5 sept 2011

Terek


Una fría tarde del mes septiembre de 1812 un jinete cruza a toda velocidad las estepas rusas. En su rostro un gesto de preocupación por las noticias recibidas, por ello su caballo cabalga al galope sin a penas tocar el suelo con sus cascos. Lo único que se observa es la estela de polvo que va levantado con su frenético ritmo. El jinete es un joven de a penas treinta años envuelto en un capote para protegerse del frío. Su cabeza está protegida por un enorme gorro de piel negra. Sus botas negras al estilo de los húngaros y de los húsares franceses. El caballo no vacila en seguir los dictados de su jinete y correr como alma que lleva el diablo. Sus crines ondean al viento de la tarde cual látigos. Sus músculos son jóvenes y poderosos marcados con cada paso que da. 
El muchacho, por su parte, lleva el ceño fruncido y la vista al frente. Las noticias de Moscú no han sido nada halagüeñas y ha hecho que nuestro joven jinete tenga que abandonar a su prometida en su casa de Saratov. Las órdenes eran concluyentes. El enemigo avanza hacia Moscú tras haber derrotado a los ejércitos de su majestad el zar en Borodino. Si Moscú cae toda Rusia lo hará en manos de ese fanático francés con ansias de poder, y de tener a toda Europa a sus pies. Por el camino hacia Moscú las gentes se apresuran  en recoger todos sus enseres y apilarlos en los carros con el fin de abandonar aquellas regiones lo antes posible. La noticia de la invasión de los franceses ha corrido como la pólvora por toda Rusia, y nadie quiere quedarse para contemplarlo. Pero nuestro joven jinete no pierde la esperanza de abatir al engreído ejército galo. La Grande Armée es el nombre con el que han bautizado a los invasores. Tras dos días de camino durante los que ha intercambiado los caballos en diferentes casas de postas logra por fin avistar Moscú. El revuelo en sus aledaños representa una marabunta de hombres, animales y carros deseosos por abandonar la ciudad. El jinete los contempla preocupado, y al mismo tiempo avergonzado por tal comportamiento. ¿Piensan abandonar Moscú a la merced de esas aves de rapiña francesas?. Antes de que el caballo haya detenido su paso el jinete desmonta de un salto y se precipita escaleras arriba hacia el gran palacio donde aguarda el general en jefe del ejército ruso, y máxima autoridad después del zar,  Kutuzov. Cuando los hombres apostados delante de la puerta del despacho del general le piden que se identifique nuestro joven jinete los mira contrariado y apartándolos de la puerta con sus poderosos brazos abre el mismo la puerta. La irrupción del joven interrumpe una reunión de los cargos más altos del ejército ruso. Camina con paso firme y decidido hasta el centro de la sala, y con sus brazos en jarras y con voz altiva anuncia su llegada:
- Se presenta Igor Terek. Coronel del regimiento de cosacos de Don.
Su mirada de águila escudriña los rostro de todos los allí presentes quien no abren la boca para protestar, ni siquiera el mismísimo Kutuzov.
- Vuestra llegada ha sido toda una lección de modales –intervino el capitán Rolev, un hombre entrado en años y con un historial militar inmaculado.
Terek avanzó erguido hacia el capitán hasta quedar justo enfrente suyo. Lo miró fijamente a los ojos y con voz autoritaria dijo:
- Prefiero comportarme como acabo de hacerlo a como lo están haciendo mis compatriotas en las calles de Moscú. ¿Qué significa que estén preparando sus carros para salir de la ciudad? ¿Desde cuando somos unos cobardes? –preguntó pasando la mirada por todos los allí reunidos hasta encontrar la del general en jefe Kutuzov.
- Vamos a abandonar Moscú –le dijo con voz potente y clara.
Aquellas palabras hicieron más daño a Terek que todas las heridas recibidas en las campañas del zar. Avanzó unos pasos y apoyando sus manos sobre la mesa miró fijamente a Kutuzov.
- ¿Abandonar Moscú? –le preguntó indignado.
- Esa es mi decisión.
- No os comprendo general Kutuzov.
- Pues dejadme que os lo explique coronel Terek. Si Moscú es abandonada a los franceses sin que encuentren resistencia pronto tendrán que dejarla para volver sobre sus pasos. ¿Qué hará Napoleón con una ciudad fantasma, decidme general?
- No lo sé. Ese plan es vuestro decídmelo vos coronel –respondió con ironía el cosaco mirando de reojo a los demás quienes parecían no comprender tampoco las palabras de Kutuzov.
- Tendrán que volver por donde han venido, y es ahí donde les estaremos aguardando. Cuando el ejército francés inicie su retirada tendrá que hacerlo a lo largo de un paisaje desolador. Sin alimentos ni agua suficiente con los que abastecer a todos sus hombres. El frío, la nieve y el hielo harán el resto.
- ¿Y nosotros? –preguntó Terek sobresaltado al comprobar que todavía no había hecho referencia a los ejércitos del zar Alejandro.
- Aguardaremos a los franceses en el paso del Beresina. Allí vuestros cosacos entrarán en acción.
Terek se cuadró ante el general con los brazos cruzados sobre el pecho y su mirada recelosa de que aquel plan tuviera éxito.
- Sigo pensando que mis hombres deberían actuar antes. Pero, si el zar está de acuerdo con vuestra genial idea. Aguardaré en Saratov la orden de atacar a los franceses; pero procurar que llegué pronto ya que en cuanto les diga  a mis hombres que Moscú quedará a merced de Napoleón...
Con esta advertencia se despidió Terek del general en jefe Kutuzov y el resto de oficiales de los ejércitos del zar Alejandro.
- Valiente muchacho –comentó el general a sus hombres- ojalá hubiera muchos como él.


El camino de regreso a Saratov no fue tan frenético como hacia Moscú. Ahora, Terek iba montado en un caballo grisáceo que recorría al trote las verstas que separaban ambas ciudades. Sus hombres no le creerían cuando les dijera lo que pensaba hacer el general en jefe Kutuzov. Los cosacos del Don aguardaban a su jefe impacientes por recibir noticias de Moscú, y del desarrollo de la guerra. Ninguno de ellos era ajeno a la situación por la que estaba pasando la patria. En Saratov todos lo hombres se habían armado por si los franceses osaban asomar la cabeza por allí, o bien por si su concurso en el devenir de la guerra fuese necesario. Los campesinos rusos eran temidos por su ferocidad en el combate. Armados con sus aperos de labranza y armas capturadas al enemigo se preparaban para la inmediata batalla. Cuando Terek llegó a Saratov todos los hombres se apresuraron a recibirlo ansiosos por escuchar las noticias.
Entre ellos destacaba Liev, lugarteniente de Terek. Un hombre fornido de grandes bigotes vestido con un abrigo de Astracán. Era muy aficionado al vodka y a fumar en pipa. En cuanto a su comportamiento en combate era de los que no se rezagaban bajo ningún concepto, y siempre anima al resto de hombres a seguirlo. Salió a recibir a su camarada con los brazos abiertos. No hemos dicho que Liev era el padre de Ilena, prometida del joven Terek.
- Dichosos los ojos que te contemplan joven general –le dijo a modo de saludo mientras abría sus brazos mostrando toda su envergadura.
Terek correspondió a su saludo, aunque más bien se parecía al abrazo de un oso siberiano.
- Dinos, ¿cuándo entraremos en combate? Los hombres se oxidan –le preguntó sosteniendo su pipa de madera en la mano derecha, mientras la izquierda la pasaba por encima del hombro del joven cosaco.
Terek miró seriamente a su lugarteniente. Éste se detuvo y miró contrariado a su jefe al tiempo que retiraba su mano de su hombro.
- Kutuzov me ha dicho que va a dejar Moscú a los franceses.
- ¡Cómo! ¿Sin luchar? –exclamó Liev abriendo lo ojos como platos.
- Pretende que Napoleón abandone la capital una vez que haya visto que no tiene resistencia.
- ¿Y después?
- Aguardaremos a que crucen el paso del Beresina para atacarlos.
Cuando Terek se hubo explicado los hombres comenzaron a protestar alzando sus voces. El jefe de los cosacos del Don pidió calma entre sus hombres, aunque sabía perfectamente como se sentían. Finalmente logró que cada uno se retirara a su casa hasta que llegara la orden de atacar.


En casa de Liev su mujer y su hija habían preparado la comida para Terek, quien vendría cansado de su viaje. Pero lo que realmente interesaba al jefe de los cosacos era poder ver a su prometida Ilena. Ésta era un linda muchacha de cabellos negros y ojos verdes. Su tez era blanca como la nieve que caía en invierno. Sin embargo, la expresión dulce de su rostro se había transformado en un gesto de preocupación por las noticias que había escuchado. Pero tanto Terek como su padre intentaron suavizar la situación.
- Probablemente ni siquiera tengamos que entrar en combate –comenzó diciendo su padre.- Seguramente los franceses ni pisen Moscú. En cuanto vean que no tienen nada que hacer, volverán sobre sus pasos hacia su país.
Tanto Ilena como su madre miraban a Ilev que no se creía ni sus propias palabras. Luego miró a  Terek para que corroborara sus palabras. El joven jefe de los cosacos asintió y mirando a su prometida con ojos enamorados.
- Tu padre tiene razón. Es posible que los franceses no entren en Moscú.
- Pero, si tuvieras que pelear...
- No tienes que preocuparte hija. Yo estaré junto a él en todo momento. Y ahora comamos y dejemos la guerra para los que están es Moscú.
De este modo la comida transcurrió en calma. El tema de la invasión de Napoleón no volvió a mencionarse. Por el contrario, se habló de la futura boda entre Terek e Ilena que tendría lugar justo cuando la situación se hubiera calmado.
- Creo que ya ha llegado el momento de que estos dos jóvenes se unan para toda la vida –comenzó diciendo Ilev.- Además, me agrada mucho nuestro joven general –continuó diciendo entre risas.
- Yo también lo creo –corroboró Sarapova su mujer.- Además, Ilena lleva tiempo preparando el ajuar para ese día.
La joven muchacha se sonrojó por el comentario de su madre e intentó disimular lo que era evidente. Sarapova hizo una señal a su esposo para que abandonaran la sala dejando a los dos muchachos a solas. Pero dejemos a los dos enamorados a solas para que se confiesen su amor mientras los acontecimientos avanzan en Moscú.


El dia 14 de septiembre el ejército francés entraba en la ciudad de Moscú. La sorpresa de la situación no pasó desapercibida para Napoleón, pues esperaba una rendición que no se produjo. Pocas horas después de su llegada a la capital de Rusia comenzaron a arder varias casas. El gobernador de Moscú se había llevado consigo todas las bombas contra incendios, y el ejército francés carecía de ellas. Comenzó así una lucha desesperada por parte de los soldados para apagar los incendios hasta que por fin los dejaron arder. Pronto Moscú fue una ciudad fantasma habitada sólo por el ejército de Napoleón. Además, como había previsto el general Kutuzov, apenas si contaban con alimentos y agua. Se habían cortado todos los suministros de la misma, y no quedaba ni tan siquiera un pedazo de pan que llevarse a la boca. De este modo pasaron los días, y las semanas hasta que Napoleón decidió retirarse de Rusia y regresar a Francia. Ahora tenían por delante casi 1000 kilómetros. El invierno comenzaba a llegar a Rusia y con ello el empeoramiento del clima. El frío comenzó a ser más intenso, las heladas y la nieve comenzaron dejar su huella en unos hombres que no estaban preparados para aquello. Pero la desesperación fue en aumento a medida que la columna de hombres avanzaba por lugares desérticos y desoladores. A una orden del general en jefe Kutuzov los campesinos habían quemado sus cosechas y se habían llevado consigo cualquier animal que pudiera servir a los franceses de alimento en su retirada. Fue entonces cuando Napoleón se dio cuenta de que la marcha se había convertido en un auténtico infierno como Kutuzov había previsto.


Una apacible mañana de mediados de octubre un jinete se aproximaba a la ciudad de Saratov con un mensaje urgente para el coronel de los cosacos del Don. Su misión era sencilla. Acudir con su regimiento a las inmediaciones del paso de Beresina para presentar batalla a los ejércitos de Napoleón. Al recibir la noticia Terek preparó de inmediato a sus hombres. El tan ansiado momento había llegado por fin. Durante días enteros Terek se había asomado al camino para ver si algún jinete procedente de Moscú requería su presencia. Durante todo ese tiempo Ilena comprendió la angustia de su enamorado, y que como buen cosaco, no podía pasar mucho tiempo sin pelear. De este modo, llegó el día de la despedida. Ambos jóvenes se encontraban a la puerta de la casa de Ilev, quien ya se había despedido de su mujer y había preparado todo lo necesario.
- Vamos muchacho. Los franceses nos aguardan en el Beresina. Y tú hija mía, no te aflijas tanto. Ya verás como Terek regresa de una pieza.
Ante la insistencia de Ilev el joven coronel se despidió de su enamorada prometiéndole regresar sano y salvo. Ilena lo vio marcharse junto a su padre, mientras sus ojos se humedecían y apoyaba su cabeza sobre el hombro de su madre.
De este modo Terek, coronel de los cosacos del Don, se despidió de Ilena y se puso en marcha al frente de su regimiento de más de mil hombres dispuestos a luchar por su amada Rusia.


Kutuzov quería forzar la marcha del ejército francés para que abandonara Rusia lo antes posible. De este modo encajonó a la Grande Armée entre ejércitos. Él mismo impediría que se encaminaran hacia el sur, mientras Miloradovich le cortaba el paso hacia el norte. Los cosacos del Don se encargarían de los rezagados. El precio que iba a pagar Napoleón por su osadía iba a costarle la vida de muchos miles de hombres. Durante varias semanas los franceses se esforzaban por salir de aquel infierno en el que se había convertido Rusia. No sólo el clima de por sí terrible, sino lo propios campesino armados en milicias se encargaban, por medio de emboscadas muy bien preparadas y coordinadas, de ir diezmando a la tropa francesa. Las temperaturas comenzaron a descender bajo cero. Este hecho significó la muerte de muchos hombres que no estaban acostumbrados al frío. El invierno ruso había hecho acto de presencia como si de un soldado más del zar se tratase. Todo estaba en contra de los franceses que debían seguir avanzando para no caer en manos de los rusos. El ejército comenzaba a descomponerse a mediada que avanzaba. Las unidades se dispersaban, el hambre, el frío, y las continuas emboscadas de campesinos rusos mataban a miles de hombre a diario. Los que lograban sobrevivir saqueaban los cadáveres de los caídos. Se apoderaban de sus ropas en un intento por soportar el gélido clima. Algunos hombres caminaban casi descalzos sobre la nieve y el hielo. Las suelas de sus botas se habían desgastado por el continuó e interminable avance. Las manos comenzaban a congelarse por el frío y la falta de actividad.


Los cosacos del Don dirigidos por el joven y valiente Terek, iban pegados a la retaguardia francesa causandio un incesante goteo de heridos y muertos a pesar de los esfuerzos de la propia caballería francesa por detenerlos.
- ¡Los cosacos! ¡Los cosacos! –gritó un soldado de infantería al ver avanzar al regimiento de Terek directos hacia ellos.
Era digno de verlo cabalgar sobre sus ligeras monturas sable en mano vociferando para sembrar el terror entre las filas enemigas. La carga de los cosacos fue terrible para la Grande Armeé . Fueron muchos los efectivos que cayeron bajo las afiladas hojas de los sables como el trigo bajo la hoz. Terek había dado orden de no respetar a ninguno de los heridos. De este modo las bajas fueron numerosas. Una y otra vez cargaban ahora sobre la maltrecha formación de fusileros que los aguardaban impacientes. Las detonaciones de sus fusiles hicieron que varios jinetes cayeran al suelo muertos o heridos, pero la gran mayoría supieron esquivar las balas gracias a sus piruetas sobre sus monturas. Cuando todo hubo acabado Terek reunió a sus hombres para conducirlos hacia el paso de Beresina donde ya aguardaban los ejércitos de Kutuzov. Al ver llegar a la columna de cosacos el viejo zorro de Kutuzov mostró una amplia sonrisa, y no pudo contener su lengua al ver a Terek.
- ¿Qué te parece ahora mi idea de abandonar Moscú joven coronel? –le preguntó no sin cierta ironía el general en jefe de los ejércitos del zar.
- He de rendirme ante vuestra sagacidad, y vuestra visión de la guerra. No en vano sois el general en jefe, y yo un simple coronel de cosacos –se disculpó Terek.
- Simple no mi bravo amigo, pues he visto vuestra carga y me he quedado gratamente impresionado. Ni siquiera yo en mis mejores tiempos habría cargado contra la columna de franceses con tal arrojo y decisión como lo has hecho tú.
Aquellas alabanzas engrandecieron al joven coronel de cosacos a ojos de su futuro suegro quien esbozó una amplia sonrisa por tal halago.
- Bien será mejor que dejemos los cumplidos para después. Ahora debemos concentrarnos en causar el mayor daño posible a Napoleón. Es verdad que ha perdido muchos hombres, pero aún le quedan suficientes para presentarnos batalla.
Kutuzov había apostado varias piezas de artillería en una colina desde la que se divisaba el Beresina. Éste río solamente tenía dos puentes para cruzarlo. Insuficientes para hacer pasar al ejército francés. De manera que Napoleón mandó a sus pontoneros a construir otros dos.  Sin embargo, éstos pronto se hundieron por el peso de los hombres, y por que en el momento de cruzarlo la artillería rusa comenzó su hostigamiento. Los soldados franceses comenzaron a apresurarse en cruzar lo que dificultó en gran medida su acción. En medio del caos surgieron los cosacos para hostigar aún más si cabe a los maltrechos franceses, muchos de los cuales ni siquiera tenían fuerzas para empuñar el fusil. Terek cabalgaba al frente de su regimiento blandiendo el sable cuya hoja brillaba.
No hace falta decir que el ejército francés resultó el claro perdedor fruto de la desmesurada ambición de un solo hombre. Por su parte los ejércitos rusos se reunieron una vez que la batalla hubo concluido. El severo castigo infringido a la Grande Armeé no se olvidaría fácilmente. Terek marchó al frente de su regimiento de cosacos al encuentro del comandante en jefe Kutuzov, quien estaba exultante por la victoria alcanzada.
- Mi enhorabuena a los regimientos de cosacos –dijo nada más ver a Terek.- Sin duda alguna el valor de tus hombres ha causado grandes estragos en la filas enemigas. Me gustaría reconocerte tu valor en el campo de batalla, y....
- Eso puede esperar.
- ¡Cómo! –exclamó sorprendido Kutuzov.
- Lo siento comandante en jefe pero he regresar rápido a mi ciudad –dijo saludando respetuosamente a Kutuzov. 
- No entiendo nada –protestó el comandante.
- Señor, el joven Terek tiene prisa por llegar a Saratov para casarse con mi hija Ilena.
- Ah, bueno. ¿Y por qué demonios no ha empezado por ahí? –preguntó el viejo zorro de Kutuzov esbozando una amplia sonrisa.- Entonces felicítale de mi parte Ilev. Ahora debemos regresar a Moscú. La tarea que nos espera es ardua.


La tarea a la que se refería el comandante era ni más ni menos que reconstruir la capital Moscú, y conseguir que todo el país volviese a la normalidad. Los desplazados por la guerra pronto comenzaron a retornar a sus hogares con la esperanza de poder, algún día, lograr el esplendor de tiempos pasados. Los campos habían sido quemados para evitar el aprovisionamiento de los franceses. Esto dificultaría en gran medida la recuperación del país. Pero lo más importante era que Rusia se había salvado del invasor, y que por lo tanto seguirían siendo libres. Y mientras ello sucedía, a unas cuantas cientos de verstas tenía lugar un acontecimiento gratamente esperado y deseado. El enlace entre Terek, coronel de los cosacos del Don, y le bella Ilena. La fiesta que se organizó en honor de los jóvenes contrayentes fue la más sonada en toda la localidad dado el carácter bien conocido de los cosacos. Se cantó, se bailó, se bebió, y los más valientes se atrevieron con distintos juegos en los que demostraron su valor. Bien entrada la madrugada la fiesta continuaba en casa de Ilev, quien ese día se sentía el hombre más dichoso de toda Rusia por haber  casado a su hija, y por haberlo hecho con el cosaco más valiente de todos: Terek.
Pocos días después el joven jefe de los cosacos fue mandado llamar a Moscú. Pero en esta ocasión su requerimiento se debía a su comportamiento en el campo de batalla. El general en jefe Kutuzov lo había recomendado al zar Alejandro para que fuera distinguido por su valor. Aquellos días todos brindaron por el nuevo general en jefe de los cosacos de su majestad el zar de todas las Rusias. Ya no tendría que volver a Saratov, sino que el propio Kutuzov le había buscado una casa de las que en mejor estado habían quedado, para que se instalase allí. Por suerte, Terek no hubo de intervenir más en ninguna guerra y terminó sus días en su casa de campo de Yaroslav. Su recuerdo perduró en el tiempo, y aún hoy en día son muchos los que cuentan las hazañas del coronel de los cosacos del Don.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario