Caminaba de acera a acera tratando de mantenerse en
pie al tiempo que intentaba encender un
cigarrillo; pero dada la ingesta de alcohol de horas pasadas aquello le
resultaba harto difícil. Al no lograr sus propósitos se lo arrancó literalmente
de la boca y lo arrojó contra la sucia acera. Unos metros más adelante volvió a
intentarlo con otro no siendo consciente que minutos antes había desechado ya
uno. Se detuvo un momento mientras era observado por una sombra. El hombre la vio
a través de la pequeña llama del encendedor y sonrió de manera cínica al
comprobar por su esbelta silueta que se trataba de una mujer. Sí, se dijo.
Buena compañía para acabar la noche. Guardó el encendedor en el bolsillo de su
pantalón y caminó lo mejor que pudo hacia ella. No se fijó bien en su rostro,
ni en el color de sus cabellos, ni mucho menos en el de sus ojos. En parte
debido a la oscuridad de la calle, tan sólo iluminada por la tenue luz de
varias farolas, y por su acusado estado de embriaguez. A unos cuantos metros
alejados de ellos, un sin techo empujaba su carrito cargado con toda clase de
cachivaches: cartones, una alfombra, bolsas de plásticos, botellas,... El
chirrido estridente de las ruedas se dejaba escuchar en la quietud de la noche.
El mendigo empujaba sus pertenencias en dirección a la pareja pero sin ser
consciente de lo que estaban haciendo. Algunos objetos se cayeron al suelo y se
detuvo para recogerlos. Su curiosidad le obligó a fijarse mejor en la pareja.
Él era un tipo elegante a juzgar por su traje, de esos que tienen dinero y que
parecía tener una cogorza de aupa, dedujo. Sonrió mientras dejaba ver sus
amarillentos dientes. La chica debía ser una fulana por la forma que vestía y
por sus zalameros modales con el joven. Sin duda estaban acordando la tarifa
por un servicio, y el lugar donde lo llevarían a cabo. Al cabo de breves
instantes ambos se marcharon doblando la primera calle a la derecha mientras el
mendigo terminaba de recoger sus pertenencias y continuar su camino.
Amanecía cuando el mendigo hacia su ronda por los
contenedores cercanos a donde había pasado la noche. Empujaba su carrito hasta
situarlo en la entrada de un callejón con olor a alcohol y a orines. Rebuscó en
el primer contenedor del que extrajo algo de comida de una bolsa mugrienta;
seguramente de alguno de os restaurantes cercanos. Echó un último vistazo antes
de volverse hacia el segundo pero entonces sus pies tropezaron con algo. Bajó
la vista hacia el suelo y vio un par de zapatos que sobresalían de entre un montón
de cartones. No le habría dado la más mínima importancia de no haberse fijado
en los zapatos. Finos, elegantes, caros. Se quedó mirándolos durante unos
instantes en lo que su mente retrocedió unas cuantas horas. Recordó
perfectamente donde los había visto. Sonrió mientras se acercaba hasta el
hombre. Le tocó ligeramente en los pies para ver si se movía, pero no
respondía. Insistió una vez más y al darse cuenta que no emitía sonido alguno
se acercó más. Por su mente pasó la idea de que tal vez la borrachera todavía
le durara y que durmiera profundamente. Se pasó las manos por los agrietados
labios y tras echar un vistazo a la entrada del callejón por ver si alguien
venía, se apresuró a despejar los cartones y plásticos que lo cubrían. Tal vez
no echara en falta algunas monedas o billetes con los que él podría desayunar.
Confiado comenzó a retirar el montón de suciedad que lo cubría hasta que el
rostro del hombre quedó expuesto ante sus ojos y entonces el último cartón se
deslizó en su mano yendo a parar al suelo de manera lenta.
Frank recibió el
aviso de su compañero Mitch. En esos momentos no andaba lejos del lugar. Aparcó
el coche justo al límite de la cinta amarilla que la policía había extendido
por el perímetro. Las miradas de los agentes no eran nada agradables al verlo
llegar pero nada más que Frank puso el pie en el asfalto y emergió del coche
todo estuvo en orden. El capitán Furillo caminó hacia él.
-Un tipo con la
garganta abierta.
-No está mal
para desayunar ¿no jefe? –le dijo de modo socarrón.
Pasó por debajo
de la cinta y se adentró en el callejón mientras se ponía guantes de látex.
- No veas lo que
tenemos –le dijo a modo de saludo Mitch.
- Sí, el jefe ya
me ha puesto al día. Pero prefiero que doc me haga un resumen rápido y
exhausto de esos que tanto le gustan –le dijo mientras caminaba hasta situarse
junto al doctor.
- Frank –le dijo
a modo de saludo.
- Dime la carta
Simon.
- Se trata de un
varón. Caucásico. De entre treinta y treinta y cinco años y que responde
al nombre de Ross Everett. A mi modo de
ver era alguien acomodado a juzgar por el traje y los zapatos. No le han
quitado nada. Tiene la cartera –le dijo pasándosela para que comprobara que no
le faltaba nada.- El reloj, el teléfono móvil. No parece que le falte nada.
- Si no le han
robado, ¿qué motivo tenía quien lo hizo para rajarle el cuello? –preguntó
confuso Mitch mientras sacudía su cabeza.
- ¿Tenemos algún
testigo? ¿Alguien vio algo? –preguntó mientras echaba un vistazo a la cartera.
-Aquel tipo
–señaló Mitch al mendigo, quien ahora aparecía arropado por una manta de la
policía y sostenía un vaso de plástico con café, seguramente.
Frank lo
contempló en silencio durante unos segundos. Luego desvió la mirada hacia Mitch
dándole a entender que no sacarían mucho de él.
- ¿Le has tomado
declaración?
- Dice que vio
al hombre en compañía de una mujer –comenzó diciendo Mitch mientras captaba la
atención de su compañero.- Según cree puede ser una prostituta.
-¿En qué se
basa? –preguntó Frank frunciendo el ceño ante esa conclusión.
-Ella estaba de
pie, en la prolongación de esta acera. El hombre se acercó hasta ella y tras
estar charlando durante unos minutos se fueron juntos.
-¿Se fijo en qué
aspecto tenía?
-Era noche
cerrada. Estaba muy oscuro pero dice que era más baja que él.
Frank no dijo
nada. Aquello era muy general. No valdría de nada. Encaminó sus pasos hacia el
mendigo, quien lo observaba con curiosidad mientras avanzaba hacia él.
- A ver buen
hombre. ¿Puedes describirme a la mujer que viste?
-Ya se lo he
dicho...
- Sí, si . Estaba
muy oscuro pero algo verías. ¿Color del cabello? ¿Ropa?
El mendigo
pareció pensar durante unos segundos en aquella información, aunque a Frank le
parecía que estuviera ganando tiempo o haciéndose el interesante. Sacó un
billete de diez del bolsillo y lo mostró al mendigo. Nada más verlo su mano se
abalanzó sobre éste, pero Frank apartó la mano a tiempo y sonrió sacudiendo la
cabeza.
-Dime algo y
será tuyo.
- La mujer era
rubia con el pelo corto y rizado. Vestía un abrigo rojo y zapatos de tacón a
juego. Es lo único que vi.
-¿Hacia donde se
dirigieron?
- Hacia allí
–respondió señalando con su brazo extendido.
- ¿Qué hora era?
-No sé. No tengo
reloj –respondió encogiéndose de hombros.
Frank sonrió.
- ¿Has tocado el
cuerpo? –le preguntó haciendo referencia a éste con el brazo.
-Nooooo
–respondió con cara de espanto, como si hubiera violado alguna norma.
-Está bien si te
acuerdas de algo –le dijo tendiéndole su tarjeta.- Como sé que no tienes
teléfono puedes acudir al café de Moli. Enséñales la tarjeta. Sabrán qué hacer.
El mendigo cogió
la tarjeta con sus manos ennegrecidas y tras pasar la vista por ésta y no
entender qué ponía se la guardó en el bolsillo del abrigo mientras Frank y
Mitch volvían junto al doctor.
- ¿Has
encontrado algún cabello rubio?
-Tengo algunos
en una bolsa.
-Al menos el
mendigo ha dicho la verdad –apuntó Mitch.
-¿Cuánto crees
que lleva muerto?
-No más de
cuatro horas. Pero es extraño –comentó el doctor como si hablara para él mismo.
Su mirada quedó suspendida en el cuerpo y ni tan si quiera era capaz de
pestañear.
-¿Por qué?
–inquirió Frank.
-El cuerpo sólo
presenta una herida –comenzó diciendo mientras señalaba el corte de la
garganta.- Pero según los primeros análisis su pérdida de sangre ha sido
superior a la provocada por el corte.
-Tal vez se haya
desangrado. Le cortaron la garganta y lo dejaron ahí –apuntó Mitch.
-No, no. No hay
restos de sangre en el callejón –aseguró el doctor convencido de lo que decía.-
Ni si tan siquiera en las inmediaciones. ¿Os habéis fijado? –les preguntó con
cara de extrañeza.
-Tal vez lo
mataran en otra parte y lo trajeran aquí –se aventuró a decir Frank.
-¿Con qué
motivo? –preguntó ahora Mitch.
-Podría ser el
caso pero aún así habría un rastro hasta llegar aquí. No lo sé, pero al cadáver
le falta sangre y aquí no está... Será mejor que esperamos a ver qué dice la
autopsia –sugirió el doctor.
-En ese caso
tenme informado en cuanto tengas los resultados. Vamos a ver el resto de
callejones en un par de manzanas –dijo Frank haciendo un gesto a Mitch para que
lo siguiera.
¿Los habría
visto aquel mendigo? se preguntaba mientras recomponía su aspecto. No estaba
segura aunque por ahora no se preocupaba lo más mínimo de ello. Sabía que
podría encontrarlo cuando quisiera, y terminar con todo. Ahora debería
centrarse en la exposición de cuadros que inauguraría esa misma noche y a la
que seguramente acudirían numerosos invitados.
Frank recibió la
llamada de Simon y acudió junto a Mitch a verlo. Simon lo condujo hacia la sala
de autopsias donde descansaba el cuerpo del fallecido.
-En primer lugar
quiero deciros que todo esto es muy extraño.
-Explícate –le
apremió Frank.
-Como os comenté
en el escenario del crimen a este cuerpo le falta mucha sangre.
-Pues nosotros
no hemos encontrado restos en las calles y callejones cercanos –apuntó Mitch.
- Ya os he dicho
que seguramente lo mataron en otra parte y se desangró hasta que lo depositaron
en el callejón. Lo que me sorprende es las molestias que se tomaron para
ocultarlo –dijo Frank pensando en la disposición del cadáver en el callejón.
-He
inspeccionado la herida. Está hecha con algo bastante afilado. El corte es
limpio y va izquierda a derecha.
-Luego quien lo
hizo es diestro –apuntó Mitch.
-Al concentrarme
en la herida mi sorpresa ha sido mayúscula por varios aspectos –comenzó
diciendo Simon mientras se colocaba las gafas.- Lo primero que he encontrado
marcas de un pintalabios.
-Eso corrobora
la versión del mendigo de que se marchó con una mujer –apuntó Mitch de manera
natural mirando a Frank, quien asintió muy despacio.
-No te veo como
un experto en pintalabios de manera que no sabrás la marca, ¿verdad?
-Aún no lo soy
–comentó con risas-. He mandado una muestra para el laboratorio.Lo mismo que el
perfume. Bastante fuerte y que también ha sido mandado a analizar. También hemos
encontrado pelos de color rubio, pero que parecen sintéticos pues carecen de
raíz.
-Una peluca
–apuntó Mitch.
-Si, casi con
toda seguridad me atrevería a decir que así es.
-¿Algo más?
-Sí chicos.
Prepararos para lo que voy a deciros –les dijo Simon mirando a ambos
fijamente.- Porque estoy seguro que no os lo vais a creer...
Ambos detectives
intercambiaron sus miradas por unos breves instantes aguardando a que Simon se
explicara, y se dejara de tanto misterio.
Frank y Mitch
tomaban un café mientras charlaban sobre el sorprendente hallazgo de Simon.
- ¿Tú te lo has
creído? –le preguntó Mitch mirando a su compañero, y como la mirada de éste
permanecía fija en el vacío.
- ¿Me tomas el
pelo? –le preguntó incrédulo mientras cogía la taza de café y sorbía un poco.
-Pero no me
dirás que es una posibilidad, y que explicaría...
-Mitch, por
favor, ¿es que te has creído las explicaciones de Simon? Todo lo que ha contado
no es más que una simple artimaña para despistarnos y hacernos creer en lo que
no es –le aclaró con cierta ironía en el toque de su voz.
- Bueno, por
ahora lo que tenemos es a una mujer que...
-No sabemos que
fuera una mujer. Sabemos que usa peluca y pintalabios –puntualizó Frank.
-Como quieras.
-Cualquier cosa
menos lo que acaba de decirnos Simon –le dejó claro mientras apuraba su café.
- Oye ¿qué haces
esta noche? –le preguntó Mitch tratando de restar importancia al caso.
-¿Vas a
proponerme una velada romántica? –le preguntó con sorna Frank.
- Nada de eso.
Pero tengo una amiga que regente una galería de arte y me ha invitado a la
exposición cuadros de una pintora francesa. Te lo pregunto pro si quieres
venir. Así nos olvidaremos de todo lo que Simon ha contado. Es más no podemos
hacer mucho más hasta que no tengamos más datos.
Frank se mantuvo
pensativo unos instantes.
-Vale. De todas
formas intentaremos averiguar algo más acerca de la vida de Ross Fall. Deja a
este invito yo –le dijo mientras dejaba un billete sobre la mesa.
- No he
encontrado nada a destacar en la vida de Ross Fall –comenzó diciendo Mitch
cuando se reunió con Frank para asistir a la exposición de pintura.
-Yo tampoco. Al
parecer esa un tipo de lo más corriente. ¿Quién pudo haberlo hecho? ¿Una
prostituta a la que no pagó?
-¿Y cómo lo
llevó hasta el callejón? –preguntó Mitch mientras sujetaba la puerta de la
galería para que Frank entrara.
-Con ayuda.
Entraron en la
galería donde nada más ver a Mitch su amiga acudió a saludarlo.
-Susan, celebro
verte. Ah, este es mi compañero Frank.
-Encantado –dijo
estrechando la mano de una mujer de treinta y poco años con el pelo corto y
moreno. Vestía de manera informal con una chaqueta y unos vaqueros.
- Dejadme que os
presente a la pintora. Venid –les dijo mientras lo conducía por la galería
hasta el lugar donde una mujer enfundada en un vestido rojo departía
amistosamente con más gente.
- Chloe –dijo la
amiga de Mitch a la mujer, quien se volvió hacia ellos para captar su atención
debido a su belleza. Una mujer de trazos finos y piel blanca sobre la que
resaltaban unos ojos color de la miel a juego con sus cabellos. Una mujer
enigmática y que parecía estar rodeada de un halo de misterio o misticismo.-
Estos son Mitch y su compañero Frank.
-Policías –dijo
al momento mientras tendía su mano hacia éstos y esbozaba una tímida sonrisa.
-Detectives –asintió
Mitch corrigiéndola.
- ¿Eres de por
aquí? –le preguntó Frank para romper el hielo.
-¿Pretende
interrogarme detective? –le preguntó con un claro gesto burlón que no pareció
gustar a Frank.- Ahora en serio, nací en Francia, aunque viajo tanto debido a
mi exposiciones que ya no sé ciertamente de donde provengo.
-Interesante
–dijo Frank sin saber qué más decir puesto que por algún extraño motivo se
sentía atraído por aquella enigmática mirada.
- Si me
disculpáis –dijo Susan- he de atender a otras personas.
Los tres
asintieron mientras veían marchar a Susan, y Chloe seguía conversando con
Frank.
-¿Le gusta la
pintura detective? –preguntó mientras caminaba en dirección hacia uno de los
cuadros.
-Llámame Frank.
Detective es demasiado formal –le corrigió esbozando una tímida sonrisa.
-Oye Frank
voy a dar una vuelta por ahí –les
interrumpió Mitch mientras se alejaba.- No vemos más tarde –le dijo mientras le
guiñaba un ojo.
Frank se centró
en el cuadro y en la explicación de la pintora ajeno a los comentarios de Mitch
e incluso a todo lo sucedido a lo largo del día.
Se encontraba
bien en su compañía, algo poco habitual en ella. Pero sabía perfectamente hasta
donde le estaba permitido llegar. Lo miraba con curiosidad como quien mira algo
por primera vez y descubre algo interesante. Le atraía el misterio que lo
envolvía. Sus ojos reflejaban una personalidad tan clara, tan transparente. Su
sonrisa fugaz que se dibujaba en su rostro le pareció tierna, dulce e incluso
pensaba que reflejaba cierta timidez. La noche pasaba rápido. Sin darse cuenta
se habían quedado solos. Charlando como si se conocieran de toda la vida. Y
cuando él se ofreció a acompañarla ella sintió que temblaba después de tanto
tiempo. ¿Cuánto hacía que no se sentía así? ¿Cuándo fue la última vez en la que
se permitió la licencia de soñar? Hacía ya una eternidad de ello. Consiguió
hacerle desistir de su amable invitación de acompañarla. Debía mantenerlo
alejado de ella. Por su propio bien.
No había sonado
el despertador cuando Frank escuchó el teléfono. Miró el reloj despertador
sobre su mesilla. Los números en rojo marcaban a penas las seis de la mañana.
Descolgó para escuchar la voz de Mitch al otro lado.
- Frank,
disculpa que te haya despertado pero tienes que ver esto.
La voz sonó
cargada de preocupación. Algo no iba bien, se dijo mientras murmura un “dame
quince minutos”.
Llegó de
inmediato al lugar de los hechos. Esta vez en un parque algo apartado del
centro. El rostro de Mitch al mirarlo fijamente acercarse al lugar del crimen
no presagiaba nada bueno. Sacó un par de guantes de látex y se los ponía
mientras se acercaba al forense Simon.
-Es el mismo modus
operandi. Le ha rajado el cuello. La víctima parece ser que salió a correr.
Lleva ropa deportiva –señaló Simon.- No llevaba cartera. Ni dinero. Nada.
-¿Ni un
teléfono? –preguntó Mitch.- ¿Unas llaves?
Simon negó
rotundamente moviendo la cabeza.
-¿Hay algún
cabello? ¿Pintalabios? –preguntó Frank repasando las notas del anterior crimen.
-Por ahora es pronto para decirlo. Necesito un
examen más detallado. Por cierto en el laboratorio ya tienen los resultados de
las muestras del otro cuerpo. Alan os contará lo que han averiguado.
- Claro.
-Antes de que os
marchéis sabed que este también ha perdido una gran cantidad de sangre –les
informó antes de que se marcharan.
Ambos miraron al
doctor y después entre si. Mitch advirtió por la mirada de Frank que no había
nada que decir. Nada que comentar.
Cuando se
hubieron marchado Mitch cambió de tema, sabiendo lo que diría Frank.
-Oye, ¿qué tal
te fue con la pintora? –le preguntó sonriendo de manera cínica.
-Bien.
-¿Sólo bien?
–insistió Mitch sin dar crédito a aquella respuesta.
-No dejó que la
acompañara. Punto final.
-¿En serio? No
me lo puedo creer. Vaya, ¿y piensas pasar a verla por la exposición?
Frank sonrió ante aquella pregunta. Se detuvo
y miró a su compañero.
-Oye ¿por qué no
me cuentas que tal con tu amiga Susan eh? Anda vamos a ver que si tienen los
resultados de las muestras del primer cuerpo.
Una necesidad
acuciante de hacerlo la había empujado a ello. Y más después de cómo se sentía
tras las horas pasadas en compañía de él. Su inesperada presencia la habían
alterado demasiado hasta el punto que cuando se despidieron, hubo de actuar de
inmediato. El hambre rugía en su interior como una fiera descontrolada. La se
le abrasaba la garganta. No tenía tiempo que perder si quería lograr controlar
sus sentidos. Fue sencillo embaucarlo. Un joven atractivo que no supo negarse a
ayudarla. Para cuando se dio cuenta de lo que le sucedía ya era tarde. Muy
tarde. No fue consciente de lo que sucedía. Mejor así. No sufrió.
-El cabello
encontrado proviene de una peluca –comenzó diciendo Alan, un joven aprendiz de
forense.
-Lástima
–exclamó Mitch-. Por otra parte, era lo que temíamos. Y del resto
-El pintalabios
es rouge de Boujoirs. Una marca francesa conocida. Simple.
-¿Vas a decirnos
algo interesante o todo van a ser noticias como esta? –preguntó molesto Frank.
-Algo que os va
a sorprender tanto o más que a mi –les dijo mientras rebuscaba entre las notas
de la carpeta. No percibió la mirada que Frank y Mitch intercambiaron, temiendo
lo peor.- Sí, aquí está. La camisa del hombre muerto contenía trazas de
perfume.
-El suyo,
imagino –apuntó Mitch.
-Sí, pero había
otro más.
-¿El de la
supuesta asesina?
-Exacto.
-¿Cuál es?
-Aquí viene lo
sorprendente. El perfume es Chabriol de la casa francesa Legrain.
Al escuchar la
palabra francesa por segunda vez Frank comenzó a tener una ligera sospecha.
Pero no, no podía ser. ¡Qué estupidez!
-¿Dónde está la
sorpresa? –preguntó tratando de centrarse en lo que merecía la pena.
-En que la casa
que lo fabricaba cerró hace un siglo.
Durante unos
segundos ninguno de los tres dijo una sola palabra. Se limitaron a mirarse
entre ellos.
-Bueno, pero
imagino que alguna filial u otra compañía lo seguirá fabricando –sugirió Mitch,
quien vio como Alan negaba con su cabeza.
- ¿Me estás
diciendo que alguien está usando un perfume de hace más de cien años hoy en
día? –le preguntó Frank sin saber qué más poder decir.
-Exacto. La casa
que fabricaba el perfume cerró hace ya más cien años. Nadie ha sabido darnos
respuesta a ello. Pero según hemos podido averiguar ese perfume no lo fabrica
ninguna otra compañía. No existe porque nadie conoce su fórmula. Y para
remataros os diré que hemos encontrado residuos pero que no son humanos.
-¿Residuos?
–preguntó Frank confuso.
-Saliva. Restos
de saliva en el cuello de la víctima.
-¿Y cuál es el
problema?
-La saliva no es
humana.
-¿De algún
animal tal vez? –se aventuró a sugerir Mitch.- ¿Un perro? ¿Un gato callejero?
-Nada de eso.
Desconocemos su procedencia.
-Tal vez la
máquina se haya equivoca. O esté averiada –sugirió Mitch.
-Volveremos a
hacer el test.
Los dos
detectives se miraron en silencio mientras digerían la noticia. Cada uno de
ellos de una forma distinta. ¿Qué estaba sucediendo? Perfumes de hace un siglo;
dos muertos con la garganta abierta; una enigmática pintora de Francia; restos
genéticos que no coincidían con un humano ni un animal.
Eran casi las
nueve cuado Frank pasó a ver a Chloe. Durante todo el día una absurda idea se
había ido formando en su cabeza hasta el punto de que iba a asegurarse de ello.
La galería aún estaba abierta, aunque no había ninguna visita. La luz era
tenue, la suficiente para iluminar los cuadros que vistos ahora ofrecían una
visión completamente diferente a la del día anterior. Caminó lentamente sobre
la moqueta de color azul noche sintiendo como sus pisadas quedaban
amortiguadas. Era extraño que no hubiera nadie ya que aún faltaba una hora para
el cierre. Frank anduvo por las diferentes salas buscando a la mujer.
Sentía su
presencia a medida que se acercaba más y más a ella. Lo notaba inquieto,
preocupado y ansioso al mismo tiempo. Pero no le preocupaba pues podría
controlar su estado.
-Buenas noches
detective –le dijo con un tono serio, mientras seguía pintando de espaldas a
él.
Frank se quedó
clavado allí donde estaba. ¿Cómo sabía que era él quien había entrado? No había
hecho el menor ruido.
-¿Cómo sabías
que...? –las palabras se quedaron atascadas en su garganta sin lograr encontrar
la salida.
-Intuición
femenina –se limitó a responderle.
-La puerta está
abierta. ¿No tienes miedo que alguien entre?
Chloe siguió
pintando mientras notaba su presencia física cada vez más cercana.
-No temas. Aquí
estoy segura –le comentó mientras desviaba el rostro hacia él.
Sus cristalinos
ojos lo atraparon sin medida. Sin saber como. No lograba descifrar el embrujo
que ella ejercía sobre su ser. En un gesto repentino se inclinó para besarla.
Chloe fue consciente en todo momento de lo que iba a hacer. Dejó que se
acercara. Quería aspirar su aroma. Sentir su aliento sobre su rostro. El leve
roce de los labios provocó que la hoguera que crepitaba en su interior se
alzara poderosa devastando todos sus sentidos. Dejó que la besara aunque ella
también sentía esa necesidad. Devoró sus labios con ferviente pasión, sin medir
las consecuencias de lo que estaba haciendo, sin ser consciente de su
naturaleza y de las consecuencias que aquello podría tener. Se sintió como una
mujer deseaba por primera vez en mucho tiempo y se abandonó en brazos del
detective. El beso se intensificó hasta el punto que no pudo controlar su deseo
y sin poder remediarlo mordió al detective. Éste intentó apartarse al sentir el
dolor y el sabor de la sangre, pero ella lo atrajo hasta su cuerpo y se aferró
con más fuerza para evitar que huyera. Saboreó su sangre durante unos breves
instantes. Era cálida y dulce y sirvió para apagar momentáneamente la sed que
su presencia le había provocado.
Frank sentía
como si le absorbiera poco a poco con cada beso. Sus labios lo había atrapado y
ahora succionaba ávidos los suyos. Por fin consiguió separarse de ella y la
contempló atónito. Sin saber muy bien qué pensar de ella. Su mirada se había
vuelto más luminosa. Sus mejillas se habían teñido y sus labios. ¡Oh sí, sus
labios aparecían hinchados y de un color rojo intenso!. Chloe se apartó de él y
volvió el rostro para que no pudiera percibir el deseo en sus ojos. La lujuria
por sentirlo cerca. Hubiera deseado seguir besándolo pero sabía que debía
contenerse. Que no era el momento, ni el lugar, ni la persona más indicada para
seguir adelante.
-¿Qué te ocurre?
–le preguntó Frank mientras se llevaba la mano a la herida de su labio.- Me has
mordido –le dijo extrañado por su comportamiento.
Chloe trató de
disimular volviendo a fijar su mirada en el cuadro pero sabía que él no se
conformaría con una respuesta escueta.
-Lo siento. No
era mi intención. Me dejé llevar –le dijo mientras cerraba los ojos y recordaba
ese instante.
Frank pareció
más tranquilo por un momento. Se relajó pensando que todo se había debido al
impulso repentino del momento. Ambos se habían dejado llevar.
-Es mejor que te
marches. Me gustaría estar a solas para terminar el cuadro –le dijo mientras
seguía fijando su mirada en éste. No quería mirarlo a él pues sabía lo que
sucedería.
Frank se quedó
callado. No sabía muy bien qué podía decir. Lanzó una última mirada a Chloe,
quien no se volvió y abandonó la sala de exposiciones.
Una vez a solas
y cuando se aseguró que Frank no estaba, Chloe volteó el caballete donde
reposaba el lienzo que estaba pintando. Arrojó al suelo los tarros y botes de
pintura. Los pinceles y paletas se esparcieron por el suelo formado un amasijo
de pintura. Sentía su sangre correr por sus venas como lava candente y que una
furia incontenible se apoderaba de ella. El sabor de la sangre de Frank aún
permanecía en sus labios, en su boca, en su garganta, en su ser. Sin tiempo que
perder cogió su abrigo y salió a la noche una vez más a saciar su sed.
Frank aguardó en
el coche con las luces apagadas. En su mente danzaban los recuerdos de lo
sucedido. ¿Cómo podía haberlo mordido? Cerró los ojos unos instantes en los que
quiso dejar de pensar en todo. Las luces seguían encendidas en el interior de
la galería de arte. Frank tenía la esperanza de que ella la abandonara. Pero no
fue así y harto de aquella espera, decidió marcharse.
Un tercer cuerpo
fue encontrado durante la madrugada. Frank acudió al depósito para encontrarse
con Mitch. No había pasado por casa después de salir de la galería de Chloe.
Había dado vueltas por la ciudad y había estado bebiendo. Por suerte el
teléfono de Mitch lo devolvió a la realidad y a un tercer cuerpo hallado entre
dos contenedores de basura.
-Vaya aspecto
que tienes –le dijo Mitch nada más verlo aparecer por la puerta del
depósito.-¿Qué te ha pasado en el labio? –le preguntó señalando con su dedo.
-Este caso me
quita el sueño. Me mordí comiendo –le dijo a modo de disculpa.- ¿Otro cuerpo?
Mitch le indicó
que pasaran a ver a Alan y Simon. Sobre la mesa el cuerpo de una chica de poco
más de veinte años con la garganta abierta. Empezaba a estar cansado de todo
esto.
-¿Igual que las
otras dos? –preguntó Frank a Simon antes de que éste abriera la boca.
El forense
asintió mientras lo observaba por encima de sus gafas.
-El mismo
ritual. Las mismas pistas –le dijo con un tono que denotaba cierto cansancio
por encontrar nada nuevo.
-Llevamos tres
homicidios y no tenemos ni idea de quien es –resumió Frank pasándose la mano
por el rostro en un intento de despejarse.
-Sabemos que
puede ser una mujer, que usa una peluca rubia, se pinta los labios con rouge, y
que emplea un perfume de hace un siglo –apuntó Mitch ojeando su libreta.
-Perdona mi
curiosidad Frank, pero ¿dónde has estado? –le preguntó Alan mirándolo
fijamente.
-¿Por qué lo
preguntas? He estado por ahí.
-Te lo preguntó
porque me ha parecido que tu ropa desprende el mismo olor que el perfume que
los cadáveres.
Todos centraron
sus miradas en Frank, quien estaba completamente perplejo por aquel comentario.
-Tienes una
herida en el labio –apuntó Simon.
-Sí, ya lo sé me
he mordido comiendo –dijo a modo de disculpa. Era la única que podía servirle
para justificar la herida.
Mitch miró a su
compañero con los ojos entrecerrados mientras escrutaba su rostro. ¿Dónde había
estado? No se tragaba lo de la herida. Ni la pinta con la que había aparecido.
¿Y ahora lo del perfume? Mitch comenzó a atar cabos y pronto se forjó una idea
que podía parecerle descabellada en un principio pero que podía resultar. Había
estado charlando largo y tendido con su amiga Susan, la de la galería acerca de
la pintora. Luego había indagado por su cuenta la vida de la artista y a fe que
había detalles curiosos.
-¿Me permites tu
chaqueta? –le pidió Alan.
Frank accedió a
dársela mientras en su mente la idea descabellada del día anterior cobraba
ahora más fuerza. Alan se marchó para analizar el olor de la ropa de Frank
mientras éste se quedaba junto a Mitch y Simon y el tercer cadáver. Pero éste
había pasado a un segundo plano. Ninguno dijo nada hasta que Alan regresó con
la chaqueta y una hoja de papel.
Los miró a los
tres antes de dar su veredicto, aunque los tres ya lo conocían.
-El olor de tu
chaqueta contiene los mismos elementos químicos que el hallado en los tres
cadáveres. Un perfume de hace un siglo.
Frank se quedó
petrificado al conocer aquella información. Ahora sí, sus sospechas se
centraban en una única persona. Primero pensó que era una casualidad, pero
comenzaban a haber demasiadas. Sin decir nada agarró su chaqueta y salió a la
carrera del instituto forense. Mitch intentó detenerle pero fue demasiado
tarde.
-¿Estás
completamente seguro de la prueba? –le preguntó a Ala mirándolo fijamente.
-Coincide al
cien por cien. Tú mismo puedes comprobarlo –le dijo entregándole la hoja de
papel.
Pero para
entonces Mitch salía también a la carrera precipitándose hacia la calle justo
en el momento que Frank pasaba en su coche. No hacia falta nada más. Mitch
sabía perfectamente donde había estado y con quien. Y a donde se dirigía.
Entró en la
galería como un huracán. Para su sorpresa las luces seguían encendidas y la
puerta abierta. Corrió hacia el taller y encontró todo patas arriba. Como si
alguien hubiera querido destruir todo lo que allí había. Por un momento sintió
angustia por lo que pudiera haberle sucedido a ella. Y fruto de esa inquietud
recorrió todas las salas en su busca pero no parecía estar en ninguna. De
regreso al taller allí estaba. De pie. Contemplándolo. Sus ojos brillantes como
dos gemas preciosas. Sus mejillas llenas de color. Sus labios rojos atrayéndolo
de nuevo.
-¿Por qué has
vuelto? –le preguntó a sabiendas de lo que buscaba y lo que sucedía. Sí.
Seguramente se había dado cuenta ya de quien era.
-Dime, ¿dónde
has estado?
-Vaya, salió el
detective. Hace unas horas tu comportamiento era bien distinto. En fin, ya da
igual. He estado dando un paseo. Estaba cansada, turbada por los recientes
acontecimientos.
-¿Y todo este
desorden? –le preguntó señalando el taller donde nada estaba donde debería.
- Estaba enfadada
conmigo misma. A veces estas cosas suceden –le dijo restando importancia al
hecho.
Frank se acercó
lentamente hacia ella contando mentalmente los pasos que daba.
-Dime, ¿usas un
perfume de hace un siglo?
La pregunta no
le sorprendió pero fingió muy bien al hacerse la desentendida.
-¿Has venido
para preguntarme eso?
-Eso y más
cosas. Te repito, usas...-comenzó diciendo mientras alzaba el tono de su voz.
-Sí. Lo uso.
¿Cuál es el problema? –le preguntó fingiendo no saberlo, aunque era consciente
que ya había atado ese cabo.
Frank cerró los
ojos por unos instantes. No sabía lo que sentía. Ni qué debía hacer.
-Ese perfume
estaba impregnado en mi ropa, y en la de los tres cuerpos que hemos encontrado.
-Buenas noches
agente Mitch –dijo de repente viendo como éste avanzaba detrás de Frank.
Éste se volvió
para enfrentarse a su compañero, quien esgrimía el arma apuntando a Chloe.
-¿Qué pasa? ¿Qué
haces aquí? –le preguntó extrañado por verlo allí y apuntando a Chloe con el
arma.
-Apártate Frank.
-Pero, ¿de qué
va todo esto? –le preguntó algo molesto por las maneras de Mitch.
-Creo que tu
compañero te lo va a explicar –dijo Chloe con un tono dulzón.
-Ella es la
asesina.
-¿Chloe?
–preguntó Frank mientras su mirada pasaba de uno a otro.
-Las pruebas
Frank. Las pruebas apuntan a ella. Acuérdate de lo que Simon nos dijo. Lo que
encontró. Hay algo más que desconoces de ella.
-¿Qué?
- He estado
investigando su vida como pintora. Ha aparecido de la nada aquí en la ciudad.
Susan me lo contó. Pero lo más sorprendente es esto –le dijo extrayendo lo que
parecía un recorte de prensa. Frank lo desdobló y vio el rostro de Chloe.
-¿Qué tiene que
ver con ella? Ya la veo en un periódico.
- Ese periódico
francés de más de cincuenta años. ¿Cómo es que el tiempo no ha pasado por ella?
Frank
contemplaba el rostro de Chloe y como se dibujaba un enigmática sonrisa.
-En aquellos
años una extraña sucesión de crímenes asoló París. Justo cuando Chloe apareció
en escena como pintora.
Chloe avanzó
despacio hasta los dos detectives.
-No te muevas
Chloe.
-Si sabes lo que
soy no puedes hacerme daño –le recordó con un tono meloso mientras tomaba el
recorte del periódico de manos de Frank y lo contemplaba con un sonrisa de
añoranza.- Recuerdo muy bien París. Verás yo no escogí ser lo que soy. La verdad
es que de haberlo hecho hubiera dicho que no quería lo que me ofrecían. Pero no
tuve alternativa. Un joven aristócrata inglés se enamoró perdidamente de mi y
para no perderme me concedió esta vida. ¿Piensas que no se me ha pasado por la
cabeza mil y una veces en la manera de acabar con todo? –le preguntó mirando a
Mitch fijamente.
-Entonces hazlo
–le urgió este sin dejar de apuntarla.
Chloe sonrió.
-No es tan
sencillo.
-Baja el arma
Mitch –intervino Frank.
-Apártate Frank
–insistió mientras sostenía con firmeza el arma en sus manos.
-Mañana me
marcharé –dijo Chloe.- Y todo volverá a la normalidad. No os preocupéis.
-¿Se puede saber
qué te pasa? ¿Estás loco Mitch? Baja el arma de una vez –le instó mientras la
sujetaba con su mano y ambos forcejeaban.
Chloe se quedó
paralizada al ver la escena. No pensó que aquello podría desencadenar una
situación como aquella. Y cuando escuchó el sonido del arma descargando un
disparo sintió que su cuerpo se estremecía de dolor en muchos años. Miró con
horror el resultado de aquella refriega. Ahora lo contemplaba fijamente en esos
instantes de angustia mientras corría para situarse a su lado. Frank jadeaba
por el escozor que le estaba produciendo la perforación de la bala; y sentía
que la vida se le escapaba lentamente por el reguero de sangre que empapaba su
camisa.
-Hazlo. Sólo tú
puedes salvarlo –le dijo Mitch, quien permanecía de pie con la pistola aún
caliente en su mano.
Chloe seguía con
su mirada fija en el moribundo. Sabía que si no se daba prisa lo perdería para
siempre; pero por otro lado, hacer lo que su compañero le pedía sería aún peor
que la propia muerte.
-Eh, Frank –llamó el hombre mientras se acercaba al
herido.- Lamento haberte disparado.
Frank sacudió la
cabeza dando a entender que no pasaba nada.
-Déjalo Mitch
–le dijo en un susurro.- Tú no has tenido la culpa... Yo...
Todo estaba
controlado. No habría reproches entre ellos después de diez años juntos en la
brigada de homicidios. Apretó su mano con firmeza mientras lo miraba.
-Llama a una
ambulancia –dijo Chloe captando su atención.
-No hay tiempo.
La herida es mortal. Seguramente tenga el estómago perforado. Sólo tú puedes
salvarlo –le repitió Mitch insistiendo aún más en este hecho y aparentando una
mayor agitación ante la situación que estaba viviendo.- Debes hacerlo Chloe.
Por favor.
Estas últimas
palabras le sonaron a súplica; a desesperación. Su mirada cristalina parecía
perdida mientras vagaba del rostro de Mitch al de Frank. Por unos instantes
todo lo acontecido inundó su mente como un torrente de agua desbordado
llevándose los malos recuerdos.
Miró a Frank y
sonrió mientras ahora pasaba su mano por su rostro sudoroso. Comenzaba a tener
escalofríos. La temperatura le estaba bajando. Cerró los ojos antes de
decidirse a dar el paso.
-Frank, no hay tiempo
para que llegue la ambulancia –comenzó diciendo Mitch.- Escucha sólo Chloe
puede salvarte ¿Me entiendes verdad? Pero ya conoces el resultado final –le
dijo a modo de advertencia.
Frank sonrió y
cerró los ojos. Sentía que se estaba sumiendo en un sueño placentero del que no
quería parecer despertarse.
-Sigues pensando
como al principio eh... –tosió un par de veces antes de recostarse contra el
suelo.
Chloe miró a
Mitch por última vez mientras éste se incorporaba para irse. No quería ser
testigo de lo que allí iba a suceder.
-Buena suerte
Frank.
Guardó su
revolver en la sobaquera y se dispuso a irse. Pero antes se volvió hacia Chloe,
la mujer que había atrapado a su compañero para toda la eternidad.
-Cuida de él. Y
marcharos cuanto antes. Yo no sé nada de su desaparición repentina de la
ciudad. Ni de la tuya –apuntó finalmente con una sonrisa dándole a entender que
ella también debería marcharse.
Chloe asintió
sintiendo por primera vez después de muchos años lo que significada la amistad.
Lo vio caminar hacia la puerta, abrirla y cerrarla a su espalda. Se volvió
hacia Frank con una sonrisa llena de ternura en sus labios mientras su mirada
se volvía más y más intensa. Y sentía que sus sentidos estaban en esos momentos
a flor de piel. Era consciente del paso que iba a dar, pero ¿lo sería él? Al
menos tenía la opción de elegir...
-¿Quieres que
siga adelante Frank? –le preguntó con voz clara y cargada de ternura. Él
sonrió.
-Adelante. Nunca
pensé que existieras... pero ahora... venga no tengas miedo.
Frank había
elegido aceptando su destino. No como ella, quien no tuvo más remedio que
aceptar lo que era y vivir con ello. Juraría que él se había sentido atraído
desde un principio por el misterio, que la envolvía como una fina capa de
bruma. No le hizo ninguna gracia pensar en lo que iba a hacer para salvarlo.
Juró que nunca lo haría. Y ahora... el destino caprichoso la ponía a prueba.
¿Por qué lo hacía? ¿Acaso después de tanto tiempo había sentido algo por aquel
detective cuya vida estaba en sus manos? ¿Estaría dispuesto a vivir de aquella
manera? ¿A afrontar lo que el destino le ofreciera? Contempló a Frank unos
segundos mientras posaba su mano sobre su pecho para sentir los débiles latidos
de su corazón. Sabía que el momento había llegado. Debería hacerlo antes de que
el corazón se detuviera del todo de manera que se inclinó sobre él y lo besó
con ternura antes de hundir su rostro en su cuello.
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