5 ene 2012

El dragón de Drachenfelds

(Narrado por Brigitte la bibliotecaria)

No tardó mucho tiempo Jorg en encaminar sus pasos hacia la biblioteca del pueblo. Una vez finalizado su almuerzo. Un edificio vetusto de piedra adornado con diversos blasones en las esquinas de la fachada, y tejado de pizarra en color negro acabado en punta. La puerta de doble hoja estaba construida toda en madera y ribeteada con clavos, y por supuesto el escudo de armas de la localidad. Jorg leyó la placa de latón en la que estaba inscrito el horario de apertura y cierre de la biblioteca. Consultó su reloj y se dio cuenta que acababa de abrir, tras la pausa para el almuerzo. Entró en la biblioteca avanzando por un pasillo largo de cuyas paredes colgaban diversos mapas y fotografías de célebres escritores alemanes. El silencio era total y a penas si se escuchaba el sonido que emitían las páginas cuando eran pasadas. Se acercó hasta el mostrador, donde una mujer de cabellos claros recogidos en lo alto con un lapicero leía atentamente a través de sus gafas. No se percató de la presencia de Jorg hasta que éste se dirigió a ella.
- Buenas tardes, desearía hablar con Brigitte, la bibliotecaria –le informó en un susurro.
La mujer levantó la mirada del libro para clavarla en la persona que había allí de pie frente a ella.
- Soy yo. ¿Qué desea? –le preguntó mientras se quitaba las gafas y las dejaba sobre el mostrador.
- Me llamo Jorg, y me envía Matthias.
- ¿Eres el recopilador de historias del Rin? –le preguntó abriendo sus ojos al máximo, sorprendida en cierto modo de que estuviera allí.
- El mismo.
- ¿Qué deseas? –le preguntó poniendo toda su atención en él        
- Como te dije me envía Matthias.
- ¿Y qué es lo que quiere? –le preguntó entrecerrando sus ojos mientras cerraba el libro y centraba su atención en Jorg.
- Me ha dicho que viniera a verte y te preguntara por las historias que conoces.
Brigitte sonrió de manera irónica y asintió.
- Vaya, vaya con Matthias. De manera que te envía para que te cuente alguna de las historias que conozco sobre el valle del Rin.
- Si es mal momento, o...
- No, no. Nada de eso, muchacho. A estas horas nadie viene. Están reposando el almuerzo.       
- Si no es molestia
- Pues claro que no –le dijo agitando la mano delante de él como si quiere restar importancia a este hecho.
Jorg se quedó satisfecho. Y mientras aguardaba a que Brigitte regresara deambuló entre estanterías curioseando acerca de los ejemplares que allí había. La biblioteca no era muy grande, aunque acogedora. Había mesas para que la gente que acudiera pudiera sentarse a leer durante el horario de apertura. Contaba también con una pequeña sala de consulta enfocada a la historia del país.
- Bueno, pues cuando quieras –escuchó que le decía Brigitte a su espalda.- Podemos sentarnos en una mesa, si prefieres.
Jorg siguió las indicaciones de la bibliotecaria. Una mujer de avanzada edad vestida con una traje de chaqueta y falda en color azul oscuro. Sobrio, pero elegante. Tomaron asiento y Jorg abrió su cuaderno para tomar notas.
- Veo que tienes unos cuantos relatos –señaló Brigitte mirando al cuaderno.
- Sí, he recopilado algunos. Pero creo que aún son insuficientes.
- ¿Piensas recopilarlos todos? Te advierto que eso es prácticamente imposible –exclamó una divertida Brigitte.
- Sólo hasta que considere que poseo una cantidad suficiente para publicarlos. Siempre se puede escribir un segundo e incluso un tercer volumen.
- Está bien. Veamos... ¿alguien te ha relatado la historia del dragón de Drachenfelds?
- No, nadie –respondió muy seguro.
- Bien, entonces vas a oírla por primera vez. ¿Te apetece un café antes de que empiece? –le preguntó levantándose de su asiento para ir hacia una cafetera, que había encendida, y que se encontraba sobre un mueble bajo.
- Gracias.
Fue cuestión de varios minutos que Brigitte regresara con sendas tazas de café, cucharillas y sobres de azúcar. Volvió a acomodarse en asiento y cerrando los ojos comenzó a hablar de nuevo.
- ¿Por dónde íbamos? –se preguntó así misma.- Ah, sí, ya recuerdo... La historia del dragón de Drachenfelds.

Se dice que cuando el viajero abandona la ciudad de las Musas, puede ver a su izquierda las poderosas cumbres de las Siete Montañas. Y en la cumbre de la más alta se encuentra enclavada la torre de un antiguo castillo en torno al que se ha tejido esta leyenda, y cuyo nombre aún pervive.
Fue hace muchos siglos cuando los Germanos habitaban en la margen izquierda del Rin. En esos mismos días un fiero y terrible dragón habitaba en lo más profundo de la montaña. Los habitantes cercanos a esta sentían pavor cuando la bestia abandonaba su morada y se adentraba por valles y bosques en busca de sus víctimas. Todo intento por conseguir someterlo fue inútil. No había fuerza posible que consiguiera acabar con el dragón. Los sacerdotes de las tribus germanas consideraron que debía tratarse de algún tipo de deidad, y que estaba enfadada con ellos. Para calmarla decidieron ofrecerle sacrificios humanos.

La voz de Brigitte era pausada y melodiosa como si fuera una especie de encantamiento. Su forma de narrar la historia en poco o nada se parecía a lo que Jorg había escuchado hasta entonces. Ello convertía la leyenda del dragón en una de las más queridas por él al final del libro.
           
“En un principio decidieron que dicho sacrificio serviría para ajusticiar a los criminales y a los prisioneros romanos.

- Recuerda que estamos en los años en los que las tribus germanas en las montañas. En el lugar al que las legiones romanas los habían empujado, y que las continuas escaramuzas entre germanos y las legiones de Roma eran algo muy frecuente –le explicó a Jorg para situarlo históricamente en el período de la narración.
Éste asintió agradeciendo su explicación.

Pues bien, llegó un momento en el que la paz se firmó con Roma, y los prisioneros de guerra comenzaron a escasear hasta que finalmente no hubo ninguno. Fue entonces cuando los guerreros germanos de esta tribu comenzaron a adentrarse en otros territorios deseosos de hacer la guerra con las tribus vecinas. De esta manera volverían a obtener prisioneros para sacrificarlos ante el dragón. Sucedió que en la última de sus incursiones encontraron una joven doncella cuya belleza llamó la atención de los dos líderes de la tribu. El primero de ellos se llamaba Osrich, famoso jefe conocido por tener la fuerza de un oso y la ferocidad de un tigre; el otro era Ringhol, igual de valiente que el otro, pero de naturaleza más tranquila.

Hasta ese momento Jorg no había dicho nada y seguía anotando en su cuaderno aquellas notas, o información que le servían para después tejer la trama él mismo.

“La joven doncella intentó alejarse de ambos jefes cuando los vio avanzar decididos hacia ella. En sus rostros podía leer su codicia por poseerla; y sus miradas expresaban el deseo lujurioso. Pronto se entabló una batalla entre ambos jefes por ver quien sería el dueño de la muchacha.
-  Te la cambio por mi parte del botín –le dijo Ringhol señalando un montón de baratijas.
- No –comentó Osrich con determinación.- Yo soy el mayor de los dos y me corresponde a mí. Además, yo soy el jefe supremo.
- Yo he luchado igual que el más valiente de los hombres. Me la he ganado por derecho –le espetó un encolerizado Ringhol encarándose con él mientras su mano se acercaba peligrosamente a la empuñadura de su espada.
Dicho enfrentamiento provocó que las fuerzas se dividieran y que la mitad de los hombres se inclinaran en apoyo de Osrich, y la otra mitad hacia Ringhold.  El primero la reclamó para él y los hombres lo jalearon y clamaron que tenía razón por ser el mayor. Ringhol la reclamó para sí también, y recibió el apoyo de sus partidarios.  Aquella situación amenazaba con acabar con un río de sangre, mientras la joven permanecía asustada temiendo a ambos dos por igual.
En ese momento el sumo sacerdote de la tribu hizo su aparición en mitad de los dos contendientes. Se trataba de un hombre de cabellos y barba blanca como la nieve.  Al momento se hizo el silencio y todos se dispusieron a escucharlo. 
- Maldito aquel extranjero que siembre la discusión y la separación entre nuestros dos valerosos jefes. Y menos si se trata de la hija de nuestros enemigos –clamó señalando a la joven doncella, quien al momento se sintió cohibida, aterrada al ver los llameantes ojos del druida fijos en ella, y su dedo acusador señalándola.- Según nuestras leyes, el autor de dicha disputa debe ser sacrificado ante el dragón a la salida del sol
En ese momento el clamor y el griterío de los hombres de la tribu se dejó escuchar como el trueno que anuncia la tormenta.
- ¿Y los dos guerreros? ¿No intercedieron a favor de la joven muchacha? –le preguntó Jorg interrumpiendo la narración de Brigitte.
Ésta sonrió complacida por ver el interés que la narración de la historia estaba despertando en Jorg.
- Ten paciencia –fue su respuesta mientras esbozaba una sonrisa y proseguir la narración.

“Los dos hombres se miraron. Osrich parecía estar satisfecho con la decisión tomada. Mientras, Ringhold, el joven y orgulloso jefe, parecía apenado por el destino que debería correr aquella muchacha de rostro angelical. En un arrebato de furia se adelantó y clamó con voz potente.
- No lo permitiré.
Todos los miraron confundidos. ¿Como atrevía a oponerse a la sentencia del druida? E incluso Osrich lo contempló como si no lo reconociera.
- No puedes oponerte al deseo del druida –le dijo.
- No consentiré que la muchacha sea sacrificada vilmente a la bestia.
- ¿Y qué sugieres? –preguntó el druida dando un paso adelante hasta quedar frente al joven guerrero.
- Yo ocuparé su lugar –le respondió con decisión.
De nuevo el clamor de la gente se escuchó por encima de las palabras del propio druida.
- ¿Pretendes sacrificarte por ella?
- Así es.
- No puedes –terció Osrich.- Pero puedes hacer una cosa.
La muchacha prestaba toda su atención en esos momentos deseando saber cual iba a ser su más inmediato futuro. Miraba al joven guerrero con un sentimiento de cariño y ternura en su pecho. Pero al mismo tiempo de temor por quererse sacrificar por ella.
- Creo que podremos hacer algo mejor –comenzó explicando Osrich.- ¿Por qué no luchas con el dragón? –le preguntó con toda intención sabiendo que no lo haría. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando escuchó la respuesta de Ringhold.
- Acepto.
- Pero, para que la lucha sea más interesante, ataremos a la joven a un poste. De ese modo, si tú mueres el dragón la devorará. ¿Qué te parece?-le sugirió Osrich.
El júbilo se extendió por todos los seguidores de éste, quien sonreía de manera maquiavélica. Después se volvió hacia el druida esperando su consentimiento, el cual no tardó mucho en llegar. Asintió una sola vez al tiempo que cerraba los ojos.
De este modo, la suerte de la joven muchacha quedó ligada a la destreza del joven guerrero. No había despuntado el alba del nuevo día cuando el valle mostraba signos de actividad humana. Una procesión avanzaba a través del bosque serpenteando por su camino. Al frente de ésta caminaba el druida y detrás la víctima junto a su paladín. La joven llevaba una corona de flores sobre su cabeza. El joven guerrero caminaba a su lado y de vez en cuando lanzaba furtivas miradas hacia ésta para contemplar, no sólo su estado de ánimo, sino su belleza. Estaba dispuesto a matar al dragón para liberarla. Y una vez que lo hubiera hecho le pediría que se marchara con él lejos de aquellos bosques de Germania.
Llegaron al lugar del sacrificio el cual había sido deshonrado por la sangre humana en numerosas ocasiones. El fanático druida, ayudado por sus acólitos, procedió a atar a la muchacha al poste. Ningún síntoma de debilidad fue patente a los ojos de los allí reunidos. Ni un solo gemido, o protesta. Era como si aceptara su destino, o como si confiara demasiado en la destreza de su paladín. Ni una sola lágrima asomó a sus relucientes ojos. Una vez que todo estuvo en orden, el druida ordenó a todos que se apartaran. Luego se acercó hasta el joven Ringhold, a quien ya le habían entregado una espada y un escudo.
- Si vences al dragón ella quedará libre. De lo contrario...
No terminó de decir lo que debía, sino que entornó al mirada y se apartó.
Los primeros rayos del sol surgieron detrás de las montañas para iluminar la corona de flores, así como el rostro de la joven doncella. No se movió en ningún momento. Pero no apartaba su mirada del joven guerrero, quien ahora hacía lo propio. Sus miradas se cruzaron y en ellas pudo leerse el cariño que ambos se profesaban. De repente un tenebroso sonido procedente de las profundidades de la montaña alertó a Ringhold. Éste se giró aferrado a su espada y colocándose delante de la joven aguardó su destino. El dragón asomó al momento mirando con curiosidad a ambas víctimas. Levantó la cabeza para cerciorarse de que eran en realidad dos y al momento comenzó a avanzar directo hacia Ringhold. Éste miraba al dragón a los ojos aguardando su movimiento. En un primer momento esquivó su cola cuando ésta se movió en círculo dispuesta a asestarle un golpe mortal. Ringhold saltó a tiempo y cuando volvió a asentar sus pies sobre el suelo descargó su espada sobre ésta produciendo un corte que arrancó un gemido al dragón. Ringhold se rehizo de inmediato presto a proseguir la lucha. Ahora el dragón abría las fauces dispuesto a abalanzarse sobre el joven guerrero. Éste arrojó el escudo al rostro de la bestia y rápidamente se encaramó sobre su cuello. Montado sobre éste comenzó a descargar su espada con violentos golpes que enfurecieron al animal.
Los espectadores, entre los que se hallaba Osrich, no podían dar crédito a lo que estaban viendo. El dragón se debatía entre la vida y la muerte con cada golpe de espada de Ringhold. Éste por su parte recibía las sacudidas de la bestia, pero sin causarle demasiado daño. En uno de sus últimos golpes, Ringhold consiguió dejar ciego al dragón. Los gritos de sorpresa de los asistentes resonaron en el valle, al tiempo que el dragón caía sobre el suelo herido de muerte, mientras Ringhold, bañado en la propia sangre de la bestia acudía a liberar a la doncella. Las cuerdas que antes la habían sujetado al poste ahora cayeron libres. Los robustos brazos de Ringhold la arroparon mientras el joven guerrero miraba desafiantes a todos los presentes, incluidos el druida y Osrich. Luego se volvió hacia la doncella y con sus manos acarició tiernamente sus mejillas, hasta que sus dedos se posaron en sus labios mientras ambos no se dejaban de mirar. En un gesto de complicidad la joven doncella se abrazó fuertemente al joven guerrero apoyando su rostro sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón. Mientras, el joven Ringhold acariciaba con devoción sus cabellos, y depositaba un beso sobre éstos.
El druida se acercó hasta la pareja.
- ¿Quién ha salvado a la doncella de una muerte segura? ¿Quién ha derrotado al dragón?-preguntó levantando la voz para que todos pudieran escucharlo.- Ringhold –respondió señalándolo con admiración.- No sólo has salvado a la doncella sino a tu propio pueblo. Ya no habrá más sacrificios. Desde hoy serás el nuevo jefe de la tribu.
Aquellas palabras no gustaron a Osric quien se adelantó dispuesto a rebatirlas cuando Ringhold pidió la palabra.
- No quiero tener nada que ver con vosotros. Desde este momento abandono la tribu.
Un clamor de expectación se elevó por encima de las montañas.
- ¿Por qué? –preguntó el druida.
Pero el joven guerrero no respondió. Se limitó a abrazar a la joven doncella y a abrirse paso en medio  de la gente. Lo vieron desaparecer en la inmensidad del bosque, y nada más se volvió a saber de él. Tiempo después algunos viajeros dijeron que lo vieron junto al pueblo de la joven doncella con la que se había casado.  El druida mandó construir una fortaleza en el lugar en el que el dragón había morado durante tanto tiempo en honor a Ringhold. Dicha fortaleza se convirtió en un próspero castillo con el paso de los siglos. Por su parte, Ringhold y la doncella dieron lugar a una raza de poderosos guerreros y sabias mujeres que se extendieron por todo el valle del Rin”.

Con estas palabras Brigitte dio por concluida su historia. Apuró su taza de café y sonrió complacida a Jorg.
- ¿Nunca se supo porqué se marchó Ringhold? –le preguntó mirándola con impaciencia.
- No. Nunca. La leyenda que te he relatado no lo dice. Y pese a que he tratado de hallarla en antiguos manuscritos y libros jamás lo he conseguido. Si quieres saber mi opinión, creo que se debía a una cuestión de desengaño. Durante mucho tiempo su tribu había sacrificado numerosas víctimas al dragón sin que hubieran intentado nada por acabar con ese macabro ritual.
- Y cuando él lo hizo...
- Se dio perfecta cuenta de ello. De que podían haber hecho algo más.
- Pero, ¿por qué lo hizo con la joven doncella y no con los demás? –preguntó Jorg bastante confundido.
Brigitte sonrió divertida, lo cual dejó más aturdido a Jorg.
- ¿Por qué crees tú que lo hizo? –le respondió con otra pregunta que Jorg no supo responder.- Porque vio algo en aquella joven que nunca antes había visto. O sintió por ella algo diferente a otras víctimas.
- Amor –susurró Jorg sin pestañear mientras su mirada permanecía perdida en un punto fijo. Cuando reaccionó cerró su cuaderno de notas y se dispuso a marcharse.- ¿No vienes a la taberna?
- Cuando acabe aquí unas cosas. Por cierto, me gustaría tener una ejemplar de los relatos en la biblioteca, sin consigues que se publique.
- Descuida que lo tendrás –le aseguró Jorg mientras se disponía a abandonar el edificio y encaminar sus pasos hacia la taberna en busca de más historias que recopilar.

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