14 oct 2011

Las aventuras de Oliver Colalarga


Hace muchos años... tantos que no logro recordar cuantos, existió un país poblado por pequeños roedores llamado Miceland. Todos sus habitantes eran ratones desde el más humilde campesino hasta el rey. Este vivía en su corte rodeado de nobles que velaban por el buen estado y funcionamiento de todo el país. Pero como el territorio que abarcaba Miceland abarcaba desde las lejanas montañas del Norte, donde durante los fríos y crudos inviernos sus crestas estaban cubiertas por un blanco y espeso manto de nieve, hasta las llanuras más recónditas. Desde el nacimiento del río que cruzaba todo el país hasta su desembocadura en el océano. Tan grande era Miceland que el rey no lograba saber que sucedía en muchas de sus provincias. Es por ello que decidió nombrar un gobernador para que fuera sus ojos y sus orejas allí donde gobernara. De este modo el sabio monarca conocería por medio de ellos como convivían las gentes del país. Para ello una vez al mes los gobernadores acudían al palacio para dar debida cuenta de todos los acontecimientos ocurridos. Así, se trataban temas como las lluvias, los fríos inviernos, los calurosos veranos, las plagas que asolaban a los cultivos o la presencia de gatos. Todos los temas tenían cabida en aquellas reuniones que duraban días y días enteros. Sin embargo, pronto los gobernadores comenzaron a abusar de sus ciudadanos incrementando los impuestos que cobraban en nombre del rey sin ser verdad. Y hubo de ser un pequeño y valiente roedor quien cruzara el país para solicitar clemencia a su majestad, porque su hermano había sido condenado por robar un pedazo de queso. Sucedió una vez en la pequeña provincia de Choza-ratón que el gobernador comenzó a subir los impuestos más y más con el fin de recaudar un dinero que iba a parar a sus arcas. De este modo los pobres vecinos se veían una semana sí y otra también obligados a pagar un impuesto nuevo.
- Si seguimos así pronto no nos quedará con que alimentar a los pequeños –le decía Jeannie Colalarga a su esposo.
- Sí pero el gobernador nos exige que paguemos y si no lo hacemos... –la cara de Roger Colalarga se apenaba viendo la situación por la que estaban pasando.- A penas si nos queda comida para un par de días.
Ante esta situación el pequeño de los hijos de la familia Colalarga,  Fussy, decidió actuar por su cuenta al escuchar el lamento de sus padres. Así que aquella misma noche le comentó a su hermano mayor Oliver sus planes, mientras este último se disponía a dormir en su pequeña caja de cerillas.
- Estoy decidido a llegar hasta la casa del gobernador y sustraer el queso.
- ¡Pero tú estás loco chico! Si los guardias te encuentran robándole el queso al gobernador te encerraran en la cárcel –le dijo su hermano sin salir de su asombro.
- Pues por lo menos podré comer algo –respondió encogiéndose de hombros.
- ¿No hablas en serio, verdad? –le preguntó Oliver algo asustado por los comentarios de su propio hermano.- ¡Ay, si el rey supiera lo que ocurre en Choza-ratón! –exclamó apenado.
- Pero nosotros estamos muy lejos de la corte, y además nunca nos recibiría. Sólo pueden verlo los gobernadores.
- Será mejor que te quites esa idea tan absurda de la cabeza y te acuestes –le ordenó el hermano mayor.
Fussy miró a su hermano, que ya se había acostado, y arrastrando lo pies se dirigió a su cama. Tras apagar la luz de la vela Oliver se quedó dormido.


A la mañana siguiente temprano unos golpes en la puerta de la casa de la familia Colalarga hicieron saltar de las cajas a todos sus inquilinos. Cuando el padre abrió la puerta se encontró de frente con el capitán de la guardia del gobernador.
- Buenos días –dijo con voz autoritaria.- ¿Es usted el señor Colalarga?
- Pues claro yo soy –respondió mientras buscaba su par de gafas en los bolsillos de su bata, para poder ver mejor al capitán.
- Vengo a informarle de que anoche encontramos a su hijo...un momento –dijo mientras desplegaba un rollo de papel, y se colocaba el monóculo para poder leer- a su hijo Fussy Colalarga robando el queso del gobernador.
- ¡Mi hijo! ¡Fussy! –exclamó el padre llevándose las manos a la boca.
La señora Colalarga, que en esos momentos se encontraba detrás de su esposo, se desmayó al escuchar las palabras del capitán y hubo de ser reanimada por Oliver que había presenciado toda la escena. El señor Colalarga no daba crédito a sus grandes orejas, y no creía nada de lo que el capitán le había comentado. Pero todo cambió cuando este le hizo entrega de una copia de la acusación al tiempo que se despedía de él.
- Que tengan un buen día –les dijo esbozando una sonrisa maligna por debajo de sus enormes bigotes.
Cuando los miembros de la familia Colalarga se quedaron a solas el desánimo se apoderó de ellos. La madre lograba recuperarse muy lentamente de aquella noticia, mientras el padre se sentaba sobre su sofá gastado a leer el contenido de la acusación.
- Lo van a acusar de robo. Y seguramente lo condenarán a muerte –exclamó apenado.
- Le dije que no lo hiciera –murmuró Oliver.
- ¿Sabías que iba a hacerlo? –le preguntó su madre sobresaltada mientras su padre daba un respingó del sofá haciendo que sus gafas se le cayeran al suelo.
- Bueno...yo... anoche me lo comentó –respondió Oliver con cierto titubeó en su voz.- Pero le dije que no lo hiciera –se apresuró a decirle a sus pobres y apenados padres.
- Será mejor que acudamos a ver al viejo Sabio. Él nos dirá que podemos hacer. Seguro que se le ocurre algo –dijo el padre intentando calmar la situación.

Sabio era un ratón muy anciano y muy listo debido a que gustaba de leer y leer. Su casa parecía una biblioteca por la cantidad de libros que tenía. Libros en las estanterías, sobre las mesas, en la repisa de la chimenea o apilados por el suelo. En los rincones. No había un espacio de su casa que no tuviera algún ejemplar de los escritores más famosos de Miceland. Lo encontraron sentado a su mesa devorando las páginas de un gran libro que a Oliver le pareció muy viejo. Cuando le contaron el lío en el que se había metido el pequeño Fussy, Sabio los miró por encima de sus gafas con cierta preocupación.
- Es una acusación muy seria. Robar el queso del gobernador... Pero veremos que se puede hacer.
- Lo hizo para poder comer –le explicó Oliver intentando ayudar en todo lo posible.
- Sí, sí –asentía Sabio.- Pero es el queso del gobernador entiende muchacho...–repetía una y otra vez.
Aquellas palabras apenaron aún más a la familia Colalarga que veía pocas esperanzas en las palabras de Sabio.

El día del juicio todos los habitantes de Choza-ratón habían acudido a presenciar el juicio contra Fussy. Según las estrictas órdenes del gobernador la familia no podía ver al acusado antes del juicio. Fussy se había sentado sobre una bobina de hilo y estaba custodiado por dos guardias con cara de pocos amigos. Cuando la señora Colalarga vio a su hijo en aquella situación sintió como la pena le oprimía el corazón. Mientras, Oliver y su padre se acomodaban en sus asientos que no eran otra cosa que una enorme caja de cartón dispuesta para tal acontecimiento. El juicio se desarrolló como era de esperar, y pese a los esfuerzos de Sabio por evitar que culparan a Fussy de robar el queso del gobernador, diciendo que lo había hecho porque tenía hambre, o porque era un joven alocado, el veredicto fue claro. Culpable. Desde ese momento la familia Colalarga se sumió en la más profcunda tristeza. Ya no volverían a ver a su hijo.
Cuando todo hubo pasado Oliver se quedó a solas con Sabio en el tribunal, mientras sus padres eran consolados por los demás habitantes de Choza-ratón.
- ¿No hay ninguna posibilidad de salvarlo? –le preguntó Oliver desesperado.
- No –respondió Sabio moviendo la cabeza en sentido negativo. Pero de pronto pareció como si le hubiera venido la inspiración y mirando fijamente a los ojos a Oliver le dijo:- Sí, ya lo creo. Existe una única manera de salvarle la vida a tu hermano, pero bastante arriesgada.
- ¿Cuál? Dime, deprisa.
- Ir a pedir clemencia al rey.
- Entonces me pondré en marcha hoy mismo.
- Pero muchacho –le gritó Sabio agarrando a Oliver por la manga de su camisa para que no saliera corriendo.- ¿Tú sabes lo que dices?. El camino es largo y difícil. Y no cuentas con un medio para desplazarte hasta la capital del reino.
- Entonces iré a pie –respondió tajantemente Oliver.
- ¿A pie?
- Sí, ¿para qué tengo estos pies tan grandes? –le preguntó a Sabio levantando primero uno y luego el otro. De modo que decidió que emprendería el camino a la mañana siguiente.

Aquella misma noche Oliver le contó a sus padres lo que Sabio le había dicho, y como había decidido ponerse en marcha hacia la capital para solicitar clemencia al rey. Por supuesto se lo prohibieron, pero Oliver estaba decidido a hacerlo, y antes de que saliera el sol se había puesto en marcha. El camino hasta llegar a la capital sería largo y lleno de peligros. En los bosques habitaban toda clase de malhechores y asaltantes de caminos, pero Oliver estaba decidido a llegar ante el rey para contarle lo que sucedía en Choza-ratón. Había salido de casa con un pequeño atillo que contenía  algunos pedacitos de queso y varios mendrugos de pan, para alimentarse durante el camino. No obstante, confiaba en la buena caridad y hospitalidad de sus vecinos. Iba pensando en que le diría al rey, como se lo diría, y en como habría de dirigirse a él cuando varios hombres salieron de entre los matorrales y lo rodearon.
- Alto. ¿Quién eres y donde vas pequeño roedor? –le preguntó el que parecía el jefe a juzgar por su aspecto. Llevaba una camisola de color verde sujeta con un trozo de cuerda a la cintura. Se cubría la cabeza con un pequeño gorro de fieltro con una pluma. En sus manos llevaba un arco hecho con un palillo y sedal.
- Me llamo Oliver Colalarga, y voy a la capital a ver al rey –respondió nervioso.
- ¿A la capital? –le preguntó un secuaz algo regordete y ojos saltones.
- ¿Qué quieres del rey? –le preguntó el que parecía ser el jefe.
- Voy a solicitar clemencia para mi hermano. El gobernador lo ha condenado por robar queso.
- Umm. Sí, he oído algo de ese asunto. Es cierto que el gobernador se comporta mal con sus ciudadanos. Nosotros hemos tenido que venirnos a vivir al bosque para escapar de sus injusticias. Por cierto me llamo Robin Ratón, y estos son mi pandilla -dijo señalando a todos los allí presentes.- Esta bien Oliver te dejaremos pasar por nuestro bosque, y es más voy a entregarte mi anillo para que nadie te moleste. Tú enséñalo a cualquiera que intente robarte, y de inmediato sabrá que eres mi amigo.
- Gracias –respondió Oliver tomando el anillo que Robin Ratón le entregaba.
- Espero que tengas suerte en tu aventura –le dijo antes de desaparecer en la espesura del bosque.
De este modo se despidió Oliver de Robin Ratón y su pandilla y continuó su marcha hacia las montañas que se levantaban delante suyo, y que debía atravesar para llegar a ver al rey. Cuando llegó a la falda de las mismas Oliver se detuvo a descansar y a tomar algún pedazo de queso con el que reponer su fuerzas. Apenas si había parado unos instantes para descansar en todo el día, y además comenzaba a hacerse de noche.
- He de encontrar un refugio en el que resguardarme del frío de la noche.
Y buscando, buscando dio con una pequeña cueva abandonada; o eso creía pues al estar todo a oscuras no se dio cuenta de que en su interior dormía un gran gato peludo de color gris. Oliver sintió algo blando y mullido delante suyo y decidió recostarse sobre aquello. Estaba tan cansado que no se percató del ligero ronroneo que emitía el gato, y que Oliver confundía con sus propios ronquidos. Cuando a la mañana siguiente el gato se despertó y estiró sus patas se dio cuenta de que con la sacudida de las mismas había arrojado algo pequeño contra la entrada de la cueva. Pronto sus ojos se posaron sobre el pequeño roedor que había salido rodando. Oliver se despertó fruto del golpe que había recibido. Más cuan grande fue su sorpresa cuando se encontró frente al enorme gato que ahora abría la boca y se relamía de gusto por el manjar que tenía allí delante.
- Vaya, vaya. De manera que ya tengo el desayuno preparado –dijo acorralando a Oliver.
- Escúcheme señor gato –balbuceó Oliver- tengo mucha prisa...y debo seguir el camino hacia la capital para ver al rey. Además le recuerdo que entre nuestros países hay paz.
- Yo no he oído nada de paz entre gatos y ratones –dijo mientras avanzaba con paso lento y firme hacia Oliver.
Mientras tanto el pequeño roedor caminaba hacia atrás acercándose cada vez más a la entrada de la cueva.
- ¿Dónde crees que vas pequeño?
La mente de Oliver trabajaba a toda velocidad intentando encontrar la manera de salir de allí lo antes posible.
- Soy amigo de Robin Ratón –dijo de repente.
- ¿De Robin Ratón? –preguntó sorprendido el gato.
- Sí mira –le dijo enseñándole el anillo que el habitante del bosque le había regalado.
El gato contempló el anillo que relucía con las primeras luces del alba y tras asegurarse de que era cierto miró a Oliver y le dijo:
- Está bien. Puesto que era amigo de Robin Ratón no te haré nada. También es amigo mío.
- ¿De veras? –preguntó Oliver algo sorprendido por el hecho de que un ratón y un gato fueran amigos en aquellos tiempos.
- Pues claro. Robin salvó a mi familia de morir en un incendio durante las guerras entre ratones y gatos. Desde aquel día juré que no haría daño a sus amigos, y puesto que tú eres uno de ellos no te tocaré ni un pelo. Es más puedes subirte sobre mi lomo, y te acercaré a la ciudad.
De este modo Oliver se subió a la espalda del gato que le ayudó a cruzar las montañas, a vadear el río, y a atravesar los verdes valles cercanos a la capital. El gato se detuvo a las afueras de la capital en donde dejó a Oliver.
- Espero que tengas suerte en tu misión. Yo debo volver a mi territorio. No es bueno que un gato esté cerca de la capital de los ratones. Entiendes verdad. Todavía hay ratones que nos consideran sus enemigos, pese a que hace ya años que hay paz entre nosotros.
De este modo se despidió del pequeño roedor y emprendió el camino de regreso. Oliver entonces empezó a buscar el palacio, pero como nunca antes había estado en la capital hubo de preguntar por su ubicación. Muchos ciudadanos se sorprendieron por su interés en ver al rey, y le aconsejaron que desistiera de su intento ya que aquel no le recibiría. Pero Oliver no había llegado hasta allí para nada de manera que decidido se encaminó hacia el palacio de su majestad. Al verlo llegar los dos guardias apostados a ambos lados de la puerta le impidieron la entrada.
- Pero necesito ver al rey. Es muy importante –le dijo en tono de súplica.
Sin embargo, los dos guardias permanecieron impasibles ante Oliver. Este hubo de poner a funcionar rápido la maquinaria de su cabeza. Comenzó a pasear con la cabeza gacha sin ver que un ratón con carro lleno de fruta se aproximaba por la calle hacia él.
- Aparta de ahí roedor, no ves que tengo que cruzar–le gritó el conductor alzando el puño como si quisiera enfadarse.  El carro se detuvo justo delante de la entrada del palacio esperando a que abrieran las puertas momento que Oliver aprovechó para esconderse entre la fruta. Una vez dentro saltó del carro, y corrió hacia el salón del trono donde se estaba celebrando una importante reunión en la que participaba el rey y sus consejeros. Tan encandilado estaba Oliver que no percató de la presencia de los guardias hasta que estos lo detuvieron.
- Soltadme, soltadme –gritaba Oliver mientras forcejeaba con sus captores.
Aquellos gritos despertaron la curiosidad del ayudante del rey quien de inmediato corrió a ver que sucedía. Era un ratón alto y fuerte vestido con una librea en tonos azul claro.
- ¿Qué sucede aquí? ¿Y quién es este? –preguntó señalando a Oliver.
- Lo hemos encontrado fisgoneando por palacio –respondió uno de los guardias.
- ¿Qué hacías aquí? –le preguntó el ayudante del rey bajando la mirada hacia Oliver.
- Sólo quiero ver al rey para...
- El rey no recibe a nadie –le dijo muy serio el ayudante.
- Pero es muy importante que lo vea, debo informarle...
- Echadlo de aquí vamos.
- ¡No, no, majestad, majestad! –comenzó a gritar cada vez más y más alto Oliver hasta que sus gritos trajeron al propio rey ante él.
- ¿Qué sucede aquí Fritz? –le preguntó mirando al ayudante.
- Este muchacho que se ha colado en palacio para veros majestad –se explicó.
- ¿Y qué es eso tan importante que tienes que decirme que arriesgas tu vida por entrar en palacio? –le preguntó el rey.
- Señor... majestad –empezó diciendo Oliver haciendo una reverencia.- Se trata de mi hermano.
- ¿Qué le pasa a tu hermano?
- Está preso en la prisión de Choza-ratón.
- Si está preso es por que ha cometido algún delito ¿no? –le preguntó levantando las cejas.
- Robó el queso del gobernador –respondió en voz baja Oliver mientras agachaba la cabeza.
- Eso es delito majestad –le recordó el ayudante.
- Ya lo sé Fritz no necesito que me lo recuerdes. Continúa pequeño.
- El gobernador de Choza-ratón nos obliga a pagar impuestos abusivos; tantos que no nos llega ni para comer. Por eso mi hermano robó el queso.
- Ummm. Vaya, de modo que mi gobernador de Choza-ratón se comporta mal, ¿eh?
- Majestad vos podéis indultar a mi hermano.
- Tienes razón, pero antes me aseguraré de que lo que dices es verdad. Y tengo un plan para averiguarlo.


Pocos días después Oliver regresó a Choza-ratón acompañado de un extraño compañero. Un roedor ataviado con unos andrajosos ropajes y un bastón que le servía para ayudarse al caminar. Juntos entraron en casa de la familia Colalarga. Al verlo aparecer sus padres se llenaron de gozo, pues pensaron que traía el indulto para su hermano. Pero a cambio lo que Oliver había traído era una boca más que alimentar.
- Perdonadnos, pero sólo tenemos unas migajas de queso para ofreceros. La vida en Choza-ratón se hace cada vez más difícil –le explicó la señora Colalarga.
- ¿Por qué? –le preguntó el extraño.- ¿Acaso vuestro rey no os trata bien?
- No es el rey precisamente, sino su gobernador quien nos oprime con tantos impuestos. Casi no nos llega para comer y además... nuestro hijo...
La señora Colalarga no pudo continuar la narración pues la pena la embargaba de manera que fue el señor Colalarga quien la concluyó.
- Mañana ajusticiarán a nuestro hijo por robar un pedazo de queso del gobernador. Él que tiene los almacenes llenos a rebosar.
- Cuanto lo siento –dijo el extraño.- ¿Si pudiera hacer algo?
- Rezábamos para que Oliver trajera el indulto del rey pero...-dijo el señor Colalarga encogiéndose de hombros.
- No deben preocuparse; seguramente que su hijo ha hecho todo lo que ha podido y más –respondió el extraño mirando a Oliver.
Los señores Colalarga se miraron sin entender aquellas palabras y se retiraron a dormir a esperar la mañana siguiente en la que su hijo Fussy sería ajusticiado por el verdugo. La mañana resultó despejada y muy soleada. El viento fresco mecía las ramas de los árboles emitiendo un sonido melódico. Todo estaba preparado en la plaza de Choza-ratón para la ejecución de Fussy. El gobernador se encontraba sentado sobre un enorme carrete de hilo con un respaldo de espejo dispuesto a dar la orden de comenzar. Fussy y el verdugo aguardaban la orden. El pueblo de Choza-ratón había sido obligado a congregarse en la plaza bajo pena de igual castigo para el que no lo hiciera. Los padres de Fussy y el propio Oliver se encontraban allí también al igual que el extraño compañero de Oliver.  El gobernador se levantó de su asiento para dar la orden de empezar el castigo cuando una voz se oyó entre el público que detuvo tal acontecimiento.
- Alto en nombre del rey. Detened esta injusta ejecución.
Todos los ratones congregados volvieron sus cabezas hacia el lugar de donde había salido aquella voz. El gobernador ofendido por aquella interrupción mandó detener a aquel que se había atrevido a contradecir sus órdenes. El extraño avanzó saliendo de la multitud, y con paso firme y decidido caminó hacia el patíbulo ante la sorpresa de todos.
- ¿Con qué derecho te atreves a detener esta ejecución? –le preguntó el gobernador señalándolo con el dedo.
- Con el derecho que concede mi rango y mi título –respondió el extraño despojándose de todos sus harapos hasta dejar visible el traje con el emblema real en su pecho.
- ¡El rey! –exclamaron algunos curiosos.
- ¡Es el rey! –gritaban otros.
- Ha venido a librarnos del gobernador –murmuraban.
El señor y la señora Colalarga no daban crédito a sus ojos. El rey en persona había acudido a Choza-ratón. El gobernador no tuvo más remedio que sentarse y callarse ante la autoridad del monarca.
- Me han dicho que tratas mal a mi pueblo, y que has acusado injustamente a este pobre indefenso por robar un pedazo de queso para poder comer. ¿Es esta la justicia que yo te enseñé? Desde hoy quedarás preso en la cárcel. Nombraré un nuevo gobernador.

Pocos días después el rey ofreció el cargo de gobernador al propio Oliver, quien se excusó diciendo que no tenía rango ni categoría para hacerlo.
- Es posible, pero te las ingeniaste muy bien para entrar en mi palacio burlando a mi guardia. Estoy seguro de que serás igual de justo con tus vecinos. Y espero que acudas pronto a visitarme. Además he oído que entre tus amistades se encuentra Robin Ratón.
- Yo quería pediros que le permitierais regresar a Choza-ratón para ayudarme.
- Pues claro. Ya he mandado llamarlo.
Oliver sintió una inmensa alegría por el feliz desenlace de la historia. Su hermano se había salvado del verdugo. El queso almacenado por el gobernador había sido distribuido entre todos los habitantes de Choza-ratón, y él había sido nombrado gobernador. Pronto se rodeó de gente experta como el bueno de Sabio el devorador de libros e historias, o Robin Ratón que le ayudaron en el buen cumplimiento de la justicia. En cuanto a Fussy fue castigado por sus padres por robar, aunque fuese para comer. Su castigo fue acudir a casa de Sabio a colocar por orden todos los libros que Sabio tenía apilados en su casa. Algo que Fussy agradeció, pues le permitió acercarse a la lectura, y descubrir el placer que esta le producía.

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