29 ago 2011

Un baile con el diablo


Hace unos días un amigo mío vino a visitarme a mi casa con un pergamino muy antiguo que había adquirido en una feria del libro. El documento se conservaba en muy buen estado para los años en los que ponía que estaba fechado: 1814. De inmediato me sentí atraído por él ya que en mis ratos de ocio me dedico a coleccionar todo tipo de material literario, ya sean libros, manuscritos... Es mi verdadera pasión sumergirme en el conocimiento que atesoran. La visita de mi amigo se debía principalmente a que la historia que contaba estaba en inglés, de modo que me pidió si podía traducírsela ya que había ciertos vocablos y expresiones a los que no lograba sacarle sentido.

- Por supuesto –dije.- Mañana te llamaré para que vengas a recogerlo.

De manera que mi amigo se marchó dejándome a solas con el manuscrito. A la luz de una lamparilla que tenía sobre la mesa de mi despacho, procedí a traducirlo. Antes, sin embargo realicé una primera lectura para conocer el tema del texto. Una vez concluida ésta, fue tal el efecto cautivador que en mí produjo que de inmediato me puse manos a la obra. Y es aquí que me propongo compartir con ustedes, queridos lectores, la traducción de la historia del pergamino que lleva por título. Un baile con el diablo. Espero que les guste y les cautive como a mí.

“Hubo un tiempo en que se celebraban bailes en el castillo de Koperstein. Dichos bailes eran tan conocidos y famosos que todos los habitantes de la ciudad intentaban por todos los medios ser ellos los agraciados con una de las pocas invitaciones que el dueño enviaba. Y es que aquellos bailes estaban reservados sólo para personas de cuna. Todo el mundo, ataviados con sus mejores galas para la ocasión, deseaba deslizarse por sus inmensos y ricamente adornados salones. Qué no darían algunos con estar en aquel castillo el último día del mes para asistir al baile. Por si fuera poco encontrarse entre los asistentes, era un lujo al alcance de unos pocos lo cuál aumentaba el deseo por acudir. Los afortunados que habían acudido al menos en una ocasión contaban maravillas acerca del castillo. De sus enormes lámparas colgadas del techo, de sus ricos tapices que cubrían las paredes, de la atención con la que eran tratados los asistentes que hacía que todos quisieran repetir al mes siguiente.
El día del baile se acercaba y todo el mundo en la ciudad se encontraba nervioso pues las invitaciones para acudir al baile iban a comenzar a repartirse. Entre estas gentes se encontraba Leonora, la hija de uno de los comerciantes más importantes del Barrio Pequeño. Aquella mañana se encontraba sentada a su tocador cepillándose su larga melena rubia, mientras su mente soñaba con que iba al baile del castillo, ricamente ataviada y bailaba con un joven encantador que después resultaba ser un príncipe que se la llevaba con él. Desde que era una niña había oído contar maravillas acerca de los bailes en Koperstein. Los magníficos carruajes y calesas que circulaban por sus jardines, la damas y caballeros que descendían de ellos, el sonido lejano de las melodías que se tocaban y que se filtraban a través de los ventanales para deleite y por qué no decirlo, envidia de los que no podían ir. El mundo que se había construido en su imaginación en torno al castillo la había cautivado de por vida.

- Sería capaz de vender mi alma al diablo con tal de ir una noche al baile –dijo mirando fijamente su propio reflejo en el espejo.

Tan pronto como hubo expresado su deseo un sirviente procedente del propio castillo de Koperstein se encontraba ante la puerta de su casa para hacer entrega de una invitación. Al conocer la noticia, Leonora comenzó a dar saltos de alegría y bailar por toda la casa. Necesitaría un vestido, el más bonito y lujoso de la ciudad ya que quería que todo el mundo se fijara en ella. Quería ser la atracción del baile. Al fin y al cabo puede que no volviera a ningún otro, así que tenía que dejar huella de su paso por el castillo de Koperstein. Su padre era rico y no escatimaría el dinero en su vestido ya que pensaba al igual que su madre, que tal vez consiguiera un marido rico dada la clase de la gente que asistiría. Lo mismo le sucedía con las joyas que debía llevar ya que las de su madre le parecían bastante anticuadas y no lo suficientemente brillantes para la ocasión. Poco tiempo después de recibir la invitación, el sirviente regresó a la casa portando un estuche forrado de terciopelo rojo.

- Traigo un presente para la señorita Leonora –explicó el sirviente.- Y ahora, si es tan amable de firmar el recibo que acredita que se lo he entregado...

Leonora se encontraba presa de una excitación extrema hasta el punto que no reparó ni siquiera en el contenido del documento. Cuando el sirviente se hubo marchado Leonora abrió el estuche que contenía el collar más hermoso que jamás nadie había visto. Un collar de diamantes tan grandes como nueces que brillaban y emitían unos destellos majestuosos a la luz de la lámpara que colgaba del techo de la casa. 
Pensó que algún noble de la ciudad la había visto y se había enamorado de ella perdidamente. Su imaginación volvió a llenarse de los cuentos e historias que le contaron cuando eran una niña.

Llegada la hora de marchar al baile una calesa tirada por dos caballos negros vino a recogerla. El cochero, muy servicial, le abrió la puerta y la ayudó a subirse. Sus padres se acomodaron en otro coche de caballos que vino a buscarlos acto seguido. Leonora estaba radiante y feliz. A medida que se acercaba al castillo el resplandor de las luces que se filtraban por los cristales se hacía cada vez mayor hasta iluminar por completo todos los alrededores. Cuando entró en el salón de baile ninguna de las mujeres que bailaba llevaba puesto un vestido como el suyo. Y qué decir de su espléndido collar de diamantes. En ese preciso instante la orquesta comenzó a tocar un vals y un joven le pidió que le concediera permiso para bailar. Leonora aceptó encantada pues creía que aquel apuesto y elegante compañero de baile era quien le había enviado el collar.

- Os sienta muy bien el collar –dijo clavando sus ojos en los de Leonora.

- Es un regalo. Un regalo de algún admirador, supongo –respondió coqueta.

No dejaba de mirar a su compañero ni un solo instante. Pensó que podría tratarse de un conde o de un duque que se encontraba de paso en la ciudad y que había acudido al baile. Calculó que sería un poco mayor que ella pero poco más. El joven no volvió a hablar en lo que duró el vals. Permaneció en silencio, con cierto gesto de tristeza o desencanto en su rostro. Leonora pensaba que tal vez estuviera solo y hubiera acudido al castillo de Koperstein en busca de compañía. Durante toda lo noche Leonora bailó y bailó. Cuando por fin llegó la hora de marcharse a casa, el joven apuesto con el que Leonora había bailado y que pensaba que era quien le había regalado el collar, le entregó un papel doblado. Tal vez no conozca nuestra lengua, pensó Leonora. O tal vez sea demasiado tímido para declararme su amor abiertamente y prefiera hacerlo por carta. Leonora desdobló el papel de manera coqueta sin apartar los ojos del apuesto joven. Cuando leyó lo que contenía su rostro palideció y un grito espantoso se dejó oír en todo el palacio. Era el recibo que había firmado cuando vinieron a entregarle el collar y que no se detuvo en leer. Y allí, al final del documento, estaba su firma de su puño y letra. Toda la gente la rodeó durante unos instantes atraída por el grito. El descubrimiento del contenido de la carta que llevaba su firma le heló la sangre, la dejó paralizada al momento. Con los ojos fijos en el joven quien la sonreía triunfantemente en aquellos momentos volvió a chillar pero en esta ocasión su chillido quedó ahogado. Su corazón se paró de horror y se desplomó en el suelo. La gente la rodeó y en esos momentos su madre consiguió abrirse paso hasta ella. Mientras el joven desaparecía misteriosamente entre la gente silbando alegremente la melodía del vals que ambos habían bailado. Sus padres lloraban amargamente el trágico final de su hija junto a la cuál hallaron la carta que le había sido entregada. Su padre la recogió y la leyó. Cuando hubo terminado lloró amargamente. El contenido decía que al concluir el baile, ella le entregaría su alma al diablo. Tanto había deseado poder asistir al baile, que el diablo vio en ella un alma fácil de atraer a su causa. El lacayo que había llevado la invitación y el posterior collar no era otro que el mismo diablo. Y el documento que Leonora había firmado no era sino un contrato entre ella y el diablo, por el que acudiría al baile, a condición de que una vez finalizado ella le entregaría su alma. El cochero que los había llevado hasta el baile los trajo de vuelta a su casa en medio de la oscuridad. Desde aquel día el espíritu de Leonora vaga por los salones del castillo de Koperstein, imaginando que está viva y se encuentra en el baile. El cumplimiento de su sueño llevó su alma al infierno.”

Este fue el relato que mi amigo me había entregado para su traducción. Cuando al día siguiente vino a recogerlo me preguntó que me había parecido.

- Inquietante, fascinante. Podría calificarlo de muchas maneras. Es un buen relato.

- ¿Crees que alguien estaría dispuesto a vender su alma por lograr un sueño? –me preguntó.

Esa misma pregunta me había estado haciendo yo toda la noche al concluir la traducción del relato, pero no había llegado a una conclusión. Miré a mi amigo y respondí otra pregunta.
- ¿De qué te serviría alcanzarlo si luego no puedes disfrutarlo como le pasa a la protagonista del relato?

Mi pregunta dejó pensativo a mi querido amigo, quien sonrió mientras recogía el pergamino y la traducción, y se despedía de mí hasta una próxima ocasión.

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