Primera parte
La llegada a Moscú
Rusia,
septiembre de 1812
Una
inmensa columna de humo se alzaba desde las profundidades de la tierra
confundiéndose con los densos nubarrones, que a esas horas poblaban el cielo
ruso. La aldea de Borodino se despertaba aquella mañana de septiembre de 1812
con el estridente sonido de los cañones. Era la mañana en la que Napoleón se
encontraba con el camino libre hacia Moscú.
Una
miríada de hombres, mujeres con niños en sus brazos, a cuestas sobre sus
hombros, o en carromatos tirados por bestias, transitaba por el camino que
serpenteaba junto al río Moscova. Huían de sus hogares, o de lo que habían sido
estos antes de que la guerra llamara a sus puertas. Ahora no eran más que
restos carbonizados y humeantes. Vestigios de una batalla sangrienta librada
entre las tropas rusas al mando de Miguel Kutuzov, y las de la mayor amenaza
para Europa: Napoleón. En un último gesto de patriotismo con el zar y la madre
Rusia, los aldeanos habían incendiado sus propias casas y campos con el fin de
que los invasores solo encontraran desolación. La política de «tierra quemada» ordenada por el zar
pretendía desestabilizar a las tropas de Napoleón, en un intento para que su
salida de Rusia fuera inmediata. Por otra parte, los propios soldados rusos se
habían visto sorprendidos por la artillería francesa hasta verse en la
obligación de retirarse hacia la capital. Esta, por su parte, no ofrecía
ninguna posibilidad de ser defendida ante el empuje francés. Napoleón estaba
dispuesto a ocuparla a toda costa. Quería demostrar a todas las potencias
aliadas contra él que no podrían vencerlo. Que su Grande Armée era poco
más que invencible. Y ahora observaba orgulloso el discurrir de los
acontecimientos en compañía de los miembros de su Estado Mayor.
—Moscú. La vieja y sagrada Moscú a nuestros
pies, caballeros —dijo con un toque orgulloso mientras enfocaba su catalejo
hacia las doradas cúpulas del Kremlim.
A escasos pasos de él, un joven, pero experto
oficial de húsares, lo observaba impertérrito mientras escuchaba sus palabras. «¿Y
ahora qué?» —se decía mientras miraba a su emperador—. Una vez conquistada toda
Europa, y llegados a la capital de Rusia, ¿qué nos queda?» El joven oficial se
hacía esta y otras preguntas en un intento por encontrarle sentido a aquella
locura, que lo había llevado a cruzar todo un continente a golpe de bayoneta
para llegar justo al sitio en el que estaban ahora. ¿Por qué se había embarcado
en una aventura como aquella? ¿Qué sentido podría tener para él? A fin y al
cabo su situación no cambiaría de una manera sustancial, pues él seguiría
siendo Louis Lacroix, oficial de húsares.
En
ese momento el emperador volvió el rostro hacia él y sus miradas se
encontraron. Napoleón sonrió tímidamente mientras devolvía el catalejo a un
oficial, y caminaba con las manos a la espalda. Vestido con el uniforme de
campaña y su abrigo gris hasta los pies, Napoleón se paseaba entre su Estado
Mayor con la satisfacción del deber cumplido.
—Caballeros, la victoria es vuestra. Mañana
marcharemos sobre la capital, y aceptaremos la capitulación del zar Alejandro —les
informó orgulloso—. ¿Aún no han venido a ofrecerla? —preguntó sorprendido por
este hecho.
—Nadie ha venido a rendir la ciudad todavía,
sire —le comentó uno de sus oficiales del Estado Mayor.
—¿Ni una sola noticia? ¿Ni un simple emisario?
—inquirió con ciertos tintes de cólera en su voz, mientras el rictus de su
rostro de contraía. En un gesto de rabia se volvió sobre sus pasos dando la
espalda a todos los oficiales presentes mientras su mirada volvía a posarse en
la capital rusa rodeada por un resplandor anaranjado.
Fue el momento que Louis eligió para
ausentarse de allí y regresar junto a sus hombres. Quería recibir las noticias
de las bajas. Y sinceramente, prefería la compañía de estos a la del emperador.
Por ello caminó con paso decidido hasta el lugar donde se encontraba la gran
parte de su escuadrón de húsares, y al primero que se encontró fue a Bertrand,
su más leal amigo departiendo tranquilamente con varios soldados. Al verlo
aparecer los hombres se cuadraron en señal de respeto hacia su oficial.
—Descansen —les ordenó Louis mientras se
desprendía de su colbac, o sombrero
de cuero forrado de pelo de oso negro. Estaba adornado por una pieza de tela o
banderola, una pluma, y una borla. Este tipo de gorro estaba destinado
únicamente a la compañía de elite de cada regimiento—. ¿Cuántas bajas hemos
sufrido, Bertrand?
Bertrand era un tipo alto y fuerte, con mirada
de águila. Lucía un fino bigote así como las trenzas características de los
húsares, con excepción de Louis, quien no gustaba de tales modas.
—Hemos perdido al menos un tercio de nuestro
regimiento —le informó con voz seria mientras la pelliza de color rojo con un
ribete de lana negra se movía incesante con los movimientos del brazo de
Bertrand.
Louis lo miró en silencio por unos instantes.
—Bueno, ese el es riesgo que corremos los
húsares. Somos los primeros en entrar en combate, y por lo tanto los primeros
en caer. —Descansa —le dijo con un tono menos marcial.
—¿Qué ha dicho el emperador? —le preguntó
ávido de noticias, por saber qué sucedería a partir de ese momento.
—Moscú. La sagrada y venerada Moscú está ante
nosotros, caballeros —le respondió imitando la voz de Napoleón, a lo que Bertrand
puso cara de no comprenderlo muy bien. Sin embargo, intuía cuales eran los
planes del emperador.
—¿Eso significa que entraremos en la capital?
—le preguntó algo confuso por haberse detenido a escasas verstas de la
capital de Rusia.
—Eso creo —le respondió resignado, como si
realmente no quisiera hacerlo.
—Y una vez que entremos en la ciudad...
—¿Quién sabe? —le Louis dijo encogiéndose de
hombros.
De repente, el sonido de voces atrajo la
atención de Louis, quien en esos momentos miraba por encima del hombro de
Bertrand, al lugar donde se desarrollaba la escena. Se trataba de algún tipo de
altercado en el que se veían inmersos algunos de sus hombres, a juzgar por el
uniforme del regimiento. Louis se abrió camino pasando junto a Bertrand, quien
se volvió hacia su amigo para ver hacia donde se dirigía.
—¿Adónde vas? —le preguntó volviéndose hacia
él, pero sin recibir respuesta alguna.
Louis caminaba con paso enérgico mientras el
sable y la cartera en la que se guardaban las órdenes le golpeaban la pierna.
Entrecerró los ojos en un intento por identificar mejor a sus hombres, quienes
parecían estar riéndose a costa de algunos campesinos rusos. Cuando estuvo a
escasos pasos de la escena, sus ojos se fijaron en el pequeño cuerpo de un
campesino, que era zarandeando entre los soldados. Cuando Louis los apartó a
empellones, estos se quedaron paralizados, e incluso uno de ellos hizo ademán
de golpearlo, pero se contuvo al reconocer a su oficial. La mirada de Louis era
ahora de ira y cólera por lo que acaba de contemplar con sus propios ojos.
Paseó su mirada por los soldados de su regimiento para identificarlos, y se
detuvo en quien parecía estar al mando.
—¿Qué significa esto, Maurice? —le preguntó
encarándose con él.
El interpelado era un soldado alto y fuerte,
que parecía retar a Louis, a juzgar por la postura que había adoptado con sus
manos sobre las caderas, y el mentón alzado. Las miradas de ambos se cruzaron
durante unos segundos hasta que Maurice pareció comprender el mensaje de su
superior y se relajó.
—Solo nos estábamos divirtiendo —le respondió
sin darle la mayor importancia.
—¿Divirtiendo? —repitió Louis asqueado por
aquella palabra—. ¿A costa de los campesinos rusos? —le preguntó encarándose de
nuevo con él.
—¡Maldita sea Louis, son solo campesinos! —le
dijo justificando su acción.
—¡Campesinos, sí! Que se merecen cualquier
respeto por nuestra parte. No olvides que esta es su tierra, su país. Ni
tampoco olvides que les hemos arrebatado todo. Les hemos traído la guerra, el
hambre, la desolación y la muerte a las puertas de su casas —le dijo rechinando
los dientes mientras sentía la furia crepitar en su interior como una hoguera—.
No somos bandidos, ni bárbaros incivilizados que nos dediquemos al pillaje o a
violar a las mujeres por simple diversión. No lo olvides. Somos soldados de la Grande Armée.
Se apartó unos pasos de Maurice para volverse
hacia el campesino al que habían estado zarandeando. Estaba algo apartado de él
y con el rostro vuelto y oculto por sus cabellos negros y rizados. Louis se
acercó hacia este dispuesto a pedir disculpas, cuando el campesino se revolvió
mostrando su verdadera identidad. En ese momento Louis fue testigo mudo de la
más hermosa belleza en aquellos desoladores parajes. Los ojos más azules y
cristalinos que jamás nunca antes había contemplado. El rostro más dulce pese a
la rabia que mostraba. La piel más blanca y tersa jamás imaginada sobre la que
destacaba un hilo de sangre resbalando por la comisura de sus labios
sonrosados. Louis hizo ademán de limpiárselo con un pañuelo que extrajo del
interior de su fajín, pero la mano de la campesina lo rechazó haciendo que la
suave seda de color blanco cayera sobre el barro y se ensuciara. Louis siguió
su camino con la mirada hasta que se posó sobre este, y a continuación levantó
sus ojos para dejarlos suspendidos en los de la muchacha.
—No me toquéis. No quiero nada que tenga que
ver con vos —le espetó en un perfecto francés antes de escupirle sobre la punta
de las botas ya sucias por el lodazal.
—¿Quién os ha golpeado? —le preguntó tratando
de modular su tono lleno de ira hasta convertirlo en un susurro.
Su silencio no hizo sino acrecentar la rabia
de Louis, quien se volvió hacia sus hombres con el cuerpo tenso. Ninguno de
ellos respondió, y Louis se centró en Maurice como responsable de aquel grupo
de soldados. Se situó frente a él mirándolo fijamente esperando su explicación.
Podía sentir cómo se le aceleraba el pulso y cómo le hervía la sangre; pero
también podía sentir los ojos de la muchacha sobre él. Esa mirada tan limpia y
cristalina.
—No —respondió con la parsimonia y la
gallardía propia de los húsares.
Louis entrecerró los ojos como si estuviera
intentando averiguar si decía la verdad, pero Maurice ni se inmutó. Y cuando
Louis se alejó, este habló.
—No entiendo a qué viene tanto interés por lo
que le haya podido ocurrir. ¿Qué problema hay? Ya te he dicho que no es más que
una campesina.
Louis se volvió como un huracán hacia Maurice
dispuesto a golpearlo, cuando sintió que los brazos recios de Bertrand lo detenían.
Este, sin embargo, hubo de hacer acopio de todas sus fuerzas para sostener a la
especie de bestia enfurecida que era en esos momentos Louis.
—Apártate de mi vista —le dijo con un tono
frío y cortante mientras su mirada se tornaba amenazante.
Maurice sonrió burlón sin mostrar miedo
aparentemente a pesar de ser un superior. Antes de alejarse le lanzó una última
mirada a la muchacha, quien desvió la suya en señal de desprecio. Pero
entonces, sus ojos se encontraron con los del oficial francés que había acudido
en su ayuda. Tenía el ceño fruncido y una expresión aterradora en su rostro de
trazos angulosos. Labios finos que ahora se apretaban por la furia. Sin
embargo, sus gestos parecieron relajarse, y hasta dulcificarse cuando se
percató de que ella lo miraba. Sus músculos perdieron la tensión del momento y
Bertrand lo fue soltando poco a poco. Quiso sonreírle, pero no supo como
hacerlo. En cierto modo se sentía intimidado, paralizado por aquellos ojos, y
aquel rostro tan juvenil, tan puro y tan inocente que ya conocía los horrores
de la guerra.
Hizo un intento por acercársele y ofrecerle su
ayuda por segunda ocasión. Confiaba en que tal vez ella no se mostrara tan
distante, aunque entendía su actitud. Respiró hondo en un intento por relajarse
del todo y no dar ese aspecto fiero y puede que desalmado que había ofrecido.
Incluso sonrió tímidamente cuando recogió el pañuelo del suelo y por segunda
vez se lo ofreció. Durante unos instantes se miraron fijamente sin saber por qué.
Era como si ambos se estuvieran estudiando. Comprobando si podían confiar el
uno en el otro. Bertrand por su parte no apartaba la mirada de su amigo y
superior sin saber por qué diablos se comportaba de aquella manera. ¿Por qué
ese desmedido interés en aquella campesina rusa? Estaba de acuerdo en querer
salvarla de sus hombres, pero nada más. Insistir en atenderla le parecía algo
raro en él.
La campesina extendió su pequeña y ennegrecida
mano hasta rozar con la punta de sus dedos la suave tela. Louis se mantuvo
expectante en todo momento hasta que ella lo tomó en su mano sin apartar su
mirada de la del joven oficial de húsares en ningún momento. Solo por un breve
lapso de tiempo las yemas de sus dedos se rozaron tímidamente antes de que ella
se llevara el pañuelo a los labios para limpiar la sangre sintiendo al momento
su suavidad y el frío de la nieve. ¿Cómo era posible que un soldado francés
pudiera ser tan considerado con ella? Había conocido a muchos en los últimos
días y podía asegurar que no tenía nada en común con ellos. Los soldados
buscaban a las jóvenes muchachas para violarlas antes de acabar con ellas o
dejarlas abandonadas en mitas de la nada. En todo momento sentía su mirada
sobre ella. La delicadeza de su trato. Cuando hubo terminado de limpiarse
contempló su sangre impregnada en la delicada tela. Se lo devolvió mientras
Louis sonreía complacido por este gesto y se lo guardaba.
—Bertrand
atiende a esta muchacha —dijo sin apartar la mirada de ella—. Llévala a mi
tienda y...
—Os repito que no necesito vuestra ayuda —le
interrumpió con un tono frío y cortante, como las bajas temperaturas que se
respiraban, y que dejaba claro que no estaba dispuesta a rendirse tan
fácilmente a su enemigo.
—Podéis descansar y tomar algo —insistió él.
—¿Acaso pretendéis comprarme con buenas
maneras? ¿Estáis dispuesto a mostraros hospitalario conmigo después de que me habéis
arrebatado mi hogar y mi familia? —le preguntó mientras apretaba los puños
contra los costados de su falda de campesina, y sentía la sangre caliente
recorrer sus venas de manera enfurecida.
—Lamento el daño que os haya...
—¡Lamentáis! Seguro que sí —le dijo en un tono
jactancioso mientras se encaraba aún más con él, ante la atónita mirada de
Bertrand.
—Os pido disculpas en nombre de mis hombres y
en el mío propio —le dijo inclinando la cabeza frente a ella en un claro acto
de sumisión.
Y cuando Louis volvió a su posición inicial ante
aquel rostro enmarcado entre rizos negros, volvió a sumergirse en aquellos ojos
tan claros y tan azules como las aguas del Sena. Y ni tan siquiera sus
carcajadas burlonas consiguieron apartarlo de sus pensamientos.
—Buen intento, pero no es suficiente.
—¿Qué deseáis? Puedo ordenar que os concedan
lo que queráis. Soy un oficial de húsares y todos me obedecen.
—¿Lo veis? —exclamó acercándose peligrosamente
hasta él mientras su miraba parecía ahondar en su alma en busca de sus
verdaderos sentimientos.
—¿A qué os referís? —le preguntó Louis
confundido y hasta cierto punto intimidado por el arrojo de aquella campesina
rusa. Aunque teniendo en cuenta su situación poco o nada tenía que perder
frente a él.
—A que os pensáis que todos deben obedeceros
por el hecho de ser un oficial del regimiento de húsares de Napoleón. A eso —puntualizó
señalándolo con el dedo hasta que este rozó su guerrera.
—Pero… —Louis estaba algo confuso y aturdido
por el comportamiento de ella, y también por unos indescriptibles deseos de no
dejarla partir, por el momento. Estaba dispuesto a ayudarla después de lo
sucedido con Maurice y sus hombres—. Solo intento ser amable.
—Os estoy agradecida por haber intervenido
antes, pero eso no me obliga a estar en deuda. Yo no he pedido vuestra ayuda.
—Le dejó claro mientras sonreía de manera maligna y cruzaba sus brazos sobre su
pecho realzándolo un poco por encima del escote.
—Intervine porque pensé que era mi obligación.
—Me consuela saber que no lo hicisteis porque
sois un oficial de húsares —le dijo con cierta chanza en el tono de su voz
mientras sonreía irónicamente y alzaba su ceja derecha de un modo
significativo—. Y no porque me considerarais una muchacha indefensa.
—Creed lo que queráis —le dijo Louis
frunciendo el ceño mientras gesticulaba con los brazos—. ¡Qué puede importarme
el destino de una campesina rusa como vos! —murmuró mientras hacia intención de
volverse y darle la espalda, pero al momento se giró de nuevo hacia ella. Su
repentino giro la sorprendió hasta casi hacerla caer, y Louis se mostró ágil de
reflejos al extender su mano y sujetarla. Luego la acercó aún más a su cuerpo
sin dejar de contemplar sus hermosos ojos. Sintió por un instante cierta
sequedad en la boca y parecía que le costase siquiera hablar. Y cuando por fin
las palabras parecieron regresar a su boca murmuró—: Solo os estoy brindando mi
ayuda. Insisto.
Su aliento acarició el rostro de la muchacha
lenta y suavemente. Su mirada era profunda y cargada de sentimiento, y sus
palabras parecían verdaderas. Pero ella era una campesina rusa y él un oficial
francés. Un enemigo. Un invasor. ¿Por qué debería creerlo?
—¿Quién me asegura que no me habéis liberado
para luego aprovecharos de mi en vuestra tienda? —le preguntó mientras
entrecerraba los ojos tratando de adivinar si el pensamiento se le había pasado
por la cabeza al oficial.
La pregunta y el tono empleado por la muchacha
lo sorprendieron tanto como un ataque inesperado por el flanco derecho. Por un
momento se sintió derrotado. Como si se hubiera caído del caballo y ahora
estuviese a merced del enemigo. De una hermosa enemiga, a decir verdad. En todo
momento, Bertrand permaneció inmóvil atento a cualquier gesto de la muchacha
contra Louis. No se fiaba de los campesinos rusos, los cuales habían producido
innumerables bajas entre sus filas. Pero en este caso la única arma que parecía
tener la campesina era su mordaz lengua.
—No soy uno de esos que se dedican a saquear y
violar a las mujeres. Tenedlo presente.
—Pero sois un oficial francés. Un enemigo de
la madre Rusia —le susurró ella lentamente y de un modo significativo mientras
la piel se le erizaba.
—Que no desea que se cometan injusticias con
el pueblo ruso.
—¿Con todos o solo con sus muchachas? —le
preguntó arqueando su ceja derecha con elocuencia mientras sonreía burlona,
sabiendo que estaba consiguiendo derrotarlo en su hombría.
—Tenéis toda la razón del mundo —comenzó
diciendo mientras cambiaba el tono de su discurso, y ahora se mostraba
pretencioso—. Nada me obliga a ayudaros. De manera que si no queréis… —le dijo
haciendo acopio de la frialdad que había empleado con sus soldados, al tiempo
que se separaba de ella.
La muchacha lo vio alejarse con pasos lentos y
medidos en todo momento; él esperaba que ella lo detuviera. De pronto escuchó
su voz a sus espaldas.
—Esperad. No os vayáis.
Louis sonrió para sí mientras lentamente se
volvía hacia ella. La muchacha permanecía en la misma posición en que él la
había dejado. Tenía el aspecto frágil de una muñeca de porcelana, pero él
apostaba a que era fuerte y tenía una voluntad de hierro. Estaría acostumbrada
a trabajar desde el amanecer al anochecer, sin descanso. Su aparente fragilidad
exterior nada tendría que ver con la vida que habría llevado. Entrecerró los
ojos escrutando su rostro, y las sensaciones que este le transmitía. ¿Acaso
estaba interesado en ella? Solo como pasatiempo divertido en medio de aquella
locura de guerra. Por supuesto, una vez que se hubiera restablecido, ella se
marcharía, y él la dejaría hacer. Pero por algún extraño motivo aquella
muchacha le había caído en gracia, y estaba dispuesto a ayudarla.
Caminó lentamente con las manos a la espalda
mientras el sable y su cartera de piel negra destinada a contener las órdenes
militares danzaban detrás de él. Esbozaba una sonrisa cínica, que no dudaba el
ocultar a medida que se acercaba hasta ella. La muchacha lo veía avanzar en su
dirección con el digno porte de un soldado de Napoleón. Había escuchado decir
que eran sin duda los más elegantes en su uniforme y los más valientes en
combate. Por otra parte, había escuchado también comentarios en torno al cuerpo
de caballería, y en especial al de húsares. Y que en nada tenían que envidiar a
los propios cosacos del zar. Aguerridos, valerosos, leales, pero fanfarrones y
hasta cierto punto galantes. Y a fe que ella lo estaba comprobado por sí misma
en esos momentos.
Louis se detuvo delante de ella con aquel
porte digno de un Adonis, a pesar de que su uniforme estaba algo sucio. Sus
ojos oscuros como el abismo y sus cabellos arremolinados le otorgaban un
aspecto desaliñado, pero atractivo de igual manera. Lucía una sonrisa socarrona
en su rostro.
—¿Os lo habéis pensado mejor? —le preguntó
entornando la mirada hacia ella.
La muchacha sonrió burlona por el comentario,
pero más que nada por la actitud que había adoptado él.
—Es posible —le respondió en un tono que
denotaba cierto juego del gato y el ratón.
Louis respiró profundamente mientras no dejaba
de contemplarla. Sus cabellos rebeldes enmarcando ese rostro tan aniñado de
trazos finos y delicados. En cierto modo le llamaba la atención que fuera una
campesina, y al mismo tiempo su piel pareciera tan tersa y suave. Tal vez el frío
invernal de aquellas tierras le beneficiara y la ayudara a conservarla de esa
manera. Se mostraba muy segura, como si supiera que él acabaría haciendo lo que
le pidiera.
—¿Aceptaríais mi invitación en mi humilde
tienda? —le preguntó alzando la ceja derecha.
Se
produjeron unos segundos de silencio en los que la muchacha pareció pensarlo;
Louis creyó que se estaba burlando de él o haciéndose la interesante.
—De
acuerdo.
—Bien —murmuró suavemente sin poder apartar
los ojos de ella. Se volvió hacia su ayudante Bertrand y le preguntó—: ¿Está
preparada mi tienda?
—Lo está, Louis —respondió este asintiendo
mientras trataba de adivinar si su amigo y superior estaba jugando con aquella
campesina rusa.
—Entonces vayamos —sugirió mientras se
apartaba de su paso.
La muchacha lo contempló con cierto recelo por
su galantería, aunque no le extrañaba lo más mínimo pues lo había podido
comprobar con anterioridad. Cruzó delante de él sintiéndose observada en todo
momento, y sabedora del poder que podría ejercer sobre él.
Bertrand se aproximó hasta su amigo y le
susurró:
—¿Te has vuelto loco?
—¿Por qué? —le respondió Louis sorprendido por
la reacción de su amigo.
—Llevarte a una campesina rusa a tu tienda…
—Oh, vamos, ¿no irás a pensar que…? No, no
puedo creer que tú estés pensando… —le dijo sacudiendo su cabeza.
—¿Entonces no tienes ningún interés oculto? —le
preguntó con una mezcla de sorpresa y alarma en su voz al tiempo que arqueaba
sus cejas hasta perderse bajo su gorro.
—No de los que tú te imaginas —le respondió
sonriendo burlón. Luego se detuvo frente a su amigo y posando su mano sobre su
hombro, lo miró a los ojos y le dijo—: Mi único interés es mantenerla alejada
de Maurice.
Bertrand iba a responder cuando se percató que
Louis ya había salido en pos de la campesina rusa. Lo vio alejarse junto a ella
mientras fruncía el ceño y sacudía la cabeza. Al cabo de unos segundos pareció
más tranquilo.
—Empezaba a pensar que iba a enredarse con
ella —se dijo a sí mismo mientras volvía con el resto de los soldados.
—Aún no conozco tu nombre —comentó
Louis volviéndose hacia ella una vez que estuvo alojado en su espartana tienda
de campaña.
La
muchacha lo miró sin interés y se encogió de hombros.
—¿Qué
importancia puede tener mi nombre para vos? Solo soy una vulgar campesina rusa
a la que Napoleón ha arrojado de su hogar y a la que ha despojado de todo —le
dijo con un tono mordaz que provocó una mueca de desagrado en Louis.
—Tenéis
razón. No os lo voy a discutir —le dijo mientras se despojaba de su guerrera y
la dejaba sobre una silla. A continuación hizo lo mismo con su sable y la
cartera—. Pero eso no impide que dos personas civilizadas que acaban de
conocerse se presenten. Yo soy Louis Lacroix —dijo con tono humilde,
inclinándose hacia delante.
La
muchacha lo observó detenidamente hacer aquel gesto tan caballeroso, pero
ridículo al mismo tiempo según ella. Cuando Louis volvió a fijar su mirada en
la de la ella percibió cierto brillo malicioso que denotaba cierta diversión
por su parte. Como si ella se estuviera divirtiendo con sus modales.
—¿Cómo
os llamáis?
—¿Por
qué debería responder?
—Porque
acabamos de conocernos, pero desconozco vuestro nombre, ya os lo he dicho.
La
muchacha sonrió burlona y divertida ante su insistencia.
—Olga.
—Bien,
Olga, ¿sois de Moscú? —le preguntó mientras se acercaba a ella y se detenía a
escasos pasos. Extendió las manos, pero al momento ella se apartó en un acto
reflejo para quedarse mirándolo con recelo.
—Apartaos
de mí u os juro que os morderé —le espetó mientras su mirada se volvía fría
como el día.
—No
iba a haceros nada. Solo quería comprobar el corte que tenéis en el labio —le
explicó Louis con toda naturalidad mientras levantaba las palmas de sus manos
hacia arriba en señal de tregua.
A
pesar del gesto, Olga mantuvo la distancia como medida de prudencia. Y cuando
Louis se dio la vuelta hacia la mesa de madera que habían desplegado para él en
mitad de la tienda, ella se sintió algo confundida por haberse comportado de
aquella manera. Por haber recelado de sus intenciones antes de conocerlas.
Ahora Louis vertía agua sobre un cuenco y cogía un trozo de lienzo blanco con
los que se vendaban las heridas.
—¿Puedo
curaros el corte? —le preguntó mostrándole sus utensilios como prueba de su
buena voluntad—. ¿O también pensáis abalanzaros sobre mí para morderme y
arañarme?
Olga
sintió que sus mejillas se encendían de vergüenza. Por haberlo juzgado mal
desde un principio, pero había oído comentarios acerca de lo que los soldados
franceses estaban haciendo a las mujeres rusas. Tal vez no todos los
comentarios que había escuchado fueran ciertos; no dudaba que algunos lo
hicieran, pero tampoco dudaba que era una manera de acrecentar el odio hacia
los invasores.
—Sentaos
sobre la cama —le dijo indicándole un austero catre.
Olga
echó un vistazo rápido al catre y después se volvió a concentrar en Louis,
quien la miraba sin comprender que le sucedía ahora. Finalmente, Olga accedió a
sentarse y aguardó pacientemente a que él se acercara. Cuando se arrodilló
frente a ella, se sintió turbada considerablemente, pues no esperaba este gesto
por su parte. Su mirada siguió la mano de Louis cuando este mojó el paño en el
agua, y se lo acercó con determinación y atención hasta el corte del labio.
Olga se sobresaltó al sentir el contacto sobre la herida, lo que hizo que Louis
se detuviera, turbado. Tal vez no hubiera sido el contacto de paño sobre sus
labios en sí, sino la forma en que Louis la miraba.
—¿Os
he hecho daño? —le preguntó con el ceño fruncido y un tono de disculpa en su
voz.
—No…
—susurró entre balbuceos por los nervios que ahora parecían atenazarla—. Pero,
dejadme —le dijo desviando su mirada hacia el paño, que Louis aún mantenía en la
mano.
El
suave roce de sus dedos sobre los suyos le provocó una extraña y placentera
sensación. Miró fijamente sus manos y comprobó que pese a ser las de una
campesina, poseían una delicadeza y una suavidad dignas de alguien de la nobleza.
Cuando levantó su mirada de estas para dejarla suspendida en aquellos ojos tan
azules, Louis se sumió en un desconcierto sin igual. Verla allí sentada pasando
suavemente el trapo empapado en agua por sus carnosos labios le produjo una
sensación de protección jamás antes conocida.
—Decidme,
¿quién os lo hizo? ¿Fue Maurice? —le preguntó queriendo saber quien había sido
el salvaje que la había golpeado hasta casi partirle el labio.
—¿Qué
importancia puede tener? —le preguntó mirándolo detenidamente mientras
memorizaba cada una de las expresiones de su rostro.
—Lo
creáis o no, la tiene. No puedo consentir que mis hombres anden por ahí
causando… Humillando a la gente —dijo finalmente algo confuso y malhumorado a
la vez.
—Entonces,
tal vez deberíais castigaros a vos mismo —le dijo con un tono divertido
mientras dejaba que sus manos descansaran sobre su regazo y el trapo casi
resbalara de estas.
—¿Creéis
que debería hacerlo? —le preguntó con un susurro apenas perceptible salvo para
ellos dos, mientras seguía mirándola contrariado. Tal vez fuera la inocencia
que irradiaba por todos sus poros o su mirada limpia y transparente. No sabría
especificar a ciencia cierta el motivo de su estado.
—Vos
sabréis los pecados que habéis cometido —le respondió seriamente—. Tal vez no
os hayáis propasado con ninguna muchacha rusa, pero debéis admitir que sois
partícipe de la destrucción que vuestro emperador está causando en Europa.
Sus
explicaciones resueltas y certeras no dejaban de sorprenderlo ni un solo
momento. Debía admitir que para ser una campesina, Olga estaba bastante
instruida. En ese momento la contemplaba confundido por su facilidad a la hora
de hablar, y al hecho de mostrarse valiente con él. No parecía tenerle miedo,
ni respeto. Desde el primer momento le había dejado claro que él era un invasor
en su país.
—Napoleón
ofreció al zar Alejandro un tratado provechoso para ambos —le explicó
incorporándose de la postura que había adoptado para curarle la herida.
—¿Os
estáis refiriendo a unirse para combatir a Inglaterra? —le preguntó sonriendo
cínicamente.
—Veo
que estáis muy bien informada de los asuntos políticos a pesar de ser una
simple campesina —apuntó algo perplejo por sus conocimientos y recalcando sus
últimas palabras.
—Y
como el zar Alejandro se negó, Napoleón decide invadir Rusia —resumió con un
toque de malhumor incorporándose también ella y dejando sobre la alfombra el
cuenco de agua y el pañuelo con el que se había curado la herida del labio. Se
enfrentó a su mirada una vez más, pero creyó que esta vez no lo soportaría, ya
que de repente las piernas comenzaron a temblarle. Tal vez fruto del arrojo que
estaba demostrando al enfrentarse a él. O bien del miedo que en realidad estaba
pasando allí sola en compañía de aquel extraño y apuesto oficial de húsares.
Louis
la miró perplejo mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho.
«¿De
dónde diablos ha salido esta criatura? A fe mía que no tiene nada que ver con
las mujeres que he conocido. No tiene reparo en retarme y lanzarme a la cara
todo su odio y desprecio hacia los franceses. Aunque es normal en su situación,
seguramente yo también lo haría.»
—Por
cierto, ¿dónde aprendisteis a hablar francés? —le preguntó de repente cogiendo
a Olga desprevenida.
Esta
se quedó muda de repente sin saber qué decir. No sabía por qué cambiaba el tema
de conversación en aquel momento, y de aquella forma tan brusca.
—¿Por
qué? ¿Acaso no es perfecto? Oh, sí ya lo sé. Lo aprendí en la escuela —le dijo
resuelta.
—Veo
entonces que no todo es malo, ¿no creéis? —le preguntó Louis burlándose de
ella.
—¿Aprender
la lengua del invasor? ¿A eso lo llamáis algo bueno? —le preguntó irónica
mientras apretaba los puños contra sus costados.
—Veo
que no somos de la misma opinión. Pero dejadme deciros que no todos los
franceses somos unos bárbaros.
—Si
aprendemos el francés es para conocer mejor al enemigo —le dijo con toda determinación
mientras entrecerraba sus ojos y trataba de recomponer su aspecto.
—Un
detalle por vuestra parte —le dijo Louis mientras alzaba en alto una copa de
vino, que acababa de servirse y le tendía a ella una, que rechazó al instante.
A continuación Louis efectuó un brindis—. A vuestra salud, Olga.
Contempló como Louis ingería el
contenido de la copa de vino de un trago sin mover un solo músculo de su
cuerpo. Le había gustado escuchar su nombre en sus labios y el suave susurro
que había producido. Louis dejó la copa sobre la mesa y adoptando una pose
bastante altiva la miró como si fuera a devorarla. Aquella forma de mirarla
encendió todas las alarmas en la cabeza y el cuerpo de Olga, quien se prestó a
defenderse ante un posible ataque de él. Sintió que la respiración se le
aceleraba sin que pudiera contenerla, y que la rabia acumulada durante días
parecía haber alcanzado su cota máxima. Esperó pacientemente a que él se
abalanzara sobre ella, pero nada de eso sucedió. En un segundo Louis dulcificó
su mirada y el gesto de su rostro. Volvió a parecerle el hombre amable, que
había conocido desde el primer momento. Decidió iniciar rápidamente una
conversación no fuera a ser que cambiara de idea. Además, debía marcharse de
allí cuanto antes. No era un lugar seguro para ella. Pero necesitaba
información.
—¿Qué
piensa hacer vuestro emperador una vez que llegue a Moscú?
La
pregunta lo cogió desprevenido y por un momento no supo cómo reaccionar. Miró a
la muchacha de manera neutra y se encogió de hombros.
—No
lo sé. Solo soy un oficial que cumple órdenes.
—En
ese caso debo deciros que no encontraréis mucha resistencia —dijo captando la
atención de Louis, quien la miró con el ceño fruncido—. El general Kutuzov ha
ordenado evacuarla con el beneplácito del zar Alejandro.
—¿No
hay nadie en Moscú? —le preguntó Louis asombrado por aquella noticia.
Olga
sacudió la cabeza en sentido negativo mientras se hacía la desinteresada.
—¿Ni
siquiera los altos mandos, o los notables de la ciudad?
—Nadie.
—¿Abandonáis
la ciudad a su suerte? —le preguntó con una mezcla de sorpresa y confusión en
su voz. No comprendía ese gesto por parte de sus habitantes.
Olga
sonrió burlona sabiendo cuales eran los planes del zar, pero no iba a
revelárselos a un oficial francés.
—No
podíamos defenderla, luego es mejor entregarla que verla destruida, ¿no creéis?
Louis
seguía fascinado por la facilidad de palabra y los conocimientos políticos de
aquella campesina. Debía reconocer que estaba convirtiéndose en la mejor fuente
de información que había tenido en los últimos días.
—Entended
que si las tropas entran en la ciudad… bueno… estoy convencido de que la
saquearán. Se dedicarán al pillaje, y solo os quedara una ciudad en ruinas —le
dijo con cierto toque de alarma en la voz. No comprendía ese gesto por parte de
sus habitantes.
—Es
mejor reconstruir una ciudad que las vidas de miles de rusos, ¿no creéis? —dijo
ella enarcando una ceja en señal de advertencia—. Si se pierde la ciudad,
siempre se puede regresar a esta, pero si se pierde la vida…
El
comentario de la muchacha turbó aún más a Louis, quien empezaba a recelar de
ella. Había algo que le hacía sospechar acerca de su verdadera identidad. Puede
que tuviera el aspecto de una campesina, pero su forma de hablar y la manera de
comportarse no acababan de convencerlo; y ahora este discurso político sobre
Moscú y Napoleón. «¿Tal vez una espía del propio zar aquí en mitad del
campamento francés?», pensó por un breve instante.
—¿No
tenéis miedo?
—¿Miedo?
¿A qué? ¿A quién? —le preguntó mirándolo con los ojos entrecerrados mientras
sentía que se le aceleraba el corazón ante la cercanía de él.
—A
caer en manos del enemigo, o a que…
—Antes
lo tenía, pero vos me salvasteis —le recordó con ironía mientras se apartaba de
su camino y caminaba por el reducido espacio que representaba la tienda de
campaña. Quería alejarse de él pues sabía que su enigmática mirada estaba
produciendo una extraña sensación en ella.
—Es
cierto, tuvisteis la suerte de que yo apareciera.
El
sonido de su risa alta y clara inundó la tienda como el sonido de una
balalaica. Louis la miró ceñudo mientras aguardaba la explicación a aquella
carcajada. Y cuando se giró hacia él con la mirada encendida y parte de sus
cabellos ocultándole el rostro, otorgándole aquella imagen tan misteriosa y
seductora, Louis no supo cómo reaccionar, pues en cierto modo se sentía
empequeñecido ante el poder que ella parecía ejercer sobre él. Olga lo miraba
de manera divertida, alegre, como quien se sabe ganador en una partida de
ajedrez. Como el lobo que acorrala a su presa.
—Ya
volvió a salir el orgullo francés —dijo adoptando un tono irónico en su voz—. El
bravucón oficial de húsares. Oh, sí, tuve suerte, ¿verdad? —le preguntó
mientras lo miraba y se reía.
—Debéis
admitir que si yo…
—¿Acaso
pensáis que no habría sabido cómo defenderme? —le preguntó mientras su mirada
se tornaba fría como la noche en aquellos parajes. Se encaró con él sin
importarle que sus cuerpos estuvieran separados por escasos centímetros, y
pudiera percibir el aroma a cuero y a pólvora. No temía su mirada fija sobre
ella ni que fuera más alto.
—Apuesto
a que sabríais muy bien cómo hacerlo —le dijo finalmente él sin poder apartar
sus ojos de los suyos. Sintiendo que ella parecía estar poseyéndolo lentamente
sin que él pudiera hacer nada por evitarlo, ¿o sí?
—Guardaos
de los campesinos rusos, oficial Lacroix —le dijo con tono elocuente mientras
sus ojos relampagueaban como las estrellas en mitad de la noche oscura. Solo
que a diferencia de estas, los ojos de Olga le parecían más hermosos, más brillantes.
La muchacha se giró para marcharse, pero él la sostuvo por la muñeca con gran
facilidad y delicadeza. La volvió hacia él para fijar su mirada una vez más
sobre su rostro.
—¿Por
qué decís eso?
—Porque
no entregaremos en bandeja el país a Napoleón. Y ahora, ¿podríais soltarme para
que pueda marcharme? —le preguntó mientras su mirada descendía hasta su mano y
después ascendía hasta su mirada.
Sintió
sus dedos firmes sobre su muñeca, y como éstos le enviaban un torrente cálido
por todo el brazo. Deseó permanecer más tiempo en su compañía, ya que por algún
extraño motivo, esta no le desagradaba pese a ser un francés.
—¿Por
qué debería dejaros marchar? ¿Acaso no estáis a gusto aquí? —le preguntó
sintiéndose algo torpe y falto de práctica con las mujeres. Expresó cierta
timidez en su rostro y en el tono de su voz.
Olga
sintió el calor delator de sus deseos inundando su cuerpo y acrecentándose en
sus mejillas. Louis sonrió complacido por aquel gesto y aguardó impaciente a
que ella hablara. No quería dejarla marchar, pero tampoco podría obligarla a
permanecer con él. ¿Tal vez retenerla como si fuera un rehén?
—Os
agradezco todo lo que habéis hecho por mí —comenzó diciendo con un tono lento y
pausado mientras intentaba por todos los medios que sus nervios no la
traicionaran. Y para ello entornó los ojos para no mirarlo a la cara—. Pero mi
sitio está junto a los míos.
Louis
se quedó callado durante unos segundos, pero aún sujetándola por la muñeca con
la delicadeza propia de la situación. El campamento francés no era el lugar
idóneo para una muchacha rusa. Entendía que en cualquier momento alguien podría
tomarla por lo que no era, y él tendría que volver a intervenir.
—¿Adónde
iréis? —le preguntó con un toque inesperado de urgencia por volver a verla,
aunque no quería delatarse.
—Lejos
de Moscú, ya que en pocas horas estará bajo ocupación del ejército de Napoleón
—le dijo con el semblante serio y el mentón alzado en claro desafío.
—¿Y
si os pidiera que permanecierais conmigo? Aquí en el campamento.
—¿Estáis
loco? —le preguntó con un toque irónico en la voz.
—Estaríais
a salvo. —Se apresuró a responderle.
—A
salvo estaré entre los míos. Y ahora si sois tan amable de soltarme —le pidió
volviendo a centrar su mirada en su mano.
Louis
asintió en silencio mientras la liberaba de su cautiverio forzoso. Al momento
sintió una corriente de frío bajo su mano, y no supo de dónde provenía ni cómo
evitarla. Olga experimentó algo similar cuando los dedos del oficial francés
soltaron su muñeca. Esa especie de calor que le había transmitido parecía
haberse marchado con él, en el mismo instante en el que apartó su mano.
Se
miraron a los ojos una última vez antes de que ella saliera de la tienda, pero
Louis no estaba dispuesto a dejarla marchar tan fácilmente, de modo que agarró
su guerrera, se la puso y salió junto a ella. Olga elevó su mirada por encima
de su hombro para verlo acercarse y al momento se sintió halagada. Su corazón,
sin motivo aparente, volvió a acelerarse al sentir la proximidad del oficial de
húsares.
—Veo
que sois muy persistente —le dijo esbozando una sonrisa divertida. Le gustaba
verlo detrás de ella pese a ser un francés, ya que sabía que entre ellos dos
nunca surgiría nada. A partir de esa noche no volverían a verse.
—Solo
pretendía asegurarme de que encontráis el camino —le dijo a modo de disculpa.
—Oh,
no es muy difícil como podéis ver —le dijo llamando su atención hacia la
interminable fila de hombres, mujeres y niños que se alejaban andando de Moscú—.
Basta con seguirlos. Por cierto, ¿pensáis permanecer mucho tiempo en la
capital?
—Dependerá
del emperador. Claro que si no hay mucho que hacer…
Olga
le dedicó una última mirada antes de alejarse del campamento francés. Por su
parte, Louis sintió que el frío volvía a rodearlo por un instante, como si ella
se hubiera llevado el calor que había llevado a su tienda. No cejó en su empeño
de seguirla con la mirada hasta que se convirtió en un punto lejano en el
horizonte. Se sumió en extraños pensamientos en torno a ella, y ni siquiera se
percató de que Bertrand se encontraba a su lado envuelto en su capote para
resguardarse del frío ruso. Miraba en silencio a su amigo esperando a que este
le dijera algo.
—¿Sucede
algo? —le preguntó tras unos tensos minutos.
Louis
ni siquiera volvió el rostro hacia Bertrand, pues conocía su voz a la
perfección. Y por otra parte, no quería desviarla del punto en el que Olga
había desaparecido por si volvía sobre sus pasos hacia él. Cuando transcurridos
unos minutos se percató que no sucedería tal cosa se volvió sobre sus pasos, y
emprendió el camino hacia la tienda.
—Vamos.
He de comentarle al mariscal Ney algo de lo que acabo de enterarme.
¡Qué inicio!
ResponderEliminarEn primer lugar, felicidades por esta nueva aventura, Kike, te deseo lo mejor. Y luego de leer este primer capítulo, seguro que así será, porque la historia atrae desde el inicio. Los protagonistas me han gustado de inmediato y en semejante lugar, en aquella época... Es una maravilla, enhorabuena.
Besos.
Hola Aglaia, gracias por pasarte y dejar tus impresiones. Me alegra saber que te ha gustado el inicio. Decidí escribir sobre este episodio de las Guerras napoleónicas porque siempre me fascinó, y porque nunca leí una novela romántica semejante a la que he escrito.
EliminarUn abrazo muy fuerte y gracias uan vez más por tus palabras
Oye, pues está muy bien y se sigue perfecto la trama.
ResponderEliminarTe deseo mucha suerte con este trabajo, te la mereces por tu buen hacer.
Un abrazo.
Gracias EldanY espero que guste a la gente que la lea.
EliminarUn abrazo
Hola Kike,
ResponderEliminarMe encanta...me has dejado intrigada por saber qué les pasará a los personajes. Me ha gustado mucho la época en la que ambientas la historia.
Te deseo mucha suerte!!!
Un abrazo!!!
Antetodo, enhorabuena. estamos taaaaaan desconcetadas que ya no nos enteramos de las buenas noticias a tiempo.
ResponderEliminarDEcirte que las guerras Napoleónicas no son lo nuestro, la verdad. No obstante, el inicio que nos has mostrado nos ha dejado bastante intrigadas y eso es lo peor porque ahora querremos leerla... Arggg.
Desde ya te decimos que nos gusta mucho tu forma de escribir. Estamos casi terminando "Provócame con tu sonrisa", pero por culpa de Dulce (ahora que no nos oye), nunca la terminamos, (ya llevamos más de un mes así), pero nos gusta, y mucho.
Te deseamos todo el éxito del mundo con esta novela, porque vale mucho la pena leerte.
Mucha suerte y un besazo, Kike.