19 dic 2011

Richard y Guta

(Narrado por Flora)
Transcurrieron algunas semanas hasta que Jorg consiguió que Flora, la esposa de Heinrich, le hiciera partícipe de uno de sus relatos. Durante este tiempo siguió escuchando las más diversas y entretenidas historias relacionadas con el valle del Rin. Y durante este tiempo también, su relación con Ingrid se fue volviendo más intensa. Aprovechaban los descansos de la muchacha, o las tardes libres para pasear por los alrededores del pueblo; para disfrutar juntos con la nieve como dos chiquillos; o para sentarse plácidamente junto al fuego del salón y repasar las historias. Ingrid se había convertido en la ayudante de Jorg, y éste ya contaba con ella después de acudir a escuchar el cuento, para que juntos lo repasaran y comentaran.
El relato de Flora acaeció una mañana en la que el joven se encontraba sentado en el comedor aguardando su desayuno. Estaba repasando las notas del cuento narrado por el párroco del pueblo cuando Flora hizo su aparición.
- Buenos días, Jorg.
- Buenos días.
- Veo que ya estás enfrascado en tus relatos. Por cierto, ¿qué tal con Matthias? –le preguntó mientras disponía sobre la mesa una taza sobre el plato, cubiertos, y una servilleta.
- Ah, bien. No puedo quejarme. Es un hombre muy amable, y muy atento.
- ¿Y en cuanto al trabajo?
- Sin problema.
- Me alegro –comentó la dueña de la posada mientras se dirigía en busca del café y la leche.
Jorg volvió a centrar su mirada en su cuaderno mientras Flora regresaba con dos jarras de cerámica en color blanco y ribeteado con una cenefa azul. En el momento en el que depositaba sendas sobre la mesa, se escuchó la voz de su marido.
- Buenos días –dijo desde el umbral de la puerta de acceso al comedor. Caminó con paso decidido hasta donde se encontraban su esposa y Jorg.- Veo que sigues con tus notas –comentó señalando con un dedo hacia el cuaderno.
- Sí, estoy retocando alguna de las historias de estos últimos días –asintió Jorg mientras removía su café con la cucharilla sin apartar su mirada del cuaderno.
- Por cierto, ya que estás aquí –dijo volviéndose hacia su esposa.- ¿Por qué no le cuentas una de esas historias que sabes? –le preguntó mirándola con el ceño fruncido.
- ¿A qué historias te refieres?.- Flora parecía algo confusa y aturdida por el comentario de su marido y ahora lo miraba sin dar crédito a su comentario.
- Sí mujer. Una de esas de amor sobre damas desamparadas y aguerridos caballeros –le explicó con cierto toque de humor mientras asentía.
- Oh, vamos. Esas no son historias como para ser contadas en público –se excusó la mujer sonrojada mientras sacudía su cabeza.
- Claro que lo son –insistió su marido.- Además, he escuchado a nuestro joven escritor quejarse de que algunas historias terminaban de una manera trágica. Seguro que una de esas que tú conoces tiene un final feliz. Anda vamos mujer.
- Pero, he de atender...
- No se hable más. Yo me encargaré de la gente. E Ingrid –dijo señalando a la joven muchacha que ahora mismo aparecía en el comedor.
- ¿Qué sucede conmigo? –preguntó ésta mientras se acercaba a la mesa donde se habían reunido los tres, y los miraba.
- Que me ayudarás a servir a los clientes según vayan llegando, mientras tu madre le cuenta una historia a Jorg –le explicó su padre asintiendo muy seguro de lo que decía.
- ¿Es cierto? ¿Vas a contarle una historia a Jorg? –preguntó la muchacha mirando a su madre de hito en hito.
- No estoy muy segura...
- Oh, vamos Flora, no te hagas de rogar –insistió su marido.
- Adelante estaré encantado de escucharla y de incluirla en la recopilación –señaló Jorg con el bolígrafo en la mano presto a tomar notas.
Durante unos segundos se hizo el silencio en el cual los tres dirigieron sus miradas hacia Flora aguardando impacientes el comienzo de su relato.
- Bueno... si eso es lo que queréis...
Se sentó junto a Jorg y tras servirse una taza de café ella misma comenzó su narración:
- Voy a contaros la historia de Richard y Guta –dijo de manera solemne mientras sus ojos recorrían los tres rostros que ahora estaban fijos en ella.
“A mediados del siglo... existía un hermoso castillo cerca de Kaub, el cual estaba habitado por el conde Philip de Falkenstein. Allí vivía felizmente junto a su hermana Guta. Una joven tan hermosa como buena.
Fueron numerosos los caballeros quienes intentaron conseguir su amor, pero ninguno de ellos lo logró jamás. La doncella del castillo no parecía tener demasiado interés en cambiar la hospitalidad de su propio hermano por la de otro.
Flora hizo una pausa para beber un poco de café mientras levantaba la mirada hacia sus tres improvisados oyentes.
- Continúa mujer –comentó Heinrich expectante.
“Decidido a que su hermana contrajera matrimonio, el conde Philip decidió organizar un torneo.
- Ya que no encuentras un marido con el que casarte. Aquel que gane el torneo será tu esposo –le informó el conde a su hermana.
Ésta aceptó de buen grado ya que su esposo sería elegido por Dios. Aquel que venciera sería digno de ocupar su corazón.       
“En poco días tuvo lugar el  grandioso e importante torneo cerca de Colonia, al cual acudieron todos los caballeros de todas las regiones del país; e incluso algunos procedentes de otros países tales como Francia e Inglaterra. Una gran multitud de espectadores se reunió para contemplar a los más valientes caballeros de toda Europa. De entre todos los nobles presentes en el torneo había uno en particular que llamaba poderosamente la atención.
Flora abrió sus ojos hasta su máxima expresión como si ella misma lo estuviera viendo. Y el tono de su voz se elevó de manera emocionada captando la atención no sólo de su esposo e hija, y de Jorg, sino de algunos curiosos que se habían acercado a escucharla. Pero no se sintió incómoda en ningún momento; ni avergonzada por el hecho de que su audiencia fuera creciendo. Al contrario, parecía como si este hecho la estuviera motivando. Jorg, por su parte, no paraba de tomar notas en su cuaderno olvidándose por completo de su desayuno, el cual se había enfriado. Tan sólo había una persona que captara su atención, además de escuchar a Flora: Ingrid. La muchacha se había sentado frente a él mientras no tenía a nadie a quien servir, y ello facilitaba a Jorg lanzarle fugaces pero reveladoras miradas. Ingrid no era ajena a éstas y en más de una ocasión correspondió a tales miradas. Pero lo que más le sorprendió no fue que él la mirara de aquella furtiva manera, sino que en su imaginación ella era la hermana del conde, y Jorg, el misterioso caballero que ganaría su mano.
Este misterioso caballero había llegado de Inglaterra luciendo una armadura sin igual. Nadie podía ver su rostro pues estaba oculto bajo su yelmo. Se hacía llamar el Caballero del León, debido al dibujo de su escudo: un león dorado. Pronto la manera de pelear llamó también la atención de los presentes causando una gran sensación entre éstos. Rápidamente hizo que su adversario cayera del caballo entre los gritos y aclamaciones de la gente.
Dicha destreza no pasó desapercibida al propio conde Philip y a su hermana, quienes se encontraban entre los asistentes al torneo.  Guta no había podido apartar sus ojos de aquel misterioso caballero, y de su forma de luchar. Y en cada lance su interés por él aumentaba, lamentando al mismo tiempo el hecho de no poder ver su rostro. Pero pronto la oportunidad de hacerlo pronto se la iba a  presentar puesto que el Caballero del León  fue declarado justo vencedor del torneo. Guta fue la elegida para entregar el trofeo al vencedor: una corona dorada de laurel. En ese mismo instante una extraña sensación, que jamás antes había experimentado, se apoderó de toda ella al contemplar por fin el rostro del caballero inglés.
- ¿Qué fue lo que le sucedió? –preguntó la excitada voz de Ingrid mientras enmarcaba su rostro entre sus manos, y apoyaba los codos sobre la mesa.
Jorg desvió su mirada para contemplarla y se preguntó si la extraña sensación que había experimentado Guta sería la misma que lo invadía a él al contemplar a Ingrid.
Flora sonrió complacida y asombrada por el interés que su historia estaba despertando en sus oyentes. Y en especial en su propia hija.
- Ten un poco de paciencia y lo descubrirás.
Quizás el caballero pudo haber leído en las facciones del rostro de Guta, lo que en vano trataba de ocultarle; tal vez un leve destello de la pasión, que había prendido en el interior de su pecho de manera repentina, y que  había volado hasta posarse en el suyo propio en el mismo momento en el que se arrodilló ante ella. O en el momento en el que sus manos se posaron sobre su cabeza para coronarlo como vencedor del torneo. ¿Quién podría explicar lo que sucedió?
Por un breve momento las miradas de Jorg e Ingrid volvieron a encontrarse al tiempo que su madre terminaba de explicar lo que había sucedido entre Guta, y el misterioso Caballero del León. ¿Acaso no les sucedía a ellos lo mismo?
“Poco después, cuando ambos conversaban apartados del resto de la gente, el caballero se sintió como hechizado por la gracia y la belleza de Guta. Y esa misma noche durante el banquete, cuando la música se dejó escuchar en el salón, ambos se convirtieron en compañeros inseparables. Y las palabras flotaron de sus labios expresándole el amor que su mirada no podía ocultar.
- Asuntos urgentes me obligan a regresar a mi país, pero te prometo que volveré por ti en tres meses –le dijo tomando sus manos en las suyas, mientras la mirada de Guta relampagueaba de emoción, sin poder ocultar las sensaciones de su corazón.- A mi vuelta solicitaré a tu hermano que me conceda tu mano en matrimonio y hará publico mi nombre. Pero por ahora las circunstancias me obligan a no revelarlo –le dijo mirándola fijamente a los ojos.
Mientras, los de ella se empañaban por la tristeza de tener que verlo partir al día siguiente. El amor está lleno de sacrificios. Y Guta aceptó la petición de su amado deseando que los tres meses pasaran lo más rápidamente posible para poderse reunir de nuevo.
Pero no fueron tres, sino cinco meses los que pasaron. En ese terrible período de tiempo Alemania se convirtió en un campo de batalla asolado por las continuas disputas por la futura elección del nuevo emperador. Conrado IV el último de la casa de Hohenstaunsen había fallecido en Italia. Mientras tanto en el norte de Europa Guillermo de Holanda luchaba por el trono; Alfonso de Castilla fue elegido rey en una parte del reino, mientras Richard de Cornwall, hijo de John, rey de Inglaterra, fue elegido en otra; Pero habiendo recibido más votos, Richard fue coronado rey en Aix-la-Chapelle, y desde ese momento comenzó un viaje por las provincias del Rin para agradecer a todos aquellos que lo habían apoyado.

Flora hizo una breve pausa en la que volvió a beber de su taza de café. Durante la narración de su historia tanto Heinrich como Ingrid se habían encargado de servir a los comensales, pero sin dejar de escuchar la narración.  
           
“La primavera comenzaba hacer notar con unos rayos de sol más luminosos y ardientes sobre las montañas y los valles del Rin. Pero en el castillo de Falkenstein ninguno rayo de sol penetró en la tristeza de Guta. Pálida e infeliz tejía sueños que no parecía que fueran a cumplirse. En ocasiones veía a su enamorado sobre el suelo. Muerto en alguna batalla sin poder regresar junto a ella. Susurrando su nombre. En otras ocasiones lo imaginaba en brazos de otra doncella. Feliz, cantando y riendo en su castillo ajeno a la infelicidad de ella. Guta se volvió más y más consciente de que le había entregado su amor, y que él, de una manera cruel y despiadada, se había burlado de éste. Todos los esfuerzos del conde Philip por hacer los días de su hermana más llevaderos y por distraerla, eran estériles. De repente, un día, un sonido de trompetas se escuchó en el camino hacia el castillo. Y una comitiva de caballeros se detuvo a las mismas puertas de éste. Guta estaba asomada a una ventana de su habitación contemplando la escena. Las lágrimas que había estado derramando en silencio habían dejado sus trazos sobre sus pálidas mejillas.
Por su parte, el conde Philip recibió a los soldados como correspondía a su rango. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando reconoció al hombre que los mandaba, y que no era otro que el Caballero del León. El valiente inglés que había vencido en el torneo de Colonia. El hombre por el que su hermana Guta pasaba los días y las noches llorando. De repente, una siniestra mirada se apoderó del conde. Estaba furioso por el hecho de que hubiera desaparecido y no hubiera dado ninguna noticia al respecto de que estaba vivo.
- ¿Cómo os atrevéis a presentaros aquí después de tanto tiempo? –le inquirió con desdén mientras sus ojos refulgían de ira.- ¿Sabéis los días y las noches que mi hermana os ha aguardado?
El caballero inglés comprendió perfectamente el enojo del conde y asintió en silencio a cada una de sus acusaciones mientras en su corazón sentía la pena que Guta había sufrido por él.
- ¿Está ella en el castillo? –fue lo único que se atrevió a decir.
- Sí, pero...
- Soy Richard de Cornwall –le informó de repente dejando al conde pálido y sin poder para reaccionar.- Si no he venido antes ni he mandado recado a vuestra hermana ha sido porque he estado inmerso en diversas disputas en Inglaterra y como bien sabréis aquí, en Alemania. Pero no he venido como emperador de Alemania o como rey de Inglaterra a solicitar la mano de Guta; sino como el Caballero del León, justo vencedor del torneo de Colonia. Tal vez vengo tarde a cumplir con mi promesa, pero mi amor no ha cambiado. Os ruego que me anunciéis a vuestra hermana sin traicionar mi verdadero nombre.
El conde Philip acató sin más dilación la orden de su emperador y se retiró en busca de Guta. Sin embargo, no hizo falta tal acción pues de repente las puertas del salón se abrieron de par en par, y la hermosa figura de la joven doncella apareció ante ellos. Y lo que antes habían sido lágrimas de tristeza se tornaron en lágrimas de alegría y dicha.
Guta se arrojó a los brazos de su amado con un grito de felicidad, y los primeros momentos que ambos pasaron en silencio estuvieron cargados de emotividad, de pasión, de amor. Uno podría percibir todos esos sentimientos por sus miradas, por su manera de rozarse con sus manos. Durante unos momentos se quedaron a solas para decirse tantas cosas...
De repente, su hermano el conde regresó al salón.
- ¿Te ha dicho quien es? –le preguntó mirando al emperador.
- No. ¿Por qué? –preguntó su hermana con gesto de preocupación paseando su mirada por el rostro de su hermano, y luego por el de Richard.
Fue entonces cuando el propio emperador tomó la mano de Guta entre las suyas y mirándola fijamente a los ojos le dijo:
- No quiero que compartas conmigo el resto de mi vida –le dijo en un principio arrojando confusión al pecho de la joven doncella- sino también el trono.
Cuando Guta comprendió quien era en realidad su prometido, el Caballero del León sintió que las piernas le flaqueaban y que se desmayaba para ser recogida por los brazos del emperador.
Pocos días después el emperador celebró su boda con gran pompa y grandes celebraciones en el  castillo del Rin, al cual Philip llamó desde ese día Gutenfels en honor a su hermana.

Flora se quedó callada esperando la reacción de su improvisada audiencia. Paseó su mirada por cada uno de aquellos rostros que la miraban perpleja. Ninguno de ellos se atrevió a abrir la boca hasta que Jorg expresó su satisfacción por el relato.
- Fantástico.
Flora, miró al joven devolviéndole la sonrisa. Se sentía agradecida porque le hubiera gustado la historia.
- Ha sido un relato muy bonito, mamá. No recuerdo habértelo escuchado contar cuando yo era una niña.
- Ah, bueno... la verdad es que nunca antes te lo había contado. Y bueno... es uno de mis favoritos –comentó entre risas.
- Ya te dije que mi esposa es una gran aficionada a las historias de amor, muchacho –comentó Heinrich esbozando una sonrisa de orgullo por su mujer.
- Dime, ¿conoces algún otro relato? –insistió el joven
- Algún otro, pero –le dijo anticipándose a sus deseos y levantando una mano en alto- te lo contaré en otra ocasión. Ahora debemos ponernos a trabajar –concluyó mientras se levantaba de la silla al mismo tiempo que el resto de huéspedes.
Heinrich miró a Jorg y guiñándole un ojo se marchó con su esposa mientras Ingrid permanecía sentada a la mesa en una clara aptitud de ensueño. Su mirada emitía destellos que atraparon al muchacho. Se quedó clavado mirándola mientras en su imaginación se representaba de nuevo la historia relatada por Flora; pero con diferentes personajes. Él era el caballero del León, e Ingrid la hermosa muchacha que aguardaba pacientemente su regreso. Por algún extraño motivo ambos pensaron en lo mismo, y fue como si al mirarse ambos estuvieran transmitiéndose el mismo pensamiento. Fue en ese preciso instante que Ingrid sintió arder su rostro bajo la atenta mirada de Jorg, y en un acto reflejo se levantó a toda prisa derramando el poco de leche que contenía la jarra sobre la mesa. De manera presta se dispuso a limpiarlo. Y fue en ese momento cuando en un acto reflejo su mano tropezó con la de Jorg. Una fracción de segundo fue suficiente para que la llama del cariño, y porqué no decirlo, del amor prendiera de manera irreversible en su pecho. Fue como en el relato de su madre. Cuando la joven Guta se dispuso a coronar al caballero del león. Cuando su mano entró en contacto con los cabellos del joven y sus miradas se encontraron como las de ellos dos ahora mismo. Ingrid sonrió tímidamente ante tal gesto. Sintió el calor de la mano de Jorg sobre la suya. Y él la suavidad de aquella piel tan blanca.
Cuando retiró su mano, Ingrid sintió como una ligera corriente de frío se apoderaba de su mano. El calor que le había rodeado había desaparecido en el mismo instante en el que Jorg se apartó de ella. Se dio prisa en recoger la poca leche que aún resbalaba por la mesa, y al momento se giró para salir del comedor bajo la atenta mirada de Jorg. En todo momento supo que la seguía con ésta. Podía sentir sus ojos fijos en ella. Y una sensación de bienestar la sobrecogió.
- ¿Qué pasa hija? –le preguntó su madre al verla caminar deprisa con las mejillas aún encendidas.
- Derramé la leche sobre la mesa –se explicó mientras se dirigía a la cocina.
Flora sonrió intencionadamente pero no hizo ningún comentario pues no quería poner en un aprieto a su hija, y menos a Jorg, quien en ese momento abandonaba el comedor.
- ¿Ya te marchas?
- Sí. Prometí a Matthias que estaría temprano para ordenar unas cajas llenas de documentos.
- ¿En verdad te gustó la historia?
- Mucho –asintió Jorg mientras palmeaba  su cuaderno de notas.- Le haré un hueco en mi recopilación –comentó mientras se despedía de manera nerviosa.
- Espera. ¿Crees que Guta hizo bien en esperar al caballero?
- Si era un amor fiel... –respondió encogiéndose de hombros.
- ¿Y tú? ¿Lucharías en un torneo para conseguir la mano de una joven doncella? –le preguntó mientras entrecerraba sus ojos y escrutaba su rostro.
- Apuesto a que lo haría.
- Entonces adelante, y no pierdas el tiempo –le dijo mientras se volvía hacia la cocina dejando a Jorg sumiso en sus pensamientos.
¿Qué había querido decir con aquellas palabras? ¿A qué torneo se refería? ¿Acaso pensaba que él estaba interesado en Ingrid?

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