado, hechizado, y al momento recordé las palabras
de Laura horas antes. Sonreí cínico al recordarlas. No había mujer alguna que
no se sintiera halagada por hermosas palabras, y a fe que en mi caso sabía
pronunciar las más adecuadas en el momento preciso. La muchacha se volvió hacia
mi cuando escuchó pasos. Me miró con curiosidad mientras avanzaba en su dirección
y sonrió. Sentí como aquella fugaz mirada me había cautivado. Un par de ojos
claros que competían en fulgor con las estrellas que en estos momentos punteaba
el cielo de Florencia.
-Es
una hermosa noche para pasear, ¿no creéis? –le pregunté acercándome hasta
quedar junto a ella. Por un momento me sentí torpe, sin saber qué decir.
Ella
me miró de soslayo pero al instante volvió a dirigir su mirada hacia el centro
del jardín, donde se encontraba la fuente de mármol. Allí sobre su borde dos
pajarillos parecían estar en pleno cortejo.
-¿Habéis
venido sola?
-No
–me respondió volviéndose hacia él para enfrentarse a su rostro de trazos
angulosos, y sus ojos oscuros.- Mi dama de compañía se encuentra dentro.
-Pues
si yo fuera ella, tendría más cuidado en dejaros sola –le dije con toda
intención mientras sus cuerpos se rozaban por la proximidad.
Percibí
el aroma de su perfume mezclado con el de las flores del jardín. Y sentí como
me envolvía hasta hacer que mi lengua se trabara y las palabras no acudieran a
mi mente y a mi boca. Y cuando ella alzó la mirada para contemplarme una vez
más me sentí vulnerable frente a aquella mujer.
-¿Puedo
saber vuestro nombre?
-¿Qué
puede importaros como me llame? –me preguntó mientras sentía como yo la miraba
con determinación desde el fondo de aquel para de ojos que parecieran dos pozos
oscuros, sin fondo en lo que podría perderse si quisiera.- Si mañana me habréis
olvidado.
Aquella
explicación lo sobrecogió de una manera que nunca antes había experimentado.
¿Cómo era posible que tuviera aquel atrevimiento para enfrentarse a mí? Nunca
ninguna mujer me había dicho palabras semejantes, y ella…
-¿Cómo
podría olvidar la forma en que me estáis mirando? –le pregunté sintiendo su
respiración alterarse a cada momento. El escote pronunciado de su vestido
dejaba ver aquella parte tan femenina que ascendía y descendía. Sus labios se
entreabrieron un poco como si necesitara tomar aire para continuar la
conversación. Tentadores, carnosos, sonrosados, listos para ser cubiertos con
delicadeza, con fervor.
-Lo
olvidaríais en el momento en el que otro par de ojos y otro rostro captaran
vuestra atención. Por no mencionar otros atributos –me dijo esbozando una
sonrisa.
-No
creo que…
-¿Vais
a decirme ahora que nunca habéis conocido a una mujer como yo? –me preguntó con
un toque de burla en el tono de su voz, y un mohín extremadamente seductor en
sus labios.
-En
verdad que sois única –exclamé sin saber qué más podría decir.- Sin duda
conocéis a los hombres.
Ella
sonrió levemente mientras sentía como yo la deseaba. Cómo estaba dispuesto a
decir o hacer cualquier cosa para tenerla. Para disfrutar de su compañía y
después marcharme. Ella posó sus manos sobre mis brazos y los recorrió lentamente
hasta que llegaron rodearme su cuello. La miré complacido por su gesto, pero
extrañado al mismo tiempo. Su comportamiento me confundía. Acababa de decir lo
contrario a lo que ahora estaba haciendo, y cuando sentí el leve roce de sus
manos sobre mi cuello instándome a que descendiera para poderla besar, mi mente
se nubló. Sentí la suavidad de sus labios con el mero roce de los de ella. De
manera perezosa los tanteé antes de atraparlos. Y cuando ella los abrió
permitiéndome profanar aquel virgen lugar, no lo pensé ni un segundo más antes de
tomar posesión de éste. El beso fue cálido, suave, dulce, pero al mismo tiempo
apasionado. La estreché con firmeza, pero con delicadeza a la vez sintiendo sus
pechos contra mi torso. Ella insistió en el beso como si en el fondo deseara
que no terminara. Y cuando nos separamos lo miré a los ojos. En éstos amanecía una
mirada cargada de deseo.
Retuve
su rostro en mis manos y acaricié lentamente su mejilla con un dedo. Subía y
bajaba sintiendo como ella se estremecía entre mis brazos, como sus ojos
chispeaban y como sus labios se entreabrían de nuevo, tal vez invitándome una
vez más. Pero esta vez no la besé, sino que me quedé perdido en su mirada
durante unos instantes que me parecieron eternos.
-¿Por
qué me habéis besado? –le pregunté intrigado por la forma en la que se había
comportado.
Ella
me sonrió levemente antes de responder.
-Para
que sepáis como sabe lo que nunca tendréis –me respondió con naturalidad
mientras seguía mirándolo a los ojos y era testigo de como su gesto cambiaba.
-Pero…-
Volví a quedarme sin palabras ante las explicaciones de aquella muchacha. ¿De
dónde había salido?
-Os
conozco signore Tespi y sé
perfectamente la clase de hombre que sois –comenzó diciéndome mientras mi
rostro reflejaba un inesperado asombro por aquella revelación.- Sí, no pongáis
esa cara. Si os diera permiso me amaríais esta noche y después os marcharíais
en busca de una nueva conquista. Vos sois como el viento que entra por la noche
en la habitación, refrescante, suave, pero que se marcha con el alba dejando la
estancia vacía y fría. Y yo no quiero sentir frío al despertarme.
No
pude evitar sonreír al verla explicarse de aquella manera. Permanecí allí, con
los brazos cruzados sobre el pecho observando a aquella magnífica criatura, que
me estaba rechazando con total naturalidad pese a que en su interior el deseo
de perderse entre sus brazos, aunque solo fuera por una sola noche, la estaba
atormentando. Y más después de aquel fugaz pero revelador beso.
-Sois
sin duda una mujer brillante –comencé diciéndole mientras por primera vez me
sentía derrotado por una mujer. Por primera vez me habían rechazado, pero no
quitaba que no admirara a aquella muchacha.
-No
se puede detener al viento, signore.
Seguí
callado escuchando aquella explicación. Sin duda después de muchas conquistas
había encontrado por primera vez quien me rechazara. ¿Por qué?
-Al
menos me diréis vuestro nombre –le pedí con un tono de resignación.
-Beatriz
–me dijo sonriendo mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa que haría
perder la cabeza a cualquier hombre.
-
Ha sido un placer compartir la velada con vos, Beatriz –le dije tomando su mano
para besarla suavemente antes de marcharse.
Beatriz
lo vio alejarse de ella. Lo siguió con la mirada hasta que subió el pequeño
tramo de escaleras y desapareció en el interior de la casa. Se quedó sola de
nuevo pensando en si lo que había hecho era lo correcto. Si en verdad
sacrificar una noche con el afamado seductor Alfredo Tespi le habría servido de
algo.
Me
mezclé con la gente de la fiesta y durante el resto de la velada estuve charlando
y saludando a los diversos invitados hasta que Laura Bercelli apareció radiante
ante mi por segunda vez esa misma noche.
-¿Os
marcháis ya signore? –me preguntó
sorprendida al comprobar que recogía su capa de manos de un sirviente.
-Hoy
quiero retirarme temprano –le dije disculpándose.
-Sabéis
que podéis pasar la noche aquí –me dijo con toda intención mientras me miraba
por encima de la copa de vino, que en esos momentos se llevaba a los labios.
-No,
es mejor que me retire.
-Pero
decidme, ¿y la joven con la que os han visto en la terraza? –me preguntó mientras
su rostro reflejaba una mezcla de ironía y sorpresa.- Creí escucharos decir que
no había ninguna mujer que pudiera resistirse a vos.
Sonreía
descorazonado.
-Esa
mujer es demasiado inteligente para mí.
-Os
dije que apuntabais muy alto.
-Pero,
decidme, ¿quién es? Nunca antes la había visto. ¿Está prometida tal vez?
Laura
sonrió ante aquel comentario pues nunca me había visto comportarse de aquel
modo.
-Os
ha rechazado –concluyó Laura asintiendo.- Lo sabía.
-¿Vos
lo sabíais? –le pregunté confuso por aquellas palabras y el gesto de su
rostro.- Es más, sabía quién era yo.
Laura
me contemplaba divertida. Disfrutando del momento de verme derrotado por
primera vez.
-Yo
se lo dije. Le dije quien erais y lo que le sucedería si accedía a entregarse a
vos.
Abrí
la boca para decir algo, pero cuando Laura me explicó por qué lo había hecho no
fui capaz de decir nada más.
Algunos
meses después me enteré que la hija de Laura Bercelli se casaba con un rico
comerciante florentino. Laura me mandó recado para invitarme. Acepté sin saber
que iba a llevarme una grata o desagradable sorpresa. Cuando la vi allí junto a
su prometido lo supe todo. Comprendí las palabras de Laura meses atrás en
aquella fiesta. Era su pequeña venganza por lo que le hice a ella y ahora
seguro que la estaba disfrutando. Por un instante la mirada de Beatriz y la mía
volvieron a cruzarse. Recordé y aún lo hago el sabor de sus labios, la firmeza
de su cuerpo joven, y sus palabras. Con el paso del tiempo creí poderla olvidar
pero… se ha visto que por muchas alcobas que haya visitado, siempre recordaré a
la mujer que no permitió que entrara en la suya. Y es que como ella bien decía,
no se puede detener al viento. No sé qué sucedió aquella noche cuando me besó,
ya que si de algo estoy convencido es que de que nunca he logrado encontrar a
otra mujer que me hiciera olvidarla.
Confío
y espero que esta historia divierta a mi amigo Caro. Seguro que sonríe al
descubrir que por primera vez, una mujer logró vencerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario