15 feb 2012

Los amantes de Ingelheim

(Narrado por Briggitte)

El tiempo transcurría plácidamente en el valle junto al Rin. Tan solo restaba un día para la llegada de la Navidad, y todos los habitantes del pueblo parecían estarla festejando ya a juzgar por como habían engalanado las calles y las casas. Centenares de guirnaldas de diversos colores recorrían fachadas y balcones dotándolos de una luminosidad y un color  diferente. La gente en la calle se mostraba igual de simpática y predispuesta a todo, y no porque fuera Navidad, sino porque ese es su carácter. Un ambiente de cordialidad se respiraba por todos los rincones.
Hacía varios meses que Jorg había decidido quedarse en aquel pintoresco lugar cuando perdió el tren a Frankfurt. Y lo que en un principio parecía ser un castigo divino, ahora se había convertido en un paraíso. Su mentalidad y su forma de pensar habían cambiado por completo, y ahora no deseaba abandonar aquel lugar. El destino lo había llevado hasta allí y por más que le dijeran que se marchara, no lo haría. Ni por todo el oro del mundo. Estaba completamente convencido de que su vida estaba ligada a aquel pintoresco pueblecito. Y a ello claro está habían contribuido dos factores: la recopilación de las historias que narraban sus habitantes, y que cada día lo sorprendían y lo atrapaban más y más. Y por supuesto Ingrid. La joven hija de Heinrich y Flora, lo había cautivado más si cabe que las historias. Pero, ¿qué había hecho ella para confundirlo de aquella manera?. 
Durante los días previos a la Navidad ella parecía estar más hermosa, más radiante a los ojos de Jorg. En varias ocasiones se encontraron en mitad de los pasillos de la posada; en el comedor; y en el salón. Pero sobre todo cuando hubo que engalanar éste con los clásicos adornos navideños. Sus miradas se encontraron en más de una ocasión; pero no se trataba de algo que trataran de evitar. No, se buscaban incesantemente como si necesitaran comprobar que el otro estaba allí al lado. Sus manos se rozaron y sus dedos se entrelazaron en varias ocasiones cuando ambos buscaron los adornos en las diversas cajas, que había esparcidas por el comedor. En esos instantes volvían a mirarse y comprendían lo que les estaba sucediendo. No habían comentado nada a nadie al respecto. Ni siquiera entre ellos. Por otra parte, tampoco había necesidad de expresar con palabras lo que miradas y caricias furtivas hacían.
- Necesito colgar este para de campanas allí arriba –señaló Ingrid mientras las sostenía en alto para que Jorg las contemplara. Pero más que mirarlas a éstas, lo que hacía era centrar su mirada en la joven.
En un abrir y cerrar de ojos Ingrid se encaramó sobre una escalera de mano. Jorg la miraba embelesado. Sentía que no podía dejar de pensar en ella, y que si no hacía algo pronto acabaría volviéndose loco.
- ¿Puedes acercarme algo de espumillón? –le pidió desde lo alto de la escalera mientras señalaba las tiras de diversos colores que había amontonadas en una caja.
Jorg se apresuró a cumplir sus deseos. Ingrid estiró sus brazos para adornar el marco de la ventana y apunto estuvo de perder el equilibrio y caer de no haber sido por la rápida intervención de Jorg. La sujetó entre sus brazos mientras la muchacha lo miraba con sus mejillas encendidas hasta cotas inimaginables. Algunos cabellos habían invadido su rostro pero Jorg entreveía el fulgor que ahora destilaban sus ojos. Su brillo. Y sentía su cuerpo entre sus brazos. Su respiración agitada, y sus labios entreabiertos. Sintió unos enormes deseos de besarla, pero debería ir con cuidado. Por ello apartó los mechones de su rostro para depositarlos con delicadeza detrás de sus orejas. Ingrid sentía su cuerpo temblar pero en ningún momento se apartó de los brazos de Jorg. Intuía que iba a besarla, y sentía deseos de que lo hiciera. Entornó la mirada hacia sus labios y cuando los vio acercarse cerró sus ojos para sentir más el beso. Fue un leve roce en un principio. Jorg los tanteó con los suyos propios esperando ver la reacción de Ingrid. Los sintió suaves, cálidos, y embriagadores. Lentamente fue apoderándose de ellos con delicadeza pese a los enormes deseos que sentía. Ingrid los abrió para que él los tomara entre los suyos, y que su lengua buscara la calidez de su boca. Jorg la estrechó más contra su pecho sintiendo como su respiración se había agitado más de lo normal fruto de la excitación. La besó con ternura, pero con pasión. Una pasión que había estado creciendo con el paso de los días, las semanas y los meses. Y que ya no podía refrenar. Ingrid se dejó arrastrar por una espiral de emociones y sensaciones nuevas que la envolvieron por completo. Que la elevaron y la sostuvieron en alto, en una especie de levitación. No sabía cuando ni como se había sentido atraída por Jorg, ni cuando esa atracción había comenzado a derivar en un cariño especial. Pero ese sentimiento la hacía sentirse muy dichosa.
Se separaron cuando ambos se sintieron saciados el uno del otro. Se miraron a los ojos y sonrieron como dos chiquillos que acabaran de realizar una travesura. Ingrid levantó la mirada e inclinó hacia atrás su cabeza para dejar su mirada fija en lo alto. Jorg hizo lo propio cuando vio los gestos de ella. Luego, sonrió dichoso y divertido.
- Muérdago –murmuró con una mezcla de confusión y alegría.
La sonrisa de Ingrid se convirtió en una carcajada que no pasó desapercibida para Heinrich y Flora, quienes acudieron a ver qué sucedía.
- Calla –le instó Jorg mientras ella se reía y reía inclinándose sobre el pecho de él. Sin soltarlo en ningún momento. Ni siquiera cuando sus padres parecieron en el umbral y los contemplaron.
Jorg no se había dado cuenta que éstos se encontraban a sus espaldas. Y ahora miraba a Ingrid sin saber porqué no podía dejar de reír.
- Si no te callas te volveré a besar –le dijo en un arranque de pasión y valentía.
Ingrid asintió mientras no cesaba en su risa. Y cuando Jorg iba a hacerlo la muchacha abrió sus ojos como platos y se apartó de él tratando de contener la risa. Fue entonces cuando Jorg la miró confundido y más cuando ésta señaló hacia la puerta. Se dio la vuelta y su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró cara a cara con Heinrich y Flora que sonreían a su vez de manera divertida.
No supo donde meterse. Deseó que el suelo se abriera y se lo tragara. Bueno, pensó, por otra parte ya todos los saben.
- Vaya... yo...-las palabras no parecían querer salir por su boca y si lo hacían era de manera atropellada. Jorg sintió como la temperatura de su rostro subía algunos grados. Se sentía algo torpe y cortado por la situación.
- Oh, veo que os estáis divirtiendo con la decoración –les dijo Flora con toda intención mientras esbozaba una sonrisa llena de picardía.
- Bueno... –dijo Jorg mientras señalaba los lugares que habían adornado.
- Ya veo, ya –apuntó Heinrich paseando su mirada por éstos.- ¿Y ya habéis terminado? –le preguntó mientras su ceja derecha se arqueaba de manera explícita.
- No, no, ¿verdad? –dijo volviendo el rostro hacia Ingrid en busca de apoyo.
La muchacha estaba más atractiva que nunca. Sus ojos chispeaban de emoción, tal vez por haber sido pillados in fraganti. Sus mejillas encendidas y sus labios hinchados y sonrosados por el beso. Miraba a Jorg de una manera que él nunca había visto. Sintiendo la intensidad y profundidad de sus ojos sobre él. Como si quisieran transmitirle todo su cariño.
- Ah, sí, sí, claro –se limitó a decir Ingrid mientras fruncía sus labios en un mohín provocativo a ojos de Jorg.
- ¿En qué quedamos hija? ¿Sí o no? –insistió su madre entrecerrando la vista mientras la miraba.
- Bueno, sí claro –volvió a asentir.
- Creo que estorbamos Flora –le dijo Heinrich a su mujer mientras pasaba su brazo por sus hombros y la miraba con una sonrisa de complicidad.
- Sí, yo también. Será mejor que lo dejemos que acaben lo que han empezado –le comentó arrastrando y pronunciando las palabras con toda intención.
Cuando ambos se hubieron marchado Jorg se volvió hacia Ingrid, quien ahora tenía la mirada y el aspecto de una niña traviesa. Sonreía burlona por la escena que acababan de vivir, pero dichosa porque hubiera pasado.
- ¿Por qué no me dijiste que tus padres estaban ahí? –le preguntó Jorg en un susurro mientras señalaba el lugar donde habían estado.- ¿Y cuanto tiempo llevaban ahí? –le preguntó abriendo sus ojos hasta su máxima expresión.
- No lo sé. Pero, ¿por qué te pones así? No hemos hecho nada malo –le dijo mientras sus cejas formaba un arco que se fundía con sus cabellos.
- Pero...
- ¿Crees que mis padres no sospechaban nada? –le preguntó con toda intención tratando de hacerle ver que ellos se habían dado cuenta de que algo estaba sucediendo entre los dos jóvenes.
- ¿Sospechar qué?.
- Que entre tú y yo hay algo más que una simple amistad. Hace meses que llegaste a Bacharach, y durante todos ellos has ido conquistándome –le susurró mientras se volvía y caminaba hacia la ventana.
Afuera había vuelto a nevar lo que prometían ser unas Navidades perfectas. Ingrid dejó que su mirada quedará fija en la calle y en los viandantes que ahora la transitaban. Escuchó los pasos de Jorg acercarse hasta ella y situarse a su lado. La contemplaba en silencio mientras los latidos de su corazón se aceleraban de manera irremediable. Sus dedos se mostraron raudos y ágiles apartando los cabellos que ahora ocultaban su rostro. Los apartó para poder tener una mejor visión de su rostro. Dejó que sus dedos resbalaran por su mejilla para sentir su suavidad y su calor. Y le sorprendió y le emocionó que ella apoyara su rostro sobre la palma de su mano, y que en un momento ella lo volviera para depositar un suave y revelador beso sobre ésta.- No he hecho nada importante para hacerte sentir...-le confesó en un susurro.
- Tal vez para ti los pequeños detalles no hayan significado nada, pero si para mi –le confesó mientras sentía la urgente necesidad de que la abrazara y la reconfortara entre sus brazos.- Desde hace tiempo siento la necesidad de verte, de saber de ti, y de estar contigo, aunque sea en la taberna durante la hora del cuento.
- ¿Por qué pediste a tu padre que hablara con Matthias y éste me ofreciera un trabajo? –le preguntó deseando escuchar de sus labios la verdad.
Ingrid sintió sus mejillas arder una vez más y como la timidez se adueñaba de ella.
- No quería que te marcharas –le susurró mientras lo miraba fijamente y sentía que se estaba enamorado de él.
 - Deberíamos seguir con la decoración –sugirió volviendo su mirada hacia los adornos que aún restaban por colocar preso de una agitación desconocida. ¿Acaso él también sentía lo mismo, o no?
- Oh, sí –se limitó a decir Ingrid mientras esbozaba una sonrisa con tintes de desilusión por no escucharlo expresar sus sentimientos.
Las horas transcurrieron sin ninguna novedad. Terminaron de colocar sus adornos y se separaron durante algún tiempo. Jorg se quedó pensativo, meditando las palabras que había escuchado de labios de Ingrid. Después de almorzar deambuló por las calles yendo y viniendo, hablando con unos y con otros. Una de las personas que lo entretuvo más tiempo fue Brigitte, la bibliotecaria del pueblo. Al ver el gesto de su rostro comprendió que algo le sucedía.
- Tengo café recién hecho en la biblioteca. Si quieres puedes venir antes de que vuelva a abrir.
Jorg aceptó su invitación mientras en su cabeza aún seguía pensando en Ingrid y en que ella le había confesado sus sentimientos, y él no la había correspondido. ¿Por qué?.
Se sentaron en los mismos sillones que la vez anterior, y mientras Brigitte disponía las tazas de café Jorg le preguntó:
- ¿Conocéis alguna leyenda que tenga que ver con los sentimientos?.
- ¿A qué clase de sentimientos te refieres? –le preguntó Brigitte frunciendo el ceño.
Jorg parecía algo incómodo pero se decidió a contarle su situación.
- Me refiero a expresar sentimientos del corazón...
- ¿No te estarás refiriendo al... amor?.
- Sí. Bueno... La verdad es que últimamente las historias que me han contado han sido bastante trágicas y no han tenido un final feliz –le respondió de manera atropellada tratando de parecerle una conversación de lo más trivial y relacionada únicamente con su labor de recopilador de relatos.
- Bueno...lo cierto es que conozco una cuantas...
- ¿En alguna de ellas el guerrero, o príncipe demuestra su amor a la muchacha? –el preguntó con inusitado interés.
- Déjame pensar...-Brigitte frunció el ceño durante unos segundos mientras rebuscaban en el interior de su mente alguna historia que se adecuara a los deseos de Jorg.- ¿Por algún motivo en especial? –le preguntó con un tono burlón e irónico a partes iguales.
- No... sólo es curiosidad –se limitó a responder Jorg.
El silencio se sentó con ellos como un invitado más. Hasta que por fin Brigitte comenzó de nuevo a hablar.
- Está bien. Te contaré una historia  de lo más interesante, y si a ello añadimos que está basada en hechos reales...-matizó mientras arqueaba sus cejas hasta que casi se unieron con sus cabellos.-
“Pues bien, sucedió hace mucho tiempo en la pequeña localidad de Ingelheim, donde existía un hermoso castillo construido en mármol, y que era la residencia preferida de Carlomagno. A menudo se retiraba a este solitario y tranquilo lugar acompañado tan solo por un puñado de sus más leales servidores y los miembros de su propia familia. Friedrick, el secretario privado del emperador, siempre estaba incluido en el pequeño círculo de vasallos que acompañaban a Carlomagno. Hombre de inconmensurable destreza y sabios conocimientos, este joven era bastante diferente del resto de consejeros, no sólo por la manera de aprender las cosas, sino también porque era el favorito de las damas de la corte.
Friedrick se encontraba siempre al lado del emperador, tanto que se había convertido en un amigo íntimo de la familia, y el propio Carlomagno decidió encargarle la educación y el aprendizaje de su propia hija, Carla. Ésta era considerada como la más hermosa de entre todas las damas del reino; tanto que el propio Friedrick no pudo mantenerse frío y distante a su belleza”.
En este punto, Brigitte se detuvo unos instantes para sorber un poco de café y mirar intrigada a Jorg. ¿Por qué le había pedido una historia de amor?. Éste permanecía impasible y concentrado en su sillón. A penas si había reparado en su café, el cual ya debería estar frío.
“Las horas que ambos compartían aprendiendo provocaron que ambos se compenetraran de manera excepcional. Friedrick, sin embargo, luchaba para recordarse así mismo cuales eran sus deberes con el soberano, pero el amor lo estaba venciendo, y pronto un juramento de fidelidad eterna unió a la joven pareja.
El propio emperador no había medido las consecuencias de  permitir que el joven secretario y su hija compartieran tanto tiempo juntos. Durante la noche, cuando todos dormían, Friedrick buscaba la habitación de su amada. Ella escuchaba las ardientes palabras de amor de su joven enamorado.
Pero quiso el destino aliarse en contra de la joven pareja  Sí, fue una noche en la que ambos estaban sentados en la habitación de Carla hablando de manera confidencial –el tono de la bibliotecaria se volvió más tétrico y desgarrador provocando cierto sobresaltó en Jorg.- En el momento en el que Friedrick se disponía a abandonar la habitación de su amada Carla, percibió el sonido de las voces en el patio cubierto de nieve. Sería imposible cruzarlo sin ser visto y sin dejar un rastro de huellas sobre ésta. Pero debía alcanzar su propia habitación cuanto antes. ¿Qué podían hacer para que no fueran descubiertos? Ah, amigos, el amor es ingenuo en ocasiones. Después de considerarlo durante algún tiempo ambos acordaron que sólo existía una manera de salvar aquel obstáculo, que el destino ponía ante ellos. Así, la joven dama le pidió a Friedrick que subiera a sus espaldas. Ella lo llevaría a través del patio dejando tan sólo un pequeño rastro de huellas.
Pero ocurrió que el emperador no conseguía conciliar el sueño aquella misma noche, y se sentó en la ventana contemplando el patio en silencio. De repente percibió la forma de una sombra que cruzaba el patio. Al fijar su vista en aquel extraño descubrió para su asombro que se trataba de su propia hija Carla.
 Jorg se había olvidado por unos instantes de Ingrid, y de sus sentimientos hacia él. Estaba completamente atrapado por la historia de Briggitte y ni siquiera se había dado cuenta de tomar notas. Este hecho había llamado poderosamente la atención de la mujer, pero decidió preguntarle al final. De manera que continuó con la narración.
- ¡Sí, era ella! Y llevaba a un hombre a sus espaldas. Y no era otro que su favorito, Friedrick. El dolor y la rabia se mezclaron en su corazón. Quiso precipitarse escaleras abajo y descubrirlos. ¡La hija del emperador y su secretario vagando en la noche como vulgares criminales! Pero ¿cómo había sido posible? ¿En qué momento habían decidido compartir algo más que la instrucción? Con gran esfuerzo, el emperador se contuvo de hacerlo, y preso de una extrema agitación regresó a su cama a esperar el amanecer.
Brigitte se detuvo aquí otros instantes mientras volvía a beber un poco de café que tenía sobre su mesita. Sin duda alguna se tomaba estos segundos para acrecentar la expectación de Jorg. Sabía manejar con maestría las sensaciones que el relato estaba produciendo en él y darle la dosis exacta de emoción.
“A la mañana siguiente el emperador reunió con urgencia a sus consejeros. Todo se horrorizaron al ver la mirada de éste. El ceño fruncido, las manos a la espalda, y el semblante pétreo. Friedrick miraba a su señor sin comprender qué le sucedía. Hasta que éste comenzó a hablar.
“¿Qué castigo merece una princesa que recibe la visita de una hombre durante la noche?.
Los consejeros se miraron los unos a los otros sin comprender el propósito de aquella pregunta, mientras el rostro de Friedrick palidecía.
- Majestad, creemos que un mujer débil no deber ser castigada por algo hecho por amor –le respondió un consejero.
- ¿Y qué  castigo se merece el favorito del emperador por arrastrarse en la oscuridad de la noche hasta la habitación de esa princesa? –preguntó lanzando una mirada de ira hacia su secretario Friedrick.
Comprendiendo que todo estaba perdido y que habían sido descubiertos éste respondió con voz clara y potente:
- La muerte, mi señor.
Jorg se sobresaltó en la silla por primera vez desde que comenzó la narración. Y mientras tanto, Briggitte permaneció en silencio dejando que sus palabras se posaran en la mente del muchacho. Lo contemplaba tomando nota de cada uno sus gestos. Y aunque no se atrevió a interrumpir su narración, ni le pidió que siguiera, ella era consciente de que estaba en una especie de trance provocado por la historia. Entonces, la bibliotecaria sonrió y continuó su narración.
“El emperador contempló a su secretario con sorpresa. Una mezcla de ira y de admiración por haber sido él quien pronunciara su propia sentencia se apoderó de su alma. El silencio se hizo en la sala del trono, y el emperador ordenó a sus consejeros que se retiraran al tiempo que le pedía a Friedrick que lo siguiera.
Sin decir una palabra el emperador lo condujo a su cámara privada donde a su requerimiento apareció Carla. Su corazón se estremeció al ver la mirada de su padre. Comprendió al instante todo lo sucedido, y en un arrebato se arrojó a sus pies.
- ¡Clemencia, clemencia padre mío. Nos amamos –murmuró levantando el rostro empañado por las lágrimas.-
- ¡Clemencia! –pidió Friedrick imitando el comportamiento de Carla.
El emperador guardó silencio. Después comenzó a hablar de manera fría y serena en un principio, pero su voz cambió a un tono más dulce al escuchar los sollozos de su hija.
- No tengo intención de separar lo que el amor ha unido. Un religioso os casará y al amanecer de mañana deberéis abandonar el castillo y nunca más regresar.
De nuevo Jorg se agitó en su silla. Se inclinó hacia delante mientras su mirada permanecía fija en el rostro de Briggitte.
“El emperador abandonó su habitación dejando a los dos solos. Carla se sentó en el suelo sin poder dejar de llorar, y fue la dulce voz de Friedrick quien la tranquilizó cuando le susurró.
- No llores Carla. Al echarte de su lado, tu padre, mi señor, ha permitido que vivamos juntos para siempre. Ven, debemos irnos, pero el amor nunca se irá de nuestro lado.
A la mañana siguiente, dos peregrinos abandonaron el castillo Ingelheim y tomaron el camino hacia Maguncia.
El tiempo pasó, y el emperador ganó la guerra a los sajones y se ciñó la corona de Imperio Romano, y se convirtió en el emperador más famoso de la Historia. Pero toda su fama no hizo que su edad avanzara, que sus cabellos se tornaran plateados, que su corazón sintiera pena y dolor por la ausencia de sus seres queridos. Día tras días pensaba en el pasado. En los días de dicha y felicidad que había conocido en el castillo. En las fiestas, en los bailes, en las canciones de los trovadores... y en las antiguas y casi olvidadas leyendas, que él amaba tanto y que gustaba escuchar de labios de su favorito Friedrick.
Una mañana en la que había decidido llevar a cabo una cacería para distraerse el emperador quedó apartado del grupo principal por haber perseguido un ciervo. El animal viéndose acorralado llegó a orillas de un río. El emperador lo siguió, pero pronto se dio cuenta que las fuerzas le fallaban. Estaba cansado, y además, no conocía aquella región del bosque. De repente, percibió el humo que salía de una chimenea. Obligó a su caballo a seguir aquella estela, hasta que encontró una pequeña cabaña junto al río. El emperador vio que ésta era bastante sencilla; sin adornos superfluos ni lujos.
- Tal vez se trate de algún ermitaño que vive retirado- murmuró mientras golpeaba la puerta de la cabaña.
De repente, se encontró frente a un hombre de cabellos claros. Sin decir su nombre el emperador le informó que se había perdido y le pidió pasar la noche allí. Al escuchar su voz, el hombre tembló. Había reconocido al emperador. Una vez que ambos estuvieron dentro, Carlomagno vio a una joven sentada en una silla de madera con un niño en sus manos. Ella lo miró fijamente y su rostro palideció al reconocer ella también al emperador. Éste se sentó y rechazó cualquier ofrecimiento de comida.
Los minutos pasaron y aún seguía sentado allí. En la misma postura. Con sus cabeza entre sus manos. Al final sintió que alguien acariciaba una de ellas. Despertó de su estado de somnolencia y descubrió el rostro de una niña de poco más de seis años, que venía a desearle las buenas noches. El emperador contempló a aquella criatura que se asemejaba a un ángel bajado del cielo. Con sus cabellos rubios como el trigo, y sus ojos azules como el cielo de verano.
- ¿Cuál es tu nombre pequeña? –le preguntó el emperador.
- Carla –respondió ésta.
- Carla –repitió el emperador con lágrimas en los ojos, y levantando a la niña del suelo la acercó a él y depositó un suave beso en su frente.
En ese mismo instante, el hombre y su joven esposa se arrojaron a los pies del emperador.
- ¡Clemencia señor, clemencia!.
El emperador estaba sorprendido por aquel repentino comportamiento. Y cuando los rostros de ambos se levantaron hacia su señor, el corazón de éste dio un vuelco.
- ¡Carla!¡Friedrickt! –gritó con gran emoción abrazando a ambos.- Bendito sea el día y el lugar donde os he encontrado!.
Desde ese día Carla y Friedrickt regresaron al castillo con grandes honores. El emperador les entregó su hermoso castillo de Ingelheim, y sólo se sitio feliz cuando ellos estuvieron con él allí. Al mismo tiempo mandó construir una abadía en el lugar en el que los había encontrado, a la que dieron el nombre de Seligenstadt, la ciudad de la felicidad. Pronto creció una ciudad alrededor de ésta abadía, donde hoy en día reposan en la misma tumba los restos de Carla y Friedrickt por expreso deseo de ambos”
Brigitte permaneció en su sillón tapizado aguardando la réplica de Jorg. Sus comentarios e impresiones. Pero el muchacho parecía seguir perdido en sus pensamientos. No entendía el interés por escuchar una historia de amor.
- No sé si esta historia te podrá servir para tu recopilación...
- Sí, sí, claro. ¿Por qué no debería? –le preguntó confundido por su comentario.
- Lo digo porque no has tomado ninguna nota durante la narración. Como si no te estuviera interesando, aunque a juzgar por tus reacción al escucharla yo diría que así ha sido –le comentó con cautela la bibliotecaria.
- Olvidé el cuaderno. Pero he tomado nota de lo que le sucede a los personajes. No temas por ello.
- ¿Me contarás ahora a qué ha venido el interés por una historia de amor? –le preguntó una vez más con un tono que denotaba curiosidad y complicidad a partes iguales.
Jorg permaneció dubitativo por unos instantes en lo que no sabía a ciencia cierta si debería contarle a Brigitte lo que había sucedido con Ingrid; o dejarlo estar y ser él quien lo solucionara por sí solo. Sonrió a la bibliotecaria de Bacharach y se levantó de su sillón bajo la atenta mirada de la mujer.
- Aunque pueda habértelo parecido, tu historia me ha servido de mucha ayuda –le confesó esbozando una sonrisa de complicidad.- Y claro que voy a incluirla en mi recopilación. No lo dudes.
- Me alegra que así sea.
- Ya nos veremos.
- Por supuesto. Y que tengas suerte –le deseó con una sonrisa enigmática mientras le guiñaba un ojo.
Jorg permaneció en silencio, clavado al suelo justo en el umbral de la puerta de la biblioteca sin saber porqué se lo había dicho. Miró a Brigitte quien ahora se entretenía recogiendo las tazas del café de manera distraída. Sabiendo en todo momento que Jorg seguía allí. Pero ella había optado por hacer como que se había marchado.
- ¿Por qué me deseas suerte?.
Brigitte se hizo la sorprendida cuando escuchó la voz del muchacho.
- Oh, pensé que te habías marchado ya. ¿Qué me decías?.
- Te preguntaba que porqué me deseas suerte.
Brigitte sonrió tímidamente.
- Espero que el amor triunfe al igual que en la historia de los amantes de Ingelheim.
Iba a responderle cuando aparecieron varias personas en la biblioteca para devolver sus libros. Pero antes de que se marchara, Briggitte volvió a mirar a Jorg y asintió con su cabeza.
- Dile lo que ella desea.
Jorg abrió los ojos hasta su máxima expresión, e iba a decir algo cuando Briggitte comenzó a hablar con una de las personas que había en la biblioteca. ¿Qué sabía ella? ¿Habría hablado con Ingrid?. Con estas dudas abandonó la biblioteca y caminó en dirección a la taberna para encontrar a Ingrid.
Entró en ésta paseando su mirada por todos los asistentes, quienes al reconocerlo lo saludaron efusivamente deseándole una Feliz Navidad.
- Amigo Jorg –comenzó diciendo Matthias, el alcalde- sin duda alguna el muchacho más eficiente que he conocido en los últimos tiempos. Dinos, ¿cómo marchan los cuentos?.
- Bien. Marchan muy bien. Casi los tengo terminados. Sólo faltan unos pequeños retoques –respondió de manera nerviosa mientras trataba de localizar con su mirada a la persona a la que había ido a buscar, pero que no aparecía por ningún rincón de la taberna.
- Tendrás que dejar que los leamos –apuntó Francois guiñando un ojo.
- En cuanto los hayan publicado.
- ¿Has incluido todos? –preguntó el librero Allofs.
- Bueno, lo estoy decidiendo.
- ¿Lo qué?.
- Si incluirlos todos en un solo volumen o dividirlos en dos. Por cierto, ¿alguien ha visto a Ingrid? –preguntó deseando saber su paradero.
Los unos y los otros se miraron entre si y negaron. Pero un sentimiento raro flotaba en el ambiente. Todas las miradas se posaron en Jorg, quien al momento sintió que sus propios amigos lo miraban de una manera bastante extraña.
- ¿Qué sucede? –preguntó mirándolos con recelo.- ¿He dicho algo raro?.
Sonrieron todos al mismo tiempo sabedores de lo que sucedía entre ambos jóvenes, puesto que Heinrich no había tardado mucho en ponerlos al corriente.
- ¿Vendrás al baile esta noche? –le preguntó Francois.
- Es víspera de Navidad muchacho. No puedes perdértelo –apuntó el alcalde.
- Claro. Claro –asintió preso de la agitación porque nadie le dijera donde estaba Ingrid.
- Ingrid está en la posada –dijo finalmente la voz de Heinrich mostrando una amplia sonrisa mientras palmeaba el hombro de Jorg.- Pero vendrá para escuchar el cuento. No te apures.
Éste intercambió una mirada con Heinrich y abandonó la taberna con gran rapidez mientras el resto se quedaba.
- Pero muchacho... te perderás el cuento de hoy –le dijo alzando la voz. Luego mirando a los demás sacudió la cabeza y dijo:- Ah, la juventud. Siempre con prisas.
La encontró terminando de recoger. Estaba inclinada sobre una mesa. Varios cabellos escapaban al recogido en la parte posterior de su cabeza, y ahora caían libres sobre el rostro. No lo había visto entrar, ni siquiera había escuchado la puerta. Eso le permitió contemplarla en silencio. Recrearse con su figura. Embriagarse con todo su ser, y comprender que nunca jamás abandonaría aquel pueblo del valle del Rin.
Ingrid se incorporó de la mesa y al hacerlo se percató de la presencia de alguien en el umbral de la puerta. No lo reconoció en un principio, y sólo cuando se detuvo fijamente en su rostro supo que se trataba de Jorg. Se quedó paralizada. Sus piernas no parecía que pudieran moverse. Pero lo mismo podía decirse de Jorg, quien seguía mirándola como si ella fuera una divinidad. Como si estuviese poseído por aquella enigmática muchacha que lo había obligado a permanecer en el pueblo.
Cruzó el espació que los separaba para quedarse frente a ella. Ingrid ni siquiera parpadeó, sino que mantuvo firme su mirada en los ojos de Jorg. Lentamente él acarició su mejilla con el dorso de su mano mientras sentía como ella temblaba.
- Mi Loreley –susurró y al momento el mantel que Ingrid tenía en sus manos se deslizó lentamente hasta caer al suelo, a los pies de ambos hecho un amasijo.- Me has cautivado con tus palabras como ella a los marineros, y ahora no tengo escapatoria. Ni siquiera los goblins puede encontrar mi corazón para devolvérmelo, porque tú eres su dueña.
Ingrid sintió que su mirada se empañaba por la emoción de escuchar aquellas palabras. Cerró los ojos por unos breves instantes y antes de abrirlos sintió los brazos de Jorg rodeándola por la cintura, atrayéndola hacia él para rozar sus labios con dulzura.

Esa noche, víspera de Navidad, la taberna estaba en pleno apogeo de canciones, bailes y celebraciones. Se contaron historias. Muchas de las cuales recogería Jorg posteriormente. Se bailó, se rió, y se brindó por una nueva y Feliz Navidad. Y en medio de tanta celebración dos personas se regalaron cientos de miradas, miles de caricias y besos y al dar las doce se desearon lo mejor en aquellos días.
Jorg se asomó por la ventana para contemplar como la nieve cubría las calles del pueblo y sonrió al recordar el día de su llegada. Y como en un momento había deseado que siguiera nevando durante mucho tiempo para no poder marcharse. Ahora ya todo daba igual. No le importaba Frankfurt, ni un empleo en un bufete de prestigio.
- ¿Por qué te ríes? –le preguntó Ingrid intrigada.
- Recuerdo las veces que intenté marcharme de aquí, y como la nieve me lo había impedido.
- Cierto.
- Y recuerdo las palabras de tu padre sobre que no me podría marchar tan fácilmente.
- Y así ha sido.
- Nunca pude imaginar que mi destino fuera permanecer en este lugar tan encantador. Con unas gentes tan abiertas, y dispuestas a ayudar en todo momento. Y lo que nunca pude imaginar era sin lugar a dudas que aquí encontraría la felicidad –le dijo rozando su mano con la suya. Luego la entrelazó para llevársela a los labios y depositar una suave y cálido beso.
- Por cierto, imagino que dentro de poco tendrás que empezar a contar historias.
Jorg sonrió.
- Cierto, pero déjame que te cuente una.
- ¿Cuál? –preguntó intrigada Ingrid mientras apoyaba sus codos sobre la mesa y enmarcaba su rostro entre sus manos, y no apartaba su mirada de Jorg.
Éste se acercó más hasta que sus rostros quedaron separados por escasos centímetros.
- La de un joven que llegó a este lugar para hacer un alto en su camino, y se quedó para siempre cuando descubrió la belleza que guardaba en su interior...
- Ummm Creo que ya lo conozco –susurró Ingrid emocionada.
- Espera a que te cuente el final.
- ¿Y cuál es?.
- Dímelo tú, pues formas parte de él.
Ingrid sonrió mientras sus mejillas se encendían y sus ojos chispeaban de emoción. La música procedente de los violines inundó la taberna y pronto las palmas se dejaron sonar.
Ingrid asintió divertida mientras Jorg se mostraba reacio a ello.
- Soy muy mal bailarín.
- Yo te enseñaré.
Jorg siguió a Ingrid hasta el centro de la taberna. Hasta la improvisada pista de baile donde cantó, bailó y rió mientras afuera seguía nevando sin cesar. Y Jorg en su interior volvió a pedir que siguiera nevando como lo había hecho meses antes cuando llegó al pueblo.

Epílogo:
Hasta aquí llegan las historias que Jorg ha recopilado en un primer volumen de relatos relacionados con el Rin. Es posible a estas alturas ya posea un número superior a los que aquí muestro. Pero por ahora no he recibido más. Hace ya más de un año que sigue allí. Como puedes deducir, querido lector, se ha casado con Ingrid. Sigue trabajando junto a Matthias el alcalde, y disfrutando con sus tardes en la taberna donde recopila la mayoría de sus historias. Espero poder ir a visitarlo este verano para conocer en persona a su mujer, a la cual sólo conozco por fotografías. Y porqué no, visitar el pueblo y ver si ejerce la misma mágica influencia que sobre mi amigo. Pero para ello debo esperar. Por ahora tendré que conformarme con leer sus relatos e imaginarme yo mismo los paisajes que describe, sus gentes, sus casas y sus calles.   

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